Recordamos al Gabo: “Vivir para contarlo”

Más allá de juicios críticos, el estreno de la serie de Cien Años de Soledad en Netflix supuso un fenómeno popular que visibilizó al Nobel de Literatura fallecido en 2014. No cabe duda de que, dejando de lado los aplausos y/o los vituperios, la producción de la serie resalta por su opulencia a la hora de montar escenarios y recrear una historia que sitúa la mirada en Colombia, en la magia de sus costumbres, en el dolor de su sangre derramada y en la nostalgia de una época repleta de maravillas que parece que la modernidad se llevó.

Muchos lectores retornamos, mientras otros descubrieron o descubrirán el realismo mágico de la mano de una de las plumas más importantes de la lengua española de todos los tiempos. García Márquez es, sin duda, un hito vivencial y literario que marcó y seguirá marcando generaciones de lectores. En mi caso, retorné a sus letras con su obra: “Vivir para contarlo”. La obra, escrita como un conjunto de memorias, es en realidad una novela de aprendizaje, un Bildungsroman con tintes autobiográficos.

También es el primero de tres volúmenes autobiográficos publicados en 2002 y se enfoca en la infancia y juventud de Gabo hasta culminar con la propuesta de matrimonio a su esposa. Veamos un resumen de la novela y verifiquemos algunos de los elementos que sostienen esta hipótesis.

El inicio de la obra, como otras de García Márquez, utiliza un texto icónico y característico que intriga y que interesa al lector para que mantenga la atención a lo largo de la obra. El enganche constituye un hito en la trayectoria literaria de Gabo, pues refiere al famoso viaje en que acompañó a su madre a vender la antigua casa familiar en Aracataca y, en lugar de hacerlo, identificó y valoró su vocación de escritor.

Dicha travesía, realizada en parte por tren y en parte a vapor, constituyó un periplo miserable y pesaroso en donde confluyeron la poesía, la magia, la maravilla, la memoria y la ficción. A este trajinar corresponde la identificación de la Hacienda Macondo como un territorio mítico y literario. A partir de este recuerdo, Gabo da marcha atrás para narrar su vida de manera cronológica.

Así, desde el segundo capítulo desarrolla los acontecimientos de su infancia y pubertad hasta el capítulo octavo en que un Gabriel García Márquez adulto emprende el vuelo trasatlántico hasta Ginebra. Estas etapas: niñez, adolescencia, juventud y madurez, son los caminos ineludibles del Bildungsroman o novela de aprendizaje, en donde acompañamos a un protagonista en su proceso de descubrimiento del mundo y de su vocación.

Así, “Vivir para contarlo” funciona como una novela de aprendizaje cuyo protagonista, Gabito, en el linde de la ficción y la realidad descubre y asume su vocación por las letras: el periodismo, la poesía y la literatura. La niñez de Gabito, no García Márquez, estuvo signada por la migración, la pobreza y la marginalidad. La descripción de su genealogía y la de algunas de las particularidades de algunos de sus familiares resulta tan intrincada y nudosa como la de Cien Años de Soledad: con personas que viven muchos años sin mencionar palabras, abuelos orfebres que pierden la cordura, o duelos y venganzas personales entre familias.

Resalta la anécdota de los padres de Gabito, pues la familia de su madre Luisa Santiaga Márquez se oponía a su relación con Gabriel Eligio García. Sus padres finalmente se casaron después de sortear varios enredos y argucias que se parecen, de forma sospechosa, a algunos de los vericuetos de Florentino Ariza y Fermina Daza.

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Gabito, alter ego autobiográfico de García Márquez nació como el primero de once hermanos legítimos, y otros surgidos de la vasta testosterona de Gabriel Eligio que Luisa Santiago crio y trató como si fueran de su sangre y de su carne. Sus recuerdos de infancia refieren a una casa lunática plagada de mujeres que forjaron sus afectos, y de su abuelo que forjó su carácter. Desde niño nació en su ser el ángel de las artes pues le gustaron la pintura, el cine y la música, aunque después llegarían las letras.

Su abuelo fue un excelente narrador oral y le enseñó a consultar en el diccionario no con afán académico; sino con el anhelo de saciar una curiosidad inagotable. Su tierna infancia terminó cuando inició la formación académica que lo llevó de poblado en poblado, aprendiendo a convivir con la pobreza y con la gente. Estudió en Barranquilla, Bogotá y Zipaquirá hasta su graduación en 1947. Su etapa escolar estuvo signada por su ingenio, creatividad y una especie de devoción por la lectura que lo llevó, de a poco, de la poesía hasta la novela, atravesando la prosa lírica, los juegos de palabras, el cuento, el ensayo y el periodismo.

