Beacul, novela sobre el amor potente 

¿Puede una persona someterse a esclavitud voluntaria? ¿Puede, esa persona, encontrar placer en ello? ¿Puede la pasión, convertir en amos y esclavos a sus contendientes? ¿Cuáles son los límites del amor? Puede la sexualidad adoptar cualquier forma; aún la violencia, ¿mientras sus participantes estén de acuerdo y expresen su consentimiento libre y voluntario? ¿Podemos encontrar el goce, al reverso del sufrimiento? ¿Son el placer y el dolor dos rostros de la misma moneda? La literatura erótica, particularmente la novela, es una apuesta compleja, profunda y delicada por dilucidar estas preguntas y por expandir los límites de la sexualidad y de la imaginación 

En ese sentido, la colección: “La Sonrisa Vertical”, biblioteca de erotismo, editada por Tusquets, es un referente del género en lengua castellana; en sus dos ediciones: la de la década de los 80 con pasta gruesas en color negro y magenta, y la actual, con pastas blandas y color rosado. El catálogo de la colección es amplio y abarca literatura de varias épocas y de distintas geografías; incluye obras clásicas, libros anónimos, novelas ganadoras del concurso impulsado por la colección, traducciones y varios tesoros rescatados, en su mayoría, por Luis García Berlanga, editor y líder de la “Sonrisa Vertical”.  

Una de esas obras, culta, anónima y poco entendida se titula: “Beacul” firmada con el sinónimo de S.G. Clo’zen. La novela, publicada en Francia en 1971 por Régine Deforges en la extinta colección «L¿Or du Temps», sigue las pruebas y tormentos que Beatriz debe atravesar para convertirse en Beacul, como si fuera una iniciación religiosa; y argumenta, al igual que la célebre “Historia de O”, que: la entrega total de la sumisión erótica es la forma más fina, acabada, completa y potente del amor.  

“Eres un animal noble, pero doméstico, o más bien, por domesticar. Te debo el estar satisfecho porque te veo sumisa y has elegido esta sumisión. Pero es preciso que yo ejerza esta sumisión, que la exija de tu boca, de tus manos, de tus pies y sobre todo de tu grupa, porque eres y debes ser ante todo un culo, perpetuamente ofrecido al látigo. A veces conocerás el reposo, pero, mientras te esté domando, te llamarás BEACUL. No serás tan sólo azotada. Se me ocurrirá a veces flagelarte desde la nuca hasta los talones y provocar el sufrimiento en todo tu cuerpo, pero jamás deberás olvidar que, de hecho, sólo existes en esa parte de tu cuerpo que va de los riñones a las pantorrillas. ¿Lo recordarás?”​ (Clozen, 1984, pág. 92)​ 

En efecto, “Beacul” es un tratado de sadomasoquismo, narrado en primera persona por Beatriz Darty, quien se convierte en esclava voluntaria de su amo. Beatriz abrazó su condición de sumisa con entereza casi espiritual, con el misticismo de la religión que persigue el tormento como un camino al éxtasis. Al inicio, por supuesto, fue reticente; fue casi obligada por la Condesa Batilde de Clermont a recibir el castigo. La condesa la extorsionó pues conocía de su amorío secreto con un Pintor, mientras su esposo se hallaba en Brasil en misión diplomática.  

Entonces Beatriz cayó en las argucias de Batilde y fue castigada; es decir, azotada en los muslos y en las nalgas con látigos. Sin embargo, esta azotaina, lejos de convertirse en un trauma para Beatriz; fue un despertar. El amanecer de su piel a los placeres refinados de los golpes, los cardenales y la sangre como vehículo de excitación. Pronto, conoció a Madame Augusta, otra dominante que; sin embargo, ofreció la experticia de pomadas y masajes para camuflar las huellas de las heridas y conservar las cicatrices necesarias para alimentar al deseo.  

Los lectores adivinamos pronto que esta trampa estuvo armada por el Pintor desde el principio, pues quería que su amante se entregue en totalidad: esto es, humillada, vejada y sangrante. Cuando Beatriz descubrió que el laberinto de nuevas sensaciones de dolor y de placer se acompañaban por las órdenes de su amante y que él se complacía, en demasía, con esta pasión, la protagonista decidió someterse a su rol de sumisa, con toda su alma y toda su carne.  

