Lo que escribió Octavio Paz sobre Sade

Octavio Paz escribió en uno de sus célebres ensayos que el Ser Humano es el Olmo que da peras. Así es el Marqués de Sade, un árbol cuyo fruto prohibido y podrido está al alcance. Un árbol cuya semilla es la humanidad y cuyo fruto es el deseo. “Un más allá erótico: Sade”, es un volumen editado por Tercer Mundo Editores en 1994 que reúne un poema, un ensayo y un reportaje de Octavio Paz sobre el Marqués de Sade.

Los ensayos del Nobel mexicano son joyas literarias pues consigue hondas e inolvidables reflexiones escritas con una estética bellísima y elegante. Para Paz (1994), Sade es un autor maldito que sedujo a cientos de personas a raíz de sus catálogos e ideas. El Marqués es conocido como un apologista del crimen que retrató todos los vicios y voluptuosidades del ser humano. También es reconocido como uno de los patriarcas de la literatura erótica, y, por supuesto, como un polemista en las dimensiones política y filosófica. Paz acierta en su interpretación al indicar que Sade no fue un autor que se explayó en la descripción del placer; sino mas bien, buscó una filosofía del erotismo.

Si bien es cierto que la literatura de carácter amatorio, erótico y sexual ha estado presente en todas las épocas y desde el origen de la humanidad; también es cierto que, nadie como el Marqués se fijó tanto en el erotismo como filosofía y en la filosofía como erotismo. Así, lo que al autor francés le interesa en sus manuscritos es la puesta en práctica de estas ideas. Lo consigue a través de colocar a los personajes, los lugares, las escenas, las situaciones y los parlamentos en función de estas ideas filosóficas. De manera que sus variadísimos actos sexuales, más que buscar la excitación sexual a través de descripciones y sensaciones, se parecen a catálogos que buscan explicar y comprobar las ideas que se colocan en labios de los personajes libertinos en largos parlamentos y soliloquios. ¿Cuáles son los componentes de esta filosofía y cómo se manifiestan de manera literaria?

El Marqués fue un autor de su época, en pleno racionalismo e ilustración, su pensamiento cercano al nihilismo buscó una inversión de los valores. Proponiendo ideas radicales tendientes a la destrucción. Fue también un autor prolífico; sin embargo, son cuatro sus trabajos más conocidos, analizados e interpretados: Las 120 Jornadas de Sodoma, La Filosofía del Tocador, Juliette o la Prosperidad del Vicio y Justine o los Infortunios de la Virtud. De estas obras se pueden desprender tanto sus principales ideas filosóficas como la manera de ponerlas en escena. Aunque las cuatro obras sean variadas en su forma, tienen elementos comunes, por ejemplo: unos personajes que son libertinos o víctimas, pero nunca están en la mitad; unas situaciones que exceden la imaginación por su sadismo y violencia; y unos principios filosóficos que colocan al mal, conectado a la naturaleza, como el principio o eje rector de la humanidad.

Así, para Paz (1994) Sade es un antimaniqueista pues en sus escritos no existen el bien y el mal. El mal es lo único que existe en el mundo, mientras el bien es un consuelo de las víctimas y/o una forma de manipulación por parte de los poderosos. Este mal se encarna en el ser humano y lo separa de los animales. Para Sade, la naturaleza es aquel paraje inhóspito y violento en donde únicamente el fuerte sobrevive a expensas del débil. Por tanto, el humano poderoso debe pisotear al débil, mientras el débil debe buscar un ascenso que resulta imposible. Para Paz, el drama de los seres humanos es su separación de la naturaleza.

Una separación que implica dolor, pues el deseo de retorno es destrucción. El erotismo es entonces ese intersticio que se muestra entre la naturaleza y la humanidad, o entre la naturaleza y la cultura. Esa bisagra en donde se junta la sutileza con la animalidad, la violencia descarnada de la posesión con la voluptuosidad refinada. En este pequeño espacio caben todas las opciones posibles, pues el eros es múltiple y diverso. El eros es irrepetible.

Octavio Paz recuerda con nostalgia su descubrimiento del Marqués en 1946 cuando lo leyó fascinado y perplejo. Reconoce que había leído a varios filósofos alemanes y franceses, pero que nadie le impactó tanto como Sade.

También recuerda sus encuentros con Georges Bataille, Xavier de Sade (Conde de Sade) y Jean-Jacques Pauvert, uno de los biógrafos más conocidos de Sade, en torno a ciertas formas de interpretar la relación entre sadismo y masoquismo que se muestra en las obras del Marqués. En Justine, la protagonista es llevada hasta el máximum de los padecimientos, mientras los libertinos se explayan en detallar su filosofía. Ellos hablan, ella calla. Para Pauvert, este silencio puede ser entendido como una aceptación, un reflejo del autor que postulaba la simbiosis dolor/placer, sadismo/masoquismo, en donde Sade acepta ser víctima y victimario. Así, el filósofo del sadismo era, en verdad, masoquista.

Para Paz, sin embargo, el silencio de Justine tiene otros motivos, corresponde más bien a un masoquismo que se desdobla y que es, cómplice de su verdugo pues disfruta de su propia humillación. El masoquista es un objeto que es dotado de conciencia, convertido en el espectáculo de sí mismo, es la oreja que recoge el grito pavoroso y la boca que lo profiere. Mientras el sadismo, más que violencia, es una conducta filosófica y moral, un estado de la conciencia, un estado que implica la total impasividad o insensibilidad, un estoicismo al revés. El diálogo entre Paz y Pauvert, sobre el masoquismo, como es lógico los llevó a los derroteros de la Historia de O, atribuido a Pauline Réage.

