“Memorias de una geisha” 

¿Es posible conseguir un relato fehaciente de una historia de vida de un personaje que, en realidad, no existió? Fernando Endara, docente de la Universidad Indoamérica, nos habla de capacidad de Arthur Golden para utilizar motivos y escenarios orientales para contar una historia absolutamente occidental en su exitosa novela “Memorias de una geisha”.

Kioto-Japon
¿Cómo explicar la alteridad?

Pregunta sin respuesta suscitada desde los primeros encuentros de unas hordas humanas con otras. La otredad, aquella que determina las diferencias entre grupos geográficos, sociedades y culturas. Desde los enfrentamientos de los griegos y los medas recogidos por Heródoto de Halicarnaso en las “Guerras Médicas”, los seres humanos intentan explicar esas diferencias.

Cada encuentro ocasionó una guerra o una alianza, y cada encuentro fue ocasión para intentar explicar al otro, la otredad o alteridad. Una de las dimensiones de la otredad más esencializada es la oriental u orientalismo. Una corriente que intenta interpretar, -y digo intenta porque se queda en la apariencia de la cosa- formas filosóficas, estéticas, literarias, religiosas y culturales, desde nuestra limitada visión occidental.

Uno de esos ejemplos es la literatura: conocidos son los casos de autores occidentales que, buscando adentrarse en sociedades orientales para configurar imaginarios literarios, tarde o temprano, terminan por convertir sus imaginarios en esencias populares y cotidianas. Es decir que, la visión que en occidente tenemos de oriente, se da, mucho más, por el cine, la música, el anime y la literatura; que, por viajes o experiencias concretas de intercambio cultural. Sin embargo, y pese al racismo que pueda existir, constituye un acercamiento, una curiosidad o un interés que puede o no cristalizar, en un verdadero conocimiento de los fenómenos orientales desde sus actores implicados.

Por otro lado, se puede producir un abuso por parte de occidente; esto es, estereotipar, esencializar y/o generar prejuicios e imaginarios inmóviles sobre oriente, que niegan la dimensión humana del cambio, la transformación y la trascendencia. A este debate nos convoca Arthur Golden y su polémica y exitosa novela: “Memorias de una Geisha”, publicada en 1999.

La trama de la novela nos plantea a Sayuri, una Geisha anciana que vive en New York y que decide contar su ajetreada vida a un joven escritor quien traslada estas memorias al papel. Mediante esta argucia narrativa, Arthur Golden, nos convoca a una historia íntima y personal, parece que la misma Sayuri, en primera persona, relata la historia, y esto, es el máximo logro del libro: conseguir un relato fehaciente de una historia de vida de un personaje que, en realidad, no existió.

Claro, si hubo una geisha que ayudó a Golden a plantear escenarios y situaciones; sin embargo, Mineko Iwasaki, la geisha consultada, se sintió defraudada y traicionada, sobre todo al ver el éxito publicitario y económico que consiguió la obra. Esto llevó a los juicios sobre autoría y originalidad, y determinó la publicación de otros libros, menos mitificados, sobre las geishas y su cultura. Dejando de lado la polémica, “Memorias” es una obra que atrapa al lector por la capacidad de sumergirlo en el Kioto del siglo XX, gracias a ese mecanismo descrito de darle veracidad a una historia ficticia.

En otras palabras, la capacidad para utilizar motivos y escenarios orientales para contar una historia absolutamente occidental. Algo por otra parte, únicamente posible en la bisagra de ambas sociedades; es así que Golden, siendo norteamericano, pasó gran parte de su vida, estudiando o viviendo en Japón pues se especializó en arte e historia nipona en la Universidad de Columbia. Revisemos la trama de la novela:

geishas

“Memorias de una Geisha” está dividida en 35 episodios y, aunque no tiene marcadas sus partes, se podrían ubicar tres: a) la infancia de Sayuri y la separación de su familia, b) su aprendizaje, preparación y entrenamiento para convertirse en Geisha, y c) su fama como geisha, la guerra mundial, su renacer y su viaje.

Por supuesto, y al tratarse de una novela occidental -con temática oriental- el amor de pareja está presente como una columna vertebral que sostiene la narración. Eso, a pesar de que se explica que una geisha no puede amar ni enamorarse. Chiyo, la protagonista, fue una niña nacida en la más mísera pobreza en la región de Yoroido. Sin embargo, era atractiva e inteligente, sus ojos grises que la revelaban de agua eran profundos y enigmáticos.