“No soy objeto, porque el objeto no elige, y yo he elegido. Instrumento, sí, instrumento por resonancia, grupa, nalgas de resonancia, tambor sonoro, pero el tambor no siente que es golpeado. Castigo, sí, único concepto posible, porque ésta es la necesidad de ese sexo exigente, imperioso, abierto, tendido, húmedo hasta el punto de mojar el pavimento con un hilo continuo de miel cuyo charco se extiende entre el muro y mis rodillas. Beacul, sí, y con alegría, pero sobre todo sexo, sexo inteligente expresado en esa lógica despiadada del látigo, de las ataduras del castigo, de la crin. ¿Cómo existir entre dos orgasmos si no es en esta prosternación? ¿Cómo tener paciencia sin la tortura del azote, como contener ese deseo sin la complicidad del cilicio, de ese maravilloso guardián, cuya vigilancia se ejerce en todas partes a la vez, hasta la raja de la grupa, sorprendiéndote con todas sus púas al menor movimiento y de modo más imperativo e incisivo a medida que trascurre el tiempo?”​ (Clozen, 1984, pág. 95)​ 

Entonces comenzaron las verdaderas humillaciones. Beatriz; es decir, Beacul, fue trasladada a una mansión destinada para estos placeres. Prisionera de sí mismo, aceptó el encierro en la jaula arrodillada en el suelo sobre garbanzos que arden y lastiman, mientras sus manos fueron encadenadas y esposadas sobre su cabeza. Beacul sumisa no asegura encontrar la libertad en las ataduras -como otras sumisas famosas de la narrativa erótica-; pero si enfatiza en la excitación que le producen el roce de las cadenas, la sangre y el dolor.  

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Así, mientras la piel escuece la vagina se humedece. El camino del dolor es un camino del placer, cada martirio es un aplazamiento del goce, cada privación y cada azote preparan los deleites, hasta llevarlos a su máxima explosión. Y, como no, para prorrogar un poco más el abundante chorro de Beatriz, su amo ordena el cilicio, el cinturón de castidad y la animalización. En efecto, Beacul fue convertida en perra, en mascota sexual y como tal, fue encerrada en la perrera, amordazada, con bozal y con plug de cola perruna. Sólo estas humillaciones conducían al verdadero placer del amo; sólo esta esclavitud era el sendero de la sumisa para llegar al orgasmo.  

“Eso es; la disciplina y la mortificación constituyen su núcleo. El medio para llegar a ellas es una lenta y metódica iniciación cuyo resultado debe ser una toma de conciencia y cuya consecuencia será la búsqueda ulterior del mejor empleo de ese don revelado. Así es como, en el plano práctico, las solicitaciones místicas, como las diversas humillaciones y la meditación, unidas a ejercicios físicos de disciplina corporal de naturaleza distinta, como el látigo y el empalamiento te han conducido de manera natural a tu bautismo de sangre, y hasta a la hora, cima vertiginosa de la Regla. Al comienzo, se te azotaba como castigo; ahora, el castigo, esa voluptuosidad en el sufrimiento, es una recompensa a tu espera”​ (Clozen, 1984, pág. 113)​.  

Como se aprecia, estos temas no sólo que son tabú -como toda la literatura erótica-; sino que desafían, incluso a los lectores del género, y más aún, a los lectores moralizantes que buscan empatizar con los personajes de nuestros días, para quienes esta lectura es un escándalo, una afrenta y una aberración. No faltan las reseñas que descalifican la obra, o peor aún, que indican la imposibilidad de terminar su lectura, debido a su abyección.  

Por fortuna, esta novelita no se lee tanto; sino sería justada, tachada, prohibida, quemada por la corrección política. Por eso, esta apuesta erótica expande ya no los límites de la sexualidad; sino también los límites de la libertad literaria. ¿Se pude contarlo todo? ¿Se puede narrarlo todo? ¿Existen límites para la creación literaria? Como las respuestas a estas preguntas son complejas y varían según la perspectiva, el autor (o autora) se oculta en el seudónimo para dar rienda suelta a toda la perversión.  

Pero no nos confundamos, “Beacul” no es ni un manual de BDSM, ni una guía iniciática para neófitos, es más bien literatura, en toda la extensión de la palabra; puesto que el tema y su tratamiento demuestran atino, sutileza, inteligencia, humor, desenfreno y sensibilidad de manera que conecta la imaginación literaria con la práctica radical de la dominación y sumisión. Entonces se tiende un puente, los personajes no se envilecen, practican el amor extremo y el sacrificio corporal como un ejercicio espiritual; tal cual lo ejecutan, muchas personas aficionadas a estas fruiciones.  

Por eso, la conclusión del libro cae por su propio peso: toda forma de amar es válida, toda forma de pasión es legítima; siendo dicha pasión más potente, mientras más tabúes quiebre en su conflagración. Una vez más, la literatura erótica es un atisbo de libertad, una vez más, recordamos a Gil de Biedma, porque los misterios del amor son del alma; pero es en el cuerpo donde se los lee. Porque una vez más, descubrimos que la sexualidad es infinita, inabarcable y transgresora.  

¿Conocías este libro?, te leemos en los comentarios.  

 

Escrito por Fernando Endara.  

Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica.  

Instagram: @fer_libros.

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