El docente de Lengua y Literatura de la Universidad Indoamérica, Fernando Endara, reseña el libro “La Conjura de los Necios”, de John Kennedy Toole y se concentra en la sátira y las críticas sociales que encarnan sus personajes. Esta entrada seguro te hará recordar a tus personajes literarios favoritos.
A lo largo de la historia de la literatura surgen personajes arquetípicos, prototipos y estereotipos del héroe, el antihéroe, el villano, el don Juan, la mujer casta, la bruja, el viajero, etc. Desde el surgimiento de la novela moderna, con el Quijote del Cervantes, la figura del antihéroe se convirtió en un recurso casi infinito para criticar y/o los sistemas religiosos y políticos, los statuos quo, y las convenciones sociales. Numerosos antihéroes son los protagonistas más interesantes de la literatura: el Lazarillo de Tormes, Chichikov, Enma Bovary, Jane Eyre, Raskolnikov, Philip Marlowe, Holden Caulfield, Alexander Portnoy, o Ignatius Reilly, por citar unos pocos. Este último es el que nos convoca: Ignatius Reilly (Ignorante Real), un personaje inolvidable. Una aberración literaria. Una creación pantagruélica.
Una genialidad en medio del conformismo. Un alma que aprendió a usar los principios de la geometría y teología, a pesar de que la sociedad los olvidara, decantándose por el consumo. Una abundante masa de carnes casi putrefactas envueltas en trusas abombadas y enormes. Un flato andante. Un genial e imperecedero momento en la historia de la literatura. Un nimbo que eructa cuando se cierra su válvula. Un travieso espejo del orgulloso sabelotodo que guardamos en el interior. Un devoto admirador de Boecio atrapado en las horas bajas de su rueda de la Fortuna. Un monstruoso vendedor de salchichas disfrazado de pirata. Un líder en la Cruzada de la Dignidad Mora. Un medievalista desubicado en Nueva Orleans de los 50s. Un mártir. Un profeta, una profecía y un Dios.
Alrededor de “La Conjura de los Necios” se conjugan una serie de historias, cercanas a la leyenda, que enriquecen la experiencia literaria y que la confirman como una de las novelas de humor ácido más importantes del canon occidental. No es solo Ignatius, -el eje, el centro, el ojo del huracán- gigante en todo sentido, el que potencia la novela; sino sus disparatados personajes que giran alrededor de una trama interesantísima, que no deja un hilo suelto y atrapa al lector desde su inicio:
En la sombra, bajo la visera verde de la gorra, los altaneros ojos azules y amarillos de Ignatius J. Reilly miraban a las demás personas que esperaban bajo el reloj junto a los grandes almacenes D. H. Holmes, estudiando a la multitud en busca de signos de mal gusto en el vestir. Ignatius percibió que algunos atuendos eran lo bastante nuevos y lo bastante caros como para ser considerados sin duda ofensas al buen gusto y la decencia. La posesión de algo nuevo o caro sólo reflejaba la falta de teología y de geometría de una persona. Podía proyectar incluso dudas sobre el alma misma del sujeto.
…hasta las últimas páginas.
Una sensación agridulce rodea a la novela, quizá por el drama de su publicación y el suicidio del autor, o quizá, porque intuimos la profunda miseria humana de los personajes, oculta, bajo capas y capas de materia cómica -lo grotesco-. Existen varios elementos para el análisis de esta novela, los más de ellos trabajados por expertos que buscan sus intertextos en conexión con Rabelais o Boecio, o la insertan en discusiones sobre la narrativa autobiográfica, el carnaval medieval, el racismo norteamericano de los 50s y 60s, o la crítica de la sociedad del consumo, etc.
Una sensación agridulce rodea a la novela, quizá por el drama de su publicación y el suicidio del autor, o quizá, porque intuimos la profunda miseria humana de los personajes, oculta, bajo capas y capas de materia cómica -lo grotesco-. Existen varios elementos para el análisis de esta novela, los más de ellos trabajados por expertos que buscan sus intertextos en conexión con Rabelais o Boecio, o la insertan en discusiones sobre la narrativa autobiográfica, el carnaval medieval, el racismo norteamericano de los 50s y 60s, o la crítica de la sociedad del consumo, etc.