Fue separada de su familia -padre pescador y madre enferma- junto a su hermana mayor: vendidas y compradas al mejor postor. Chiyo fue a parar a una Okiya, una casa en donde viven las geishas: aquí comenzaría su preparación, como criada primero y luego como aprendiz; mientras que su hermana mayor fue destinada a la prostitución.

La infancia de Chiyo resultó amarga en exceso. Sola, explotada y humillada, casi sin saber cuál será su destino. Se resistió a su condición de aprendiza y buscó una salida que le permita reencontrarse con su hermana. Sin embargo, cuando llegó el momento de escapar, los planes se frustraron y la pequeña terminó precipitada, inconsciente y golpeada; después de caer del techo de la Okiya hasta la casa vecina. Sus captoras se desilusionaron y la condenaron a ser criada en lugar de geisha. El tiempo pasó y aunque Chiyo tenía todo en su contra; brilló la esperanza: Mameha y el presidente.

Mameha era la geisha más famosa del distrito de Gión y quizá de todo Kioto. Ella decidió proteger a Chiyo, guardarla bajo sus enseñanzas, toda vez que descubrió la belleza de la muchacha oculta tras la ropa de criada y la tristeza de su mirada. El presidente era un hombre elegante e inteligente que, en una ocasión, encontró a Chiyo en angustia y desespero; entonces le regaló un helado mientras le devolvía la fe en las personas y en la humanidad. Gracias a estos dos encuentros, Chiyo dejó de pensar en escapar y decidió convertirse en Geisha.

Como era de esperarse, el camino estuvo lleno de espinas. Esta es una de las mejores partes del libro, cuando se detallan las extenuantes rutinas de entrenamiento y la sutil habilidad artística que deben desarrollar las geishas para tocar el shamisen, interpretar las danzas de las estaciones, realizar la ceremonia del té, prender con la conversación, ataviarse con kimonos, obis y demás aditamentos especiales, en fin, a cautivar con su presencia.

Y ya cuando comienzan los avatares de geisha, transformada en Sayuri se suscitó la conflagración: el pecado, el mizuage. Esta práctica consistía en la venta de la virginidad de la geisha, que se subastaba, como si de un objeto se tratase.

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Poderosos e influyentes caballeros apostaron por el mizuage con Sayuri, quien después de ser atravesada -que no amada- por la daga del afortunado -enfermo, para nuestra época.

Este fue uno de los aspectos que desató la polémica, pues Mineko Iwasaki fue enfática al rechazarlo, argumentando que una geisha no vendía su cuerpo. Sin embargo, para “Memorias” una geisha solo está completa después del Mizuage, así que después de transitarlo, Sayuri estuvo completa e inició su periplo.

Sayuri ganó fama al poco tiempo, debido a sus artes en la danza, sobre todo, al protagonizar el festival de primavera. Fue entonces que logró vencer a Hatsumono, una geisha famosa que vivía en su misma Okiya. Hatsumono le había complicado la vida a Sayuri desde su misma llegada a la Okiya, acusándola de dañar kimonos, robar joyas y embaucar caballeros. Incluso se paseaba por las casas del té, en donde estaban Sayuri y Mameha para, como una víbora, soltar su veneno desprestigiándolas.

La rivalidad, como era de esperarse, escaló hasta el enfrentamiento que conllevó la expulsión de Hatsumono, pues Sayuri empezó a generar más réditos para la Okiya. La Okiya funcionaba como un negocio: acogían a las geishas desde que eran niñas, pagaban su educación y les daban acceso a lo kimonos, maquillaje y demás aditamentos; a cambio, las geishas debían dar todo lo que cobraban a la Okiya. Las Okiyas, por lo general estaban administradas por antiguas geishas, llamadas okasan, es decir, madres. La relación entre las Okiyas y las geishas podía ser estrictamente económica o podía volverse filial, en caso de la okasan decida adoptar a la geisha como su hija y heredera.

La salida de Hatsumono de la Okiya -para no perder el clima dramático- coincide con los bombardeos recibidos por Japón, por supuesto, había comenzado la Segunda Guerra Mundial.

Durante los años previos, ya se sentía la decadencia, la militarización, el racionamiento. Sin embargo, Kioto, y en concreto Gión, al ser un distrito de geishas, mantuvo sus lujos y preponderancia; eso sí, a costa de sacrificios. A Sayuri le tocó aceptar como “Danna” a un militar influyente; pero corrupto. Un Danna era algo así como un patrocinador, una figura que, en calidad de amante, tenía ciertos reclamos sobre la geisha; pero que debía pagar altas sumas de dinero por una compañía que, aunque daba privilegios, no daba exclusividad.