Publicó su primer cuento en El Espectador el 13 de septiembre de 1947 a la par que estudiaba Derecho con poca pasión y bastante desinterés. Por ende, a los pocos años abandonó la universidad, después del episodio conocido como Bogotazo.

En Efecto, Gabito se explaya en detalles históricos, sociales y políticos de los días previos y posteriores al Bogotazo, aquel aciago asesinato de Jorge Eliécer Gaitán acaecido el 09 de abril de 1948 que desató el descontento popular, levantamientos, incendios, caos y destrucción. La refriega alcanzó la pensión en donde vivía Gabito que fue incendiada, mientras la universidad fue clausurada de manera indefinida. Este estallido propició el retorno de García Márquez desde Bogotá hasta Cartagena y después a Barranquilla. Sería en estas ciudades donde alcanzaría su brillo. En Cartagena inició como reportero y editorialista de El Universal, en donde alcanzó una fama notable. Además, fue columnista de El Heraldo con sede en Barranquilla. Así, dejó de lado su educación universitaria en derecho y se decantó por el periodismo y las letras, puesto que sus primeros cuentos se publicaron a la par. En este periodo se destaca el colorido y vicioso contacto que Gabito tuvo con la noche, la rumba y los excesos.

En veladas de prostitutas y alcohol, placeres que se subyugaban a la literatura, se trataban los debates más intensos sobre novelas y autores, a la vez que se discutía la palabra exacta para culminar un texto literario o periodístico. Este escenario propició el surgimiento del conocido Grupo de Barranquilla conformado, entre otros por: José Félix Fuenmayor, Ramón Vinyes, Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, Alejandro Obregón y Orlando Rivera.

Por supuesto, Gabito utilizó estas experiencias para anclarlas a su primera novela: La Hojarasca. Para la escritura de esta obra, García Márquez empleó su condición privilegiada de caribeño a través de las técnicas narrativas modernas de Faulkner o Woolf para conectar lo local con lo global. Esta novela, publicada en 1955 constituyó un éxito, no por sus ventas o por los juicios críticos; sino por el trabajo empleado por Gabito para escribirla y publicarla.

En efecto, conseguir un editor fue quizá la labor más difícil de esta obra primigenia, cuyo tiraje, en su mayor parte, se quedó en bodegas por lo cual Gabo no recibió un solo centavo. Otro de sus primeros trabajos fue el “relato de un naufragio”, un reportaje novelado sobre Luis Alejandro Velasco Sánchez un marino sobreviviente a un naufragio que tuve repercusión nacional por la distancia planteada entre la versión oficial de las Fuerzas Armadas y la visión literaria de Márquez.

No está por demás recalcar que la versión oficial encubría cosas, mientras la versión novelada y publicada por partes en el diario El Espectador de Bogotá, se basó completamente en el relato que el propio sobreviviente le contó al autor desvelando así, nepotismo y corrupción por parte de los marinos y las fuerzas armadas. Esta polémica le valió al escritor su exilio en París.

En estas memorias se encuentran detalles tan inverosímiles que únicamente se posibilitan por la magia. Por la magia de la palabra, es decir, las memorias se conforman a través de recuerdos y olvidos selectivos. Aún más, escribir memorias es desplegar estos recuerdos y olvidos utilizando la ficción, por lo que se desestima su carácter real para pasar al reino de lo posible.

Así, las memorias conforman una novela del yo, o del recuerdo del yo, de lo que pudo ser, de lo que se quisiera que fuera, o de lo que se quiere vender como real; aunque sea ficticio.

Y, ante todo, creo que Vivir para contarlo, conserva la propia pasión de su autor por dos oficios bellos y trascendentes, el novelista y/o contador de historias, y el periodismo. Dos pasiones que inflaman también a muchos de sus lectores y que, por tanto, no solo que consiguen empatizar con Gabito, sino que llegan a quererlo como a un amigo, cuyo sueño acompañamos y vemos cumplir en raudales. Hasta llegar a ganar el Nobel y convertirse en una de las letras más importantes en Hispanoamérica.

Gabriel García Márquez demuestra, una vez más, en Vivir para contarlo, que no hay nada tan mágico como ese abismo pequeñito, entre la literatura y la vida. Ese abismo que los lectores llenamos con palabras, con historias, con personajes, tramas y autores que nos viven y leen, mientras nosotros los leemos. La magia es la literatura.

Escrito por Fernando Endara. Antropólogo. Docente Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.

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