En el mundo jurídico, no basta con saber; también hay que comunicar, resolver y, sobre todo, transformar las realidades de quienes han sido violentados en sus derechos. Esa es la premisa central del litigio estratégico con enfoque en derechos humanos: una herramienta poderosa que va más allá del tecnicismo jurídico para convertirse en un motor de cambio social, capaz de sentar precedentes, abrir caminos a poblaciones históricamente marginadas y exigir cuentas al poder cuando vulnera derechos.
La paradoja que enfrentamos hoy es preocupante: muchos abogados conocen bien las leyes, pero pocos logran comunicar eficazmente sus argumentos o generar un impacto real en el sistema de justicia. Frente a ello, el litigio estratégico no se plantea como un simple trámite procesal, sino como una intervención planificada, estructurada, con una clara teoría del caso que permita articular hechos, normas y pruebas bajo un enfoque persuasivo y transformador.
De la regla al valor: una nueva forma de argumentar
Durante décadas, la enseñanza del derecho se centró en el dominio de las normas como si fueran fórmulas cerradas. Sin embargo, el derecho contemporáneo –y más aún el litigio en materia de derechos humanos– exige pensar en términos de principios y valores. Esto nos lleva a usar dos grandes métodos de argumentación jurídica: la subsunción, que aplica reglas de forma mecánica a los hechos, y la ponderación, que contrasta principios, analiza contextos y evalúa consecuencias. En este escenario, la argumentación jurídica cumple tres funciones esenciales:
- Deducir (estructurar lógicamente el argumento),
- Fundamentar (dotar de sentido normativo, doctrinario y probatorio a las premisas), y
- Persuadir (adaptarse al auditorio, conectar emocional y racionalmente).
Sí, ahora el abogado tiene que argumentar. Pero no solo con códigos en la mano, sino con una estrategia detrás. Una estrategia que contemple el contexto, los actores, el mensaje y sobre todo el impacto. Pero ¿cómo piensan y resuelven los casos los jueces?

No hay que perder de vista algo esencial: litigar es hablarle a un juez, y saber derecho es, en parte, anticipar cómo ese juez va a decidir. Esto nos introduce en una división interesante entre las escuelas racionalistas (que defienden decisiones jurídicas basadas en la ley y la lógica) y las escuelas irracionalistas (que sostienen que el juez decide según sus sentimientos, ideología o contexto político).
Este contraste cobra importancia cuando pasamos del caso fácil (norma clara, hechos evidentes) al caso difícil (donde hay conflicto de principios o vacíos legales).
En los casos difíciles, la estrategia argumentativa se vuelve crucial, y el litigio estratégico se convierte en una herramienta vital para sostener causas que no solo buscan un veredicto favorable, sino justicia con sentido ético y humano.
La teoría del caso: corazón del litigio estratégico
Todo buen litigio estratégico parte de una teoría del caso sólida: una narrativa clara, jurídica, creíble y flexible. Esta teoría se construye con tres dimensiones fundamentales:
- Teoría fáctica: ¿Qué pasó? (Hechos relevantes en tiempo y espacio)
- Teoría jurídica: ¿Qué normas aplican? ¿Qué principios están en juego?
- Teoría probatoria: ¿Cómo demostraré lo que afirmo? ¿Qué testigos, peritajes o documentos necesito?
Cada etapa del juicio debe girar en torno a esta teoría: el alegato de apertura debe sembrar en el juez una idea clara del caso; el interrogatorio debe confirmar esa narrativa, y el alegato de cierre debe cerrar el círculo, destacando las pruebas clave y dejando un mensaje persuasivo.
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Más allá del caso: transformar realidades El litigio estratégico, sobre todo en el ámbito de los derechos humanos, no es solo un ejercicio técnico. Su fin último es transformar realidades injustas, visibilizar vulneraciones sistemáticas y promover reformas legales o institucionales. Casos como el de Verónica Abad en Ecuador ilustran cómo las tensiones entre poder y legalidad pueden derivar en decisiones arbitrarias, y cómo el litigio con estrategia puede frenar esos abusos y restituir la legalidad.

Una sentencia no es solo un documento. En su estructura podemos distinguir tres niveles:
- Obiter dicta: lo dicho de paso, con valor reflexivo.
- Ratio decidendi: la razón de decidir, núcleo de la argumentación judicial.
- Decisum: la decisión concreta del juzgador.
Dominar esta estructura es clave para identificar oportunidades de litigio estratégico, impugnar decisiones contrarias al derecho o construir argumentos que trasciendan el caso individual, a partir de la jurisprudencia de altas cortes como la Corte IDH y la Corte Constitucional.
Litigar con sentido
Litigar estratégicamente es tener un propósito. No se trata de ganar por ganar, sino de construir argumentos que dignifiquen, que abran puertas, que hagan del derecho una herramienta viva. En un mundo donde la desigualdad, la polarización ideológica y la arbitrariedad institucional se recrudecen, el litigio estratégico con enfoque en derechos humanos se convierte en una de las formas más valientes y necesarias de ejercer la abogacía.
Como bien dice el estándar interamericano: “El litigio estratégico en derechos humanos no solo busca ganar un caso, sino transformar realidades, sentar precedentes y fortalecer la justicia para quienes más lo necesitan.”
Escrito por Francisco Villacís, docente de la Facultad de Derecho de la Universidad Indoamérica.