Resulta paradójico que “La Conjura”, una de las mejores novelas de la segunda mitad del siglo XX, casi no se haya publicado. Su título proviene del célebre Jonathan Swift: “cuando aparece un verdadero genio sobre este mundo se reconocerá por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. Y ese genio, su autor: John Kennedy Toole, es casi una incógnita. Su biografía tiene vacíos y desencuentros, por eso, muchos críticos han parangonado al personaje de Ignatius con Toole al punto de ver al autor como un alter ego de la creación literaria.
Además, la visión que se tiene de Toole esta tamizada por su madre, quien no solo envió y casi que, obligó a leer el manuscrito -copiado a mano en papel carbón- al escritor Walker Percy; sino que, decidió la forma en que quería que su hijo fuera recordado: eligió quemar su última carta, la del suicidio. Se considera que este documento pudo contener revelaciones, razones que explicaran su desenlace; más allá de las constantes negativas de las editoriales para publicar su obra.
A pesar de que varios trabajos sobre Toole apunten a la humanización de la persona más allá de la mitificación como los de Cory MacLauchlin o Joe Fletcher; la mayoría de las reseñas y críticas se siguen basando en especulaciones casi caricaturescas, o en comparaciones desmesuradas entre la vida y la obra que lo señalan, al igual que a Ignatius, como a un artista fuera de la órbita, una persona atormentada, con complejos edípicos y homoeróticos sin resolver, un loco y promiscuo escondido en las faldas de su madre. Se dice a menudo que su carácter: huraño e introvertido, así como sus experiencias: trabajos miserables mal remunerados, cátedra universitaria y escritura rechazada, inspiraron la creación de Ignatius, como una manera de expulsar, vencer o dar vida a sus demonios.
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No cabe duda de que la vida del autor influye en su obra; sin embargo, parece que no fue lo que vivió, sino lo que observó en sus interminables paseos por las callejuelas de la urbe lo que le animó a escribir una historia que más allá de su icónico protagonista, es un tributo, un canto y un baile, a Nueva Orleans, la ciudad de la Medialuna (MacLauchlin, 2015).
En estos recorridos, Toole se fijaba con presteza en aquellos individuos extraños, excéntricos, anormales que salían de parranda en un carnaval continuo con o sin disfraz. Personas de distinto credo, cultura y condición social, guiada en muchos de los casos, por razonamientos o motivos absurdos, en la búsqueda del dinero, el placer o la vejación. Pero Toole también atravesó los pasillos y aulas universitarias en donde conoció a Bobby Byrne, maestro de filosofía medieval especializado en la obra de Boecio, quién lo impresionó por su porte y conocimiento.
Para MacLauchlin (2015), este encuentro inspiró la creación de Ignatius; no obstante, Byrne lo niegue. (Vamos, quien en su sano juicio admitiría servir de inspiración para la concepción de Ignatius Reilly). Su estancia en la academia le permitió conocer de primera mano los trabajos de Jack Kerouac, de quien se declaró admirador.
Así que, después de numerosos intentos infructuosos para la publicación de su novela, lo dejó todo atrás para emprender un “road trip” que culminaría en unas calles apartadas de su Nueva Orleans natal, donde conectó una manguera al tubo de escape de gases, la insertó por una ventana, encendió el auto y esperó, aspirando el aire contaminado para poner el punto final de su vida. Toole, como no podía ser de otra manera, se despidió de forma poética el 26 de marzo de 1969, a los 31 años, en medio del fracaso, pero con la calma de quien sabe que dejó un legado para la posteridad en sus manuscritos, de momento descansando en cartones repletos de polvo.
Diez años después de la muerte de Toole, la novela vio la luz el 19 de abril de 1979, gracias a la editorial universitaria LSU Press. El éxito fue inmediato, la recepción fue favorable, tanto de la crítica como del público, al punto que ganó el Premio Pulitzer y se lo sigue editando hasta el día de hoy.
