Te presentamos “La Guía del Viajero (autoestopista) intergaláctico”, una novela diferente, que se lee y disfruta en una sola sentada. El docente de la Universidad Indoamérica, Fernando Endara, nos sumerge en la ciencia ficción del autor inglés, Douglas Adams, haciendo una importante reflexión sobre la raza humana: sus egos, intereses e idealizaciones.
“La Guía del Viajero (autoestopista) intergaláctico” es un libro notable, un artefacto electrónico que (nunca se publicó en la Tierra) contiene toda la información útil para viajar a través del universo. Por eso, por su leyenda: “Don´t Panic” (no se asuste), y por su costo: es el más vendido de la galaxia superando a la Gran Enciclopedia Galáctica. “La Guía” es, además, uno de los pilares de la ciencia ficción moderna y un elemento imprescindible de la cultura pop contemporánea. Es una obra de culto que inició como serie radiofónica en la BBC Radio 4 estrenada en 1978 y guionizada por Douglas Adams: excéntrico, inteligente, sagaz y crítico escritor cómico.
El éxito del serial fue tan grande que, al poco tiempo, su guionista saltó a la novela, pues escribió una trilogía de cinco volúmenes. “La Guía” es el primer libro de la saga, publicado en 1979, su título se inspira en un texto que llegó a las manos de Douglas: “hitch-hiker’s Guide to Europe”, un manual para viajar (jalando dedo) en autostop por Europa. De aquí la confusión de su traducción, puesto que Anagrama, editorial ibérica, colocó autoestopista, mientras en Sudamérica se utiliza la palabra viajero. Desde entonces, “La Guía” ha sido versionada para diferentes formatos, adaptando su complejidad satírica a una serie de televisión, al cine, a los videojuegos, al teatro, al cómic, etc.
A continuación de “La Guía” se publicaron en formato libro los siguientes títulos: “El restaurante del fin del mundo” (1980), “La vida, el universo y todo lo demás” (1982), “Hasta luego y gracias por el pescado” (1984), “Informe sobre la Tierra: fundamentalmente inofensiva” (1992), y, “Y una cosa más” (2009); esta última, escrita por el irlandés Eoin Colfer.
La trama central de la primera novela sigue al terrícola Arthur Dent, quien, sin previo aviso, se entera que el ayuntamiento planea derribar su casa. Casi al mismo tiempo, una nave espacial tripulada por Vogones, crueles seres espaciales que se quedaron a medio camino en su evolución, asquerosos alienígenas dedicados a la demolición de planetas y a la poesía, iniciaba la destrucción de la Tierra, puesto que el planeta se encontraba en medio de una vía de circunvalación espacial proyectada por el Gobierno Galáctico. Un amigo cercano de Arthur, Ford Prefect, quien en realidad era un habitante del planeta Betelguse fingiendo ser terrícola desde hace quince años, consiguió salvar sus vidas al hacer autostop para abordar la nave Vogona, mientras el planeta fue consumido por la devastación.
Sin embargo, al Prostenic Vogon Jeltz, capitán de la nave, no le gustaban los polizontes; es más, obligó a sus invitados prisioneros a escuchar la disertación de sus poemas, considerados los terceros peores de la galaxia, superados en fealdad únicamente por los azgoths de Kria y por la poesía de Paula Nancy Millston Jennings de Sussex, Inglaterra, siendo esta: “la peor poesía que existió en el universo [y que] murió junto con su creadora […] en la destrucción del planeta Tierra” (Douglas, 2007). Después de torturarles este arrebato verbal, expulsaron a Arthur y Ford de la nave hacia el espacio exterior, donde tendría 30 segundos de vida antes de una muerte horrible.
Era totalmente improbable que Arthur y Ford se salvaran; sin embargo, fue precisamente esta improbabilidad lo que atrajo a “Corazón de Oro”, la nave más veloz y poderosa de la galaxia, capaz de inmensos desplazamientos en cortos períodos, impulsada por la energía de la improbabilidad: para recogerlos. Este fantástico vehículo ultra tecnológico fue robado por el alocado e impredecible Zaphod Beeblebrox, humanoide de dos cabezas, presidente de la Galaxia, y primo de Ford. De manera que, la tripulación quedó compuesta por Zaphod, Ford, Arthur, Tricia Mcmillan -otra humana que escapó de la Tierra antes de su destrucción, junto a Zaphod- y, Marvin, el androide paranoide (sí, esta es la inspiración para el tema musical escrito por Thom Yorke para Radiohead).
