Dicen que viajar es “leer las ciudades con los pies”. En Blog Indoamérica, recordamos la capital francesa en la época de los artistas y sus primeras conquistas, a través de París era una fiesta, de Ernest Hemingway, un libro de relatos cortos para aquellos que aman los viajes.
Eran los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y por las calles de París caminaban los intelectuales y artistas más deslumbrantes del siglo XX. Las vivencias de aquellos días obligaron al viejo Hemingway, ya a finales de los cincuenta, a sumergirse en sus recuerdos y comenzar a escribir una novela dedicada al misticismo de una ciudad que lo había atrapado para siempre.
Su titulo original, “A Moveable Feast”, viene de una carta enviada por el autor a un amigo en la que le dice: “Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue.” Una fiesta que probablemente comenzó en la casa de Gertrude Stein –conocida como el macho alfa de los artistas– y que nunca tuvo final.
La prosa limpia de Hemingway, repelente a cualquier tipo de adjetivo, va de la mano de una nostalgia que se abre paso para descifrar una época en la cual todo estaba por reinventarse, sobretodo los falsos ideales de la modernidad. La gran guerra había llevado a la muerte a toda una generación de jóvenes, y los que sobrevivieron se perdieron en el fango de lo desconocido; habían sido marcados por el horror y la certeza del lado oscuro de nuestra especie humana.
La generación perdida, entonces, no es sólo la de esos gigantes escritores norteamericanos sino también una generación que fue mutilada por los nacionalismos y la ambición de poder de los nacientes Estados.
Ese es el contexto en el que los jóvenes James Joyce, Ezra Pound, Francis Scott Fitzgerald o el mismo Hemingway escriben sus óperas primas. Y ese es el contexto en el que París, último resquicio de la cultura europea, se convierte en una fiesta.
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No nos equivocamos quienes vemos en esta novela una herencia del cubismo y, por ende, de las técnicas más sutiles de las vanguardias. Cada uno de los capítulos va esbozando no solo figuras geométricas sino también una realidad política y artística que se presenta en perspectiva múltiple. Es una obra de imágenes desparramadas en ideas, lugares y personas.
Probablemente los capítulos más intensos son los que relatan la amistad que unió a Hemingway con Scott Fitzgerald, su viaje a Lyon, las confesiones sobre su matrimonio y los secretos de los escritores que, por lo general, no se comparten. Allí aparece un Fitzgerald real y, mientras más real, más admirable. Un escritor que, como hijo de su época, vivió obsesionado por una musa, su esposa Zelda, con quien transitó regiones extremadamente dolorosas, pero también felices.
Pero, ¿acaso todo fue real? Por supuesto que no. Fue literatura y, quien sabe, poesía. Es el arte de narrar y la maestría del realismo.
El mismo Hemingway nos advierte en su prólogo que París era una fiesta es una novela de ficción y, a continuación, nos recuerda: “Pero siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que fueron antes contadas como hechos.”
Escrito por Miguel Molina Díaz, abogado, escritor y docente universitario.