Para quienes están interesados en la ciencia ficción, este libro es medular. “La máquina del tiempo” y los mundos posibles de Herbert George Wells son señalados en esta reseña.
Imaginémonos un enorme prado en donde el follaje es verde, las flores son de colores vivos y el cielo es de una claridad que se parece al púrpura. Pensemos que estamos en ese lugar y que sentimos la paz del paisaje etéreo. Ahora, supongamos que allí, exactamente en ese sitio, se encontraba, miles de años atrás, la capital del imperio británico.
Allí, donde ahora hay naturaleza, estaba el Palacio de Buckingham, el Parlamento Inglés, la torre del Reloj, la Catedral de Westminster o el Museo Británico. Es decir, imaginémonos el futuro como la desaparición del más alto punto de la civilización europea.
En La máquina del tiempo, H. G. Wells propone al menos dos argumentos de naturaleza genial. El primero, es la posibilidad de recrear en otra realidad posible (o imposible) el mundo contradictorio y estratificado en que habitamos los humanos. Es decir, la “lucha de clases”, tal como la concibieron Marx y Engels, que es la lucha entre los poseedores de la propiedad de los medios de producción y los que no los poseen.
El segundo argumento, el fundamental, tiene que ver con el vaticinio sobre nuestra naturaleza humana, sus alcances, sus posibilidades, su esencia. Parto del viejo debate entre los que como Hobbes creían que el hombre es el lobo del hombre y los que, como Rousseau, creían que el hombre nace bueno y es el mundo, y su dimensión terrible, el que lo hace malo. Claramente, en Wells, se analizan esas dos posibilidades.
En el fondo, el lenguaje es una clave estética y ética. En la novela la comunión de fondo y forma encarnan un instante o un mensaje o una postura frente a la vida.
Pienso que no es coincidencia o mero accidente el hecho de que Wells termine su novela con esa bellísima metáfora por la cual sentencia que cuando la inteligencia y la fuerza hayan desaparecido, la gratitud y una mutua ternura serán lo que resista y quede en el corazón de toda persona.
En esa frase, creo, determina el fin de la más cruenta guerra de nuestra especie: entre nuestro lado cruel y violento, nuestro lado generoso y tierno.
Escrito por Miguel Molina Díaz, abogado, escritor y docente universitario.