La novela reflexiona sobre varios temas a través de sus esquizoides personajes que se meten en las más increíbles situaciones. Como el patrullero Mancuso que es obligado por su jefe a llevar un disfraz diferente en cada una de sus rondas buscando sospechosos, o Claude Robichaux que mira comunistas en todas partes, o Darlene que baila en un club mientras su cacatúa le va arrancando la ropa, o la señorita Trixie, una anciana senil y confundida que quiere jubilarse o en su defecto recibir un jamón en pascua, por mencionar unos pocos. Cada personaje es excéntrico, y cada situación es llevada al extremo utilizando las formas de la materia cómica (ya volveremos sobre esto). Algunos de los tópicos que críticos y lectores han encontrado son: la esclavitud moderna, el racismo, la ética del trabajo, el consumo capitalista, el destino, lo grotesco, el carnaval, entre otros.
Revisemos algunas conexiones. Una propuesta con varios adeptos es la comparación entre Don Quijote e Ignatius Reilly como dos locos cuerdos; es decir, personas cuerdas que utilizan el argumento de la locura como un fuero para actuar por encima de las convenciones sociales de su época. La locura es creatividad, imaginación desmesurada, ridículos en cadena necesarios para que el personaje alcance sus horizontes (Carasevici, 2017). Por otro lado, se analiza la utilidad de la risa y la sátira para resistir al poder y al orden establecido. Como si de un carnaval medieval se tratara, los personajes de Toole sería bufones y payasos que enfatizan o subvierten las reglas carnavalescas de este mundo festivo (Potrč, 2010). A su vez, también se estudia al cuerpo, y la representación del cuerpo, obeso o grotesco, como un vehículo para explorar las tensiones y ansiedades sociales (Gatewood, 2006).
Otra vía de análisis es la categoría del intertexto, anunciado por Cervantes y mencionado por Bajtin cuando indicó que la novela es dialógica y polifónica. Fue Kristeva quien propuso a la intertextualidad como un intersticio en donde se cruzan unos textos con otros, a través de múltiples enunciados tomados de otros contextos (Kristeva, 1968). Mientras Genette profundizó la categoría al advertir 5 formas de transtextualidad, siendo el intertexto una de ellas (Arguello, 2006). En esa línea, el trabajo de Leighto (2011) reconstruye todas las influencias literarias que Toole pudo tener para construir la “Conjura” (Leighton, 2011).
De entre estas, resaltan Rabelais y Boecio, siendo los que mayor influencia tuvieron en la novela, por el peso del carácter trágico y cómico del realismo grotesco de la Edad Media que Toole emplea (Tabárez Pulgarín, 2019). Aunque en varios de estos estudios se resalten el humor, la ironía o la comicidad, no se detienen en las formas de la materia cómica.
Para explicar lo cómico, el académico español Jesús G. Maestro se sale de los paradigmas fenomenológicos y sicologistas para abordarlo desde el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, en donde, la forma nunca está aislada de la materia, sino que son conceptos conjugados, no separables y no dialécticos (Bueno 1978). Las formas de la materia cómica son la parodia, la caricatura, el carnaval, el chiste, lo grotesco, lo ridículo, el sarcasmo, el escarnio, el humor, la ironía y la sátira. Estas formas persiguen la risa, definida como el efecto orgánico del placer cómico. Lo cómico, por otro lado, resulta de la desavenencia entre los hechos esperados y los hechos consumados, es decir, la distancia que media entre lo que se espera de una situación o persona, y lo que ocurre materialmente con esa persona o situación (Maestro, 2008).
Varias de estas formas aparecen en la conjura. Veamos algunos conceptos y escenas. La caricatura es la exageración de un rasgo o de una serie de características de un personaje (Maestro, 2008). Ignatius es una caricatura, un orgulloso y enorme pedazo de carne que se cree superior a los demás por dominar las normas de la teología y geometría. El carnaval es la representación cómica y grotesca de una sociedad invertida, en donde lo grotesco se proyecta sobre todas las clases sociales, muchas de las veces alterando las convenciones sociales para convertir en objeto de la burla a las autoridades civiles o religiosas (Maestro, 2008). Por tanto, el carnaval no aparece en la conjura, toda vez que ninguno de los personajes, objetos de materia cómica, pertenecen a los altos estamentos. Aunque los acontecimientos desbocados y precipitados sugieran un carnaval, lo encontramos, ciertamente, en pocas páginas de la novela. Un ejemplo es la Cruzada de la Dignidad Mora, en donde Ignatius, líder de la revuelta, se convierte en sujeto de burlas, al momento en que intentan subirlo a una mesa para que pronuncie su discurso.
