Para esto se requiere partir del ejemplo desde el hogar, la familia, el entorno, que implica mantener una integridad y unidad entre las acciones y las palabras, entre lo que ofreces y cumples, acciones que manifiestan un nivel de credibilidad, que, al ser habituales en todas las facetas de la vida, le permiten fiabilidad en las relaciones interpersonales, ocupacionales y profesionales, tan venido a menos en tiempo de la “modernidad”.
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Ser coherente implica ser congruente en todas las facetas del proceso evolutivo, iniciándose en la niñez hasta la adultez, solo así se garantiza que las relaciones personales, los deberes profesionales y los comportamientos habituales sean garantía de personas íntegras, constructivas y trascendentes.
La confianza y credibilidad se gana en todas las acciones y desempeños; al ser humano se le conoce por lo que hace y no por lo que dice, aforismas que se han mantenido por cientos de años, y que son necesarios recordar de manera permanente.
Existen infinidad de ejemplos en los que la coherencia debe ser práctica de todos los días, así ilustro con dos aplicaciones:
Si considero que los saberes ancestrales tienen validez, obligadamente debería preservar el patrimonio y diversidad cultural, el diálogo intercultural, la sostenibilidad ambiental, la resiliencia comunitaria, los saberes y prácticas para la salud.
Si soy crítico y maldigo la corrupción, la ética debe ser la carta de presentación, desde hechos tan insignificantes, desde respetar las colas en el banco, parada de buses o del metro, no ofrecer coima en las oficinas por un trámite o por infracción de tránsito, no comprar “favores” o concesiones a cambio de dinero o de otros beneficios que van desde actos indecentes y deshonestos.
Enseñemos con el ejemplo en todos los espacios del convivir humano.
Escrito por Dr. Franklin Tapia D.