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En uno de sus arrebatos de locura, Zaphod condujo la nave a Magrathea, antiquísimo planeta legendario, cuyos habitantes se encargaban de diseñar y fabricar planetas al gusto del cliente. Hace mucho tiempo, uno de esos clientes encargó la construcción de un superordenador biológico, el más potente del universo, una computadora viva en forma de mundo: el Planeta Tierra. ¿Su objetivo? Encontrar la pregunta definitiva, puesto que, una raza de súper inteligentísimos seres pandimensionales (cuya forma en nuestra dimensión es la de ratas) creó a Pensamiento Profundo, el segundo superordenador más potente del universo. El cual, tras ser cuestionado acerca de la respuesta definitiva “del sentido de la vida, del universo y de todo lo demás”, tardó 7.5 billones de años en contestar: 42.
Sin embargo, al Prostenic Vogon Jeltz, capitán de la nave, no le gustaban los polizontes; es más, obligó a sus invitados prisioneros a escuchar la disertación de sus poemas, considerados los terceros peores de la galaxia, superados en fealdad únicamente por los azgoths de Kria y por la poesía de Paula Nancy Millston Jennings de Sussex, Inglaterra, siendo esta: “la peor poesía que existió en el universo [y que] murió junto con su creadora […] en la destrucción del planeta Tierra” (Douglas, 2007). Después de torturarles este arrebato verbal, expulsaron a Arthur y Ford de la nave hacia el espacio exterior, donde tendría 30 segundos de vida antes de una muerte horrible.
Esta cifra, aparentemente abstracta y sin sentido, obedece a que está fuera de contexto, es decir, sí, es la respuesta definitiva; pero no conocemos la pregunta definitiva. Por tanto, para encontrarla, se diseñó la Tierra.
Sin embargo, faltando cinco minutos para encontrar la pregunta, el planeta fue destruido, por los descuidados poetas Vogones. Por fortuna, para los filósofos universales interesados en resolver este particular, dos de estos seres pandimensionales (ratas) se colaron en “Corazón de Oro” y enfilaron rumbo a Magrathea para buscar, en el cerebro de Arthur, la última fase del proyecto mito-biotecnológico, por lo que, con amabilidad, se ofrecieron a retirarlo -el cerebro, por supuesto-.
Ante la seguridad de que una operación quirúrgica de esa naturaleza afectaría sin remedio la vida de Dent, la tripulación decidió escapar, mientras un par de oficiales de policía les cerraba el paso, puesto que buscaban a Zaphod Beeblebrox y a su nave robada.
Cuando todo parecía terminado, cuando la surte estuvo echada, los policías se desplomaron maltrechos, pues se desconectó su fuente de energía que llegaba desde su nave. La razón: Marvin le contó a la Inteligencia Artificial de la nave sus penas: los vacíos existenciales por los que las formas de vida robóticas deben atravesar al ser herramientas para los humanos. La decepción, la desesperanza fue tal, que la nave de la policía se suicidó, acabando a su paso con sus tripulantes. Arthur, Ford, Tricia, Marvin y Zaphod pusieron pies en polvorosa, rumbo a su siguiente aventura: “El restaurante del fin del mundo”.
Bien, estas trepidantes y entretenidas aventuras del “Corazón de Oro” y su tripulación, no pasarían de ser divertimentos, si no fuera por la genialidad de su autor. Douglas Adams fue un adelantado a su tiempo, profeta de la ciencia ficción cómica, absurda y crítica. Su carrera en el mundo de la producción radial, literaria y audiovisual se cruzó con seriales cómicos de éxito británico como “Doctor Who”, y con los “Monty Python” -palabras mayores a la hora de hablar de la comedia negra, el humor ácido y la crítica social-.
