Para Fernando Endara, docente de la Universidad Indoamérica, la novela “En nombre de un amor imaginario” del guayaquileño, Jorge Velasco Mackenzie, combina los recursos del monólogo interior, el barroco, el realismo mágico, y más para reconstruir un mundo perdido. Así lo demuestre en la siguiente reseña:
En 1735 un grupo de intelectuales franceses se embarcó en una misión científica de envergadura colosal: cruzar el atlántico, medir el meridiano, trazar las coordenadas correctas del Ecuador y determinar la forma exacta de la Tierra. Gracias a un acuerdo entre los Reyes de Francia y de España, se permitió el ingreso de los expedicionarios a las hasta entonces inaccesibles colonias novohispanas, en compañía de sabios españoles con su propia misión en específico encargada por el Rey.
Esta misión geodésica hispano-francesa al Ecuador estuvo encabezada por Carlos María de La Condamine, Luis Godín, Pedro Bouguer, el botánico José Jussieu, y el cirujano Juan Seniergues, a quienes se sumaron los marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, además del riobambeño Pedro Vicente Maldonado, junto a un equipo de ingenieros, dibujantes, guías locales, ayudantes, esclavos, etc. La medición de este paralelo 0, de esta línea imaginaria, dio lugar a variedad de leyendas, provocó más de un amor e inspiró el nombre de un país imaginario: Ecuador.
“En nombre de un amor imaginario” del guayaquileño Jorge Velasco Mackenzie es una novela histórica que reconstruye algunos sucesos, romances y peripecias de los integrantes de la misión geodésica a través de los recuerdos de Isabel de Godin: debilitada, enferma, cercana a la muerte.
Isabel de Godín, amazona nacida como Isabel Grameson, es la gran protagonista de la novela, hija de un funcionario de la administración criolla Pedro Manuel Gramesón, sufrió una infancia trágica al contemplar, en primera fila, la invasión, el saqueo y el incendio perpetrado por el pirata Guillermo Dampierre a su natal Guayaquil.
Estas llamas se cobraron la vida de su madre, Josefa Pardo Figueroa, valiente defensora de la ciudad, de quien se dice, vivió un romance furtivo con el gobernador. ¿Acaso Grameson, conocedor de la infidelidad de su esposa, planeó y pactó en secreto con los piratas la invasión y el saqueo de Guayaquil, “ciudad de putas y villanos”?
Lo cierto es que Gramesón escapó con su hija Isabel para asentarse en Riobamba, donde la niña creció y se instruyó al amparo de la familia Maldonado. Fue Pedro Donaldo su amigo, su mentor y su primer (y único) amor.
El intelectual riobambeño se destacó por sus tratados sobre el gusano de seda que ella ayudó a transcribir, fue designado Gobernador de la Provincia de Esmeraldas y en tal virtud, trazó el primer camino que unió Esmeraldas con Quito, en cuyos encargos conoció por azar del destino, de la patria y de la ciencia, al aventurero y científico francés La Condamine, que había viajado para calcular el meridiano y determinar la forma de la Tierra, y que, se había separado de sus compañeros al momento de elegir una ruta para penetrar en las ignotas nevadas de la Real Audiencia de Quito.
Este encuentro fortuito permitió a Donaldo e Isabel, insertarse en los diálogos y debates de los expedicionarios: Jorge Juan y Antonio de Ulloa, aprovecharon los conocimientos indígenas y criollos de la muchacha para elaborar sus relaciones al Rey, mientras Jean Pierre Godin, sobrino de Louis, fructificó la avaricia perniciosa de Gramesón y pactó, en secreto, un matrimonio con su hija, a cambio de las riquezas de la leyenda de Rumiñahui que pensaron obtener en los Llanganates.
Cuando el maridaje estuvo consumado, cesó el fingido amor de Godin que, enceguecido por el ansia de fama y fortuna, buscó tesoro tras tesoro sin éxito, arregló embustes y traiciones que fueron descubiertas, y, al fin, huyó hacia Cayena en la Guyana Francesa. Isabel tardó en alcanzarlo, su éxodo se recuerda como un acto de suprema heroicidad, porque atravesó la selva amazónica en toda su profundidad, partiendo de Riobamba llegó hasta Cayena, siendo la única sobreviviente de una expedición que se cobró la vida de sus familiares y servidores.