Pero la guerra, como todos sabemos, se volvió holocausto y desastre nuclear; así que no quedó otro remedio que abandonar Kioto y recluirse, a Sayuri la llevaron con un fabricante de telas, quien la puso a trabajar. La crudeza de la guerra casi extravía sus rasgos y amaneramientos de geisha; pero el fénix renació de sus cenizas.

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Después de la guerra, Sayuri fue requerida como geisha, para acompañar a sus viejos conocidos Nobu y el presidente. Entre ellos se fue tejiendo un triángulo amoroso a lo largo de la novela que solo al final se desenreda: cuando descubrimos intenciones ocultas y sentimientos inconfesables. Nos encausamos a un final casi idílico, se alcanzan las aspiraciones, se cumplen los sueños y se expanden los horizontes para iniciar nuevos proyectos. El final, al más puro estilo Holliwoodense, confirma las sospechas: un final feliz anclado en la visión occidental del amor romántico. “Memorias” es, pese a eso, una magnífica novela que entretiene y abre la curiosidad por una forma de vida, una manera de ser, sentir y percibir el mundo única, específica y exclusiva de las geishas.

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Por ende, me quedo con más preguntas que respuestas: ¿Cuáles son los elementos que definen la identidad de una geisha? ¿Quién es el público objetivo de la novela? ¿En nombre de quién habla el novelista? ¿Es apropiación cultural? ¿Qué noción de otredad ponemos en tensión en relación con las geishas y la visión de oriente y occidente?

No hay respuestas sencillas; sin embargo, la noción de “orientalismo” de Said es determinante. Sus potentes reflexiones encausaron los caminos de la antropología y de los estudios culturales al poner en jáque las visiones maniqueas sobre oriente y occidente. Said argumenta que, toda identidad del mundo oriental no es más que una manipulación occidental del conocimiento, en donde oriente es identificado por Occidente.

Es decir que, conocer el oriente es crear el oriente, al oriental y todo lo que le rodea. Es configurar un lugar separado, excéntrico, diferente, sensual y pasivo; entonces estudiando el oriente, el occidente se hace más grande, al lograr que el oriente se convierta en lo visto: el objeto, lo estudiado. El oriente es una representación europea.

El oriente para Said es una invención recreada en Occidente a partir de sus propias categorías. Tal vez por eso la polémica entre Arthur Golden y Mineko Iwasaki. La propuesta es superar la visión esencializada, para descubrir a oriente como un proceso, no como un objeto; sino como una colectividad de sujetos con autonomía y cuyas identidades permanecen en un constante proceso de construcción, cambio, etc.

Una de esas identidades colectivas, esencializadas y mitificadas son las Geisha. Una geisha no es lo que nos cuenta “Memorias”. O más bien, no es sólo lo que nos cuenta “Memorias”; es mucho más. Las geishas, son una serie de identidades o categorías móviles que van adquiriendo distintos significados acorde al tiempo y al contexto geográfico, de tal manera que no existe una única definición de geisha; sino que van mutando: adaptando y adoptando características en cada periodo histórico.

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“Memorias” ofrece una ventana al mundo de las geishas, pero no es una versión acabada; es una verdad parcial… Si conocer el oriente es crearlo, conocer sobre las geishas -su arte, las relaciones que existen entre ellas y con los hombres, su vestimenta, maquillaje y demás-; es crearlas, es decir que, esta novela, concebida para lectores occidentales, busca perpetuar el poder y el conocimiento que occidente tiene sobre Japón.

Sobre esta cuestión en particular, reflexiona Liza Dalby en su novela “Geisha”, que inició como un trabajo académico de antropología con técnicas etnográficas que se trastocó en un proceso personal de transformación; siendo que Dalby se convirtió en la primera geisha occidental. Su aprendizaje y su transitar la brindaron herramientas para desde la autoetnografía escribir su novela. Por eso, disfrutemos de los acercamientos literarios entre oriente y occidente, sin olvidar que, ni la literatura ni el cine son inocentes.

La ficción es eso, un producto de la imaginación, no un reflejo de la realidad. Cuidado y nos confundamos como aquellos que, sin diferenciar ficción y realidad, cancelan series, libros y películas.

Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.

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