Entonces “La Guía” analizada en contexto, es más que una obra sólida y divertida de ciencia ficción, es una brillante crítica a nuestra civilización, que emplea la agudeza, el ingenio y el intelecto para desacralizar los tópicos clásicos del género como: la destrucción/salvación de la Tierra, el héroe polifuncional carismático optimista indestructible, el robot bonachón o malvado al servicio o en contra de los humanos, la especie humana como un elemento importante en el futuro del universo, las inquietudes filosóficas, su configuración y respuestas absurdas, entre otros.
De manera que, “La Guía” funciona como un avistamiento en clave cínica, a lo que muchos consideran sagrado. Por eso se dice que esta novela no es para todos, o que la ciencia ficción no es para todos. Todo lo contrario, creo que, si esta novela incomoda, y no hace reír a carcajadas, es porque toca revisar nuestros egos, individuales y colectivos.
Otra de las virtudes de la obra es su plasticidad para los formatos y plataformas. El mismo Adams no trató a su creación como algo sagrado, al contrario, modificó, más de una vez, algunos de sus componentes para darle nueva vida, en un nuevo medio.
Entonces no se trata de que el libro sea una adaptación de la serie radial, o que el filme sea una adaptación del libro; es más bien, una nueva creación, una recreación de la misma historia en otro medio, en el sentido McLuhan: “el medio es el mensaje”.
Por eso mismo, su influencia en la cultura occidental en la bisagra de los Siglos XX y XXI, es absoluta, al punto en que se considera una de las obras génesis para el fenómeno geek (freak de la tecnología/ ciencia ficción). Referencias como el 42, el pez babel -que puede traducir cualquier idioma al insertarlo en el cerebro-, la toalla -como el objeto más útil a la hora de viajar por la galaxia, debido a su polifuncionalidad, y que, dicho sea de paso, dio origen al día de la toalla cada 25 de mayo, en donde miles de geeks celebran la vida del autor, la novela, el serial radiofónico, y a la ciencia ficción en general-, las ratas, o la energía de la improbabilidad, etc.; forman parte del conglomerado de conocimientos humanos asociados a la cultura pop de nuestro tiempo.
Pero lo mejor de “La Guía” es restarle importancia al género humano, aquí las personas no somos los conquistadores del cosmos, los salvadores del planeta, o la especie evolucionada, somos -como es casi seguro- una simple mota de polvo, un parpadeo cósmico, un segundo inadvertido en el infinito. Entonces la obra nos interpela: ¿cuán importantes consideramos nuestros actos?, ¿en qué cosas sagradas creemos?, ¿hay algo de lo que, políticamente, me sea imposible reírme? Por eso el humor, siempre el humor, es un faro para la noche oscura de la censura, la corrección política y el idealismo.
Los idealistas no saben reírse de sí mismos. Los religiosos no saben reírse de sí mismo, o más aún, es sacrilegio reírse de sus dioses.
Entonces Adams se ríe de todos, se caga encima de todo, porque eso es lo que hace la literatura, la bella, brutal y absoluta… “cagarse en todo y en todos”. Por eso la literatura cómica nos enseña a reírnos de uno mismo. Al final, “La Guía” no sirve para un viaje planetario, pero de seguro nos sirve para aprender a reírnos de nosotros mismos, es decir, para tener buen humor: no hay nada más útil para sobreponerse a las vicisitudes de la vida.
Recordemos, ni la literatura, ni las obras, ni los autores son sagrados; son construcciones sociales y/o personas en contextos específico y con objetivos particulares. La literatura no debe sacralizarse, pues se fosiliza, una literatura sagrada está condenada… únicamente una literatura profana, pagana, vulgar y violenta nos sobrevivirá. La ciencia ficción es eso, llevar a la ciencia y a la tecnología a su límite, combinarlas con visiones imaginativas de la realidad, para cuestionar nuestros presupuestos teóricos y prácticos, en esta ocasión desde la sátira inmortal de la pluma de Adams. Todas las recomendaciones para esta novela demente, se lee y disfruta en una sola sentada… Inolvidable.
Acompaña esta lectura con la siguiente playlist: https://open.spotify.com/playlist/5hyHRpr9yMdS7DEZnhwmAb?si=507669170c3f49a2
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Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.