La misión, por otra parte, enfrentó problemas desde el inicio, diversas situaciones provocaron desencuentros entre los geodésicos y las autoridades quiteñas, la misma naturaleza de la expedición fue cuestionada, puesto que puso en el centro de la acción a las ciencias, se enfocó en los resultados empíricos por encima de los escolásticos abriendo las puertas para un mundo sin Dios, abriendo las puertas para la independencia (Handelsman, 2009).
Los cálculos progresaron lento, el clima complicó las mediciones y, por si fuera poco, los criollos de la audiencia entorpecieron y/o estropearon los trabajos, llegando incluso a robar y destruir algunos cuadernos de notas, recopilaciones herbolarias y otros experimentos.
Entonces los plazos quedaron cortos, los recursos económicos menguaron, las peleas entre científicos, por asuntos técnicos y/o personales, fueron cosa de todos los días. Para empeorar la situación, cuando la comitiva se trasladó a Cuenca para avanzar en sus mediciones, el médico Juan Seniergues, se vio envuelto en un romance con Manuela Quesada “La Cusinga”, que a la postre lo llevó a la muerte luego de un complot al finalizar una corrida de toros.
La situación llegó a su extremo cuando los marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron bruscamente separados de la misión por orden del Rey, y destinados a la defensa de Guayaquil, sometida, una vez más, al asedio de piratas. En esas condiciones, la misión fue casi insostenible; sin embargo, los trabajos llegaron a su fin, se trazaron los triángulos y se determinó la verdadera forma de la Tierra: achatada en los polos, ensanchada en el Ecuador, y, pese a los buenos resultados, el descalabro económico de la misión, obligó a que cada quien regrese a su país como pueda.
También te puede interesar: “Las cruces sobre el agua”, entre literatura y denuncia social
Donaldo (Vicente Maldonado), por otro lado, viajó a España en donde fue condecorado por el Rey, a París en donde fue recibido como miembro por la Real Academia de la Ciencias, y a Londres, donde fue invitado como miembro de la Real Sociedad Científica; pero falleció antes de incorporarse. Su muerte acaeció el 17 de noviembre de 1748, después de sufrir una violenta enfermedad que no le impidió asistir al estreno de la obra de Handel: Messiah.
“En nombre de un amor imaginario” de Velasco Mackenzie es una maravilla, encaramada en los preceptos de la “nueva novela histórica latinoamericana”, cuestiona la historia y las verdades oficiales para plantear una nueva cartografía de los orígenes de la nación ecuatoriana (Handelsman, 2009).
Para ello combina los recursos del monólogo interior, el barroco, el realismo mágico, la polifonía de voces, el salto de tiempo y la Crónica de Indias para reconstruir un mundo perdido, posibilitado por las reminiscencias de Isabel Gramesón y atravesada por sus emociones y sentimientos, fundamentalmente la nostalgia, el amor no correspondido y el olvido.
En efecto la novela se expande a través de capas, una Isabel avejentada, ayudada por dos criadas: Claudine y Santa, evoca sus recuerdos doloridos para que vislumbremos sus heridas: la muerte de su madre, el incendio de Guayaquil, su traslado forzado a la sierra, su amor (no) correspondido con Donaldo, que más que eso, fue un amor imaginario, su matrimonio arreglado con Goudin, las tretas de su padre, su accidentada travesía por la Amazonía, la muerte de sus familiares y servidores en la selva, y, su traslado a Saint Amand, desde donde cada objeto, cada palabra, cada sonido, cada omisión es un pasaje hacia el pasado; siendo entonces, una novela que hurga en la memoria desde lo femenino, dándole una voz propia, aunque delirante, a una persona cuya voz fue silenciada al convertirse en un personaje de los relatos de los aventureros.
Un mundo femenino que se va desplegando mediante aquello que no pudo ser contado, como un lado b del “larga duración” de la historia, como ese compendio necesario que conecta los datos históricos, fríos, incógnitos, insignificantes, con las emociones y sentimientos que pudieron tener los protagonistas de esos datos; otorgando calidez, cercanía y significado al trabajo de los geodésicos en un contexto espacio/temporal limitado, recuperando así su dimensión de humanos que aman, odian, desean, sienten enviada, celos y pasión, que actúan, imprevisibles, según la volubilidad de sus sentimientos.