Para Pauvert, no se trata de un libro masoquista, se trata de un libro de amor. Así, la autora muestra la entrega total a un Dios que disfruta con el sufrimiento de su devota, una devota enamorada que sufre con placer, porque sabe que ese dolor agrada al hombre que adora; los dioses son crueles. Es un libro de devoción, Pauline, es decir O, confundió el amor con religión y se convirtió en santa.

Para Paz (1994) siguiendo a Sade, el erotismo es la raíz del hombre y la clave de su destino en la Tierra. Estas reflexiones del Marqués fueron tomadas por Freud quien las conectó con los sueños, la psiquis y la terapia para constituir el psicoanálisis. Sin embargo, para Paz (1994) Freud buscó el lado científico del asunto y terminó por asumir la existencia como una tragedia en donde cada sociedad produce sus neurosis. Así, adaptarse a cada norma social constituye una pérdida de los instintos humanos y, por tanto, una forma de enfermedad. Los valores reprimen estos instintos o los encausan en formas lícitas de creación y destrucción. Pero esa sociedad y esos valores moldean el erotismo, pues se configura como una tensión entre reglas y prohibiciones, entre convenciones y violación de estos reglamentos.

El punto es que la naturaleza nos llama a romper los tabúes, -asesinar al padre diría Freud-, pero ese rompimiento causa un dolor/placer que propende a su propia destrucción. Por eso, el libertino es una persona que aceptó su propia destrucción, la destrucción de los otros y de todo lo que le rodea. Por tanto, se constituye en una negación total, pero no en nihilismo. Sade niega las leyes, la moral, las costumbres, niega a Dios y a los hombres, busca una disolución imposible a través de la inversión de los valores. Esta inversión conlleva lo inevitable: la libertad anhelada se convierte en una nueva cárcel.

Sade lleva el mal hasta sus últimas consecuencias:

“La negación de Sade es enorme, total. En esto recuerda a san Agustín. Ambos fueron antimaniqueos, quiero decir, proclamaron la existencia de un solo principio. Para san Agustín, el mal es realmente la nada, el no ser; lo único que existe de verdad es el Bien. Es lo único que es. El Bien es el supremo Ser. Para Sade el Mal es la única realidad: no hay bien. Pero ¿cuál es la realidad ontológica, por decirlo así, del Mal? Es indefinible; su nombre es Legión: dispersión y pluralidad. El único rasgo que aísla al Mal y lo define es ser una excepción.

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Por esto, al afirmar con maniaca insistencia al Mal como principio único, Sade afirma una pluralidad de excepciones resuelta en muchas negaciones. En suma, el Mal carece de fundamento. Esto es más que una contradicción o que una paradoja: al afirmar al Mal no postula un principio único sino una dispersión. El Mal no es sino miríadas de excepciones. Sade se precipita en una infinidad de negaciones que lo niegan también a él. No es ya sino una excepción más entre las excepciones, un reflejo entre los reflejos de un juego de espejos que se multiplican y se desvanecen” (Paz, 1994, pág. 84).

Sade llevó estas posturas a un ámbito político. Desarrolló reflexiones encaminadas a mostrar cómo el castigo de los crímenes a través de la severidad, las torturas o la pena capital son maneras legales para que la sociedad encause su eros, su pasión o su instinto de destrucción. También mostró cómo muchas de estas pasiones han llevado a las personas a cometer actos sancionados por la ley y considerados crímenes. Sade propuso lo contrario, un estado que no castigue, dejando esta responsabilidad a los libertinos. Estado débil, pasiones fuertes. Leyes débiles, libertinos fuertes. También propuso al placer como el vehículo para canalizar las relaciones entre el estado y los ciudadanos, y entre los ciudadanos.

Así, propuso legalizar un sistema de prostitución, en donde, cada persona, podría y debería intercambiar su cuerpo a cambio de dinero, capital social o diversos favores. Sade fue enemigo del amor, lo consideraba una idea nefasta, tan horripilante como la idea de Dios. Pues estas ideas chocan con la realidad, con la única realidad: el placer que aniquila todo lo que toca. Un placer que las personas encontramos en cosas tan particulares como la lectura y la escritura.

Quizá la literatura sea una forma de placer, quizá sea una forma de sublimar los deseos y pasiones prohibidas o inalcanzables. Quizás sea una forma de debatir, sin cesar, sobre el deseo y la condición humana, quizá sea, al fin y al cabo, una de las tantas maneras de dar respuesta a las inquietudes imposibles de nuestra humanidad. ¿Es lícito desearlo todo? ¿Se puede controlar el deseo? Creo que no, creo que es un caballo desbocado que enciende todo a su paso mientras huye como un pájaro de fuego.

Pero el deseo es una trampa, mientras parece que lo alcanzamos, se aleja cada vez más. Es, por tanto, inalcanzable, es una idea. Una idea suprema pues este deseo permitió a la humanidad desarrollar la ciencia y la tecnología, construir sociedades, códigos y civilizaciones. Es la razón de ser, somos humanos deseantes y neuróticos. Somos lectores que admirados a quien se atrevió a escribirlo todo.

Escrito por Fernando Endara. Antropólogo. Docente Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.

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