El chiste, más sencillo que otras formas de la materia cómica, es la expresión del ingenio irónico, crítico o humorístico (Maestro, 2008). En este caso, es Toole el ingenioso, el que nos lleva, de risa en risa, a través de sus inmejorables páginas. El escarnio es un ejercicio de burla que se pone en práctica de manera violenta para desprestigiar a una persona o grupo, con base en los criterios morales de otros grupos (Maestro, 2008). Un ejemplo es el trato que se brindan el negro Jones y la dueña del “Noche de Alegría”, Lana Lee, intentando descubrir sus tretas y burlarse del otro. Ella, productora de pornografía aficionada, el, escondido en los recovecos de un trabajo mal pagado para evitar que la policía lo acuse de vago.
Lo grotesco, uno de los elementos centrales de la novela, consiste en la yuxtaposición o simbiosis de una experiencia risible con un elemento incompatible con la risa (Maestro, 2008). Es así, cuando vemos a la madre de Ignatius que sufre una serie de agravios y desventuras divertidísimas yuxtapuestas a sus preocupaciones materiales y tormentos cotidianos, o a la señorita Trixie buscando la jubilación en momentos absurdos, mientras vive la más extrema de las miserias, o el propio Reilly, vendiendo productos paraíso o echándose pedos mientras diserta sobre la filosofía de Boecio. El humor, al contrario, incluye al artífice de la experiencia como su ejecutante principal, muchas veces en un contexto doloroso o preocupante. En palabras llanas, tener humor, o buen humor, es tener la capacidad de reírse de sí mismo, por tanto, contiene una demostración de entereza o fortaleza ante las adversidades (Maestro, 2008). Esta concepción es algo ajena a “La Conjura”. Inclusive pudiéramos aventurar que fue precisamente humor lo que le faltó a Toole, para soportar los desafíos y entuertos de la existencia.
La ironía, muchas veces de definición difusa, resulta de la dialéctica entre el sentido intencional y el sentido literal de lo que se expresa (Maestro, 2008). Es así como toda la novela está escrita desde una inteligente ironía que se conecta con la crítica hacia el racismo o la sociedad de consumo, puesto que, el sentido intencional es crítico, mientras el sentido literal es absolutamente caótico y divertido. La parodia, de otro lado, es la imitación burlesca de un referente serio (Maestro, 2008). Lo que vemos en los trabajos que tiene Ignatius, en donde, aunque parte de sus superiores laboren de manera responsable, la mayoría de los empleados son una parodia completa del sistema capitalista: el propio Reilly, consigue enviar una carta inaudita a los clientes de la fábrica Levis. El ridículo resulta de experiencias inferiores a la norma, o subnormales (Maestro, 2008).
Nuevamente, los empleos que consigue Ignatius son ridículos al extremos, y más aún son las cruzadas que emprende, como su dichoso plan de enlistar homosexuales en el ejército, para que los militares del mundo hagan el amor y no la guerra. Junto con el grotesco, el ridículo es el elemento más resaltante de la narrativa de la Conjura.
Finalmente, la sátira se distingue por la agudeza, mordacidad y acritud del artífice, es decir, la mala intención de los grupos dominantes, que, basados en la moral, desacreditan al sujeto de la risa. Aquí, no solo se produce la risa, sino también el desagrado (Maestro, 2008). Este es otro elemento de difícil detección en la novela, aunque, en todo caso, las formas antes mencionadas se mezclan, se tamizan, compactan, combinan, etc. Esta vía de análisis podría ayudar a determinar, luego de explicar todas las formas de la materia cómica con sus efectos, de que se está riendo Toole, de fundamentos materiales o de ficciones intrascendentes.
Como vemos, la comedia de la novela es inconmensurable e inagotable. Por tanto, esta propuesta es apenas un esbozo que bien podría dar pie a un trabajo académico de mayor envergadura, debido a que esta lectura del “Conjura de los necios” fortalece una teoría literaria configurada en español: la crítica de la razón literaria.
La “Conjura de los Necios” es una fiesta literaria, un abalorio. Una fiesta que quizá, no sea del agrado de todos los lectores. Por eso surge la duda sin respuesta: ¿para qué leemos? Todas las recomendaciones para esta novela, cualquier reseña se queda corta. Seguro nos mirarán de soslayo, cuando sea inevitable la carcajada.
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Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.