Un mundo femenino que se va desplegando mediante aquello que no pudo ser contado, como un lado b del “larga duración” de la historia, como ese compendio necesario que conecta los datos históricos, fríos, incógnitos, insignificantes, con las emociones y sentimientos que pudieron tener los protagonistas de esos datos; otorgando calidez, cercanía y significado al trabajo de los geodésicos en un contexto espacio/temporal limitado, recuperando así su dimensión de humanos que aman, odian, desean, sienten enviada, celos y pasión, que actúan, imprevisibles, según la volubilidad de sus sentimientos.
Esta visión femenina se conecta con la voluntad de Mackenzie por visibilizar los entresijos ocultos de la historia, aquellos intersticios entre los héroes y los nombres insignes, donde surgen aquellos hombres y mujeres que posibilitaron, desde el trabajo de campo, las hazañas de los insignes: cargadores, servidores, guías de caminos, cocineros, escribanos, abogados, esclavos, políticos y otras personas que posibilitaron material, cognitiva y legalmente dichas hazañas. Así, Velasco Mackenzie recrea a Joaquín Grameson, fiel servidor de Isabel, quien reitera que no es esclavo, sino que ha elegido servir a la familia.
La novela se convierte entonces en un “palimpsesto de narraciones, fuentes históricas e interpretaciones de múltiples personajes que muchas veces chocan entre sí debido a sus motivos y puntos de vista contrapuestos” (Handelsman, 2009). Esta acumulación de estilos, cuentos y materiales produce un estilo cargado, cercano al barroco de la época representada y que, muestra, la imposibilidad de conocer las verdades de la historia. En efecto, Velasco Mackenzie reflexiona de manera reiterativa, en la ineficacia de la traducción, la falsa objetividad de la ciencia trastocada por narraciones fantásticas y de aventuras, y, sobretodo, en las posibilidades de la escritura, la representación y la historia escrita, para fundar, deconstruir o interpelar valores, símbolos y presupuestos consagrados (Handelsman, 2009).
La misión geodésica contribuyó de manera notable y decisiva para la modernización de las regiones que atravesó, y junto con otras exploraciones científicas como la de Humboldt y Bonpland, permitió un segundo descubrimiento de América.
Nuestro país Ecuador, al igual que la novela se encuentra en una permanente tensión entre la historia y la fábula (Handelsman, 2009). Esta fabulación dio rienda suelta a la aguda imaginación de Jorge Velasco Mackenzie que, respaldado por más de diez años de investigación, nos entregó un esmerado trabajo, bello en su interesantísimo contenido, innovador en la manera de contar su historia y rompedor a la hora de encarar la reflexión sobre la escritura: una novela total. Una novela que intenta solidificar/interpelar, desde la literatura, algunos postulados acerca del origen de la adopción del nombre Ecuador para este país.
En ese sentido, Velasco Mackenzie lo advierte al principio: “Quien decida tomar los nombres y sucesos de esta novela como una verdad, cometerá un error, igual al de quien los toma por una fábula”. Con este recurso, el autor intensifica lo enigmático de los personajes y sucesos para recalcar que así como no se pueden conocer los secretos más recónditos tampoco se puede recuperar la verdad del pasado, así como Isabel Goudin “no puede librarse de su memoria perseguida por un pasado que aparece y desaparece y que lo deja a todo y a todos en estado de confusión” (Handelsman, 2009, pág. 145), asimismo toda reconstrucción histórica será un espejismo, una distorsión, una fábula; Velasco Mackenzie, cuestiona/solidifica/interpela las verdades históricas sobre el origen de la nación ecuatoriana y abre un debate informado en capas de historicidades. Pedro Donaldo refiere:
“había dicho que el destino de esa línea algún día era ser país: un lugar de imaginantes, una tierra de todos, donde por cada hombre hay mil frutos y por cada fruto otras mil semillas para que sigan floreciendo, y que haya tierra para vivir y para morir, y que los muertos le entreguen frutos a los vivos desde debajo de la tierra, y que ellos le den a los muertos sus sembríos para que sigan viviendo aun estando muertos; un país como la hoja de un puñal ancho que formará un gran Bósforo en el pecho de la América mestiza, un suelo fértil que asombrará al mundo por su fuerte pequeñez.
La visión idealista de Pedro Donaldo queda contrastada por nuestro cotidiano: un país en desorden y confusión, en donde sacar una cédula de identidad o un pasaporte es más una fábula que un hecho. Todas las recomendaciones para esta novela que indaga en el misterio de nuestra identidad ecuatoriana.
Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.