El que susurra en la oscuridad, Lovecraft 

No cabe duda de que Howard Philips Lovecraft no fue un escritor sino un profeta, y que su obra, no es literatura sino mitología. No cabe preguntarse si sus ominosos dioses son ficciones o posibilidades, son mas bien, como todos los dioses y todos los mitos, producto de la imaginación, la creatividad y la habilidad humana. Para Jesús Maestro y su Crítica de la Razón Literaria, la literatura nace cuando los seres humanos entendimos que los dioses son una ficción. Sigue leyendo esta reseña sobre la obra “El que susurra en la oscuridad”. 

La cosmogénesis de Cthulhu podría parangonarse a la titanomaquia de los griegos o a la torre de babel de los semitas; sin embargo, dista bastante. La vida de Lovecraft, como su obra, fue sombría, dolorosa, aterida, cultísima e intelectual. Formado con los prejuicios de la clase alta de Nueva Inglaterra de inicios del siglo XX, tuvo que soportar numerosas muertes familiares hasta quedarse totalmente solo y empobrecido 

Sus anhelos de juventud y de madurez estaban totalmente desconectados de la realidad que le tocó transitar, fijando su atención en lo trascendente, en lo arcaico, en lo infinito, evitando así las vulgaridades del comercio, el trabajo, la guerra, la sociedad, los placeres y el matrimonio; aunque sí se casó. Enfermo y estoico, quizá su única pasión fue la implacable búsqueda de conocimientos antiguos junto con el talento de una pluma que, casi denostada en su época, hoy se eleva a un estandarte cercano al mismísimo Poe 

Escribió numeroso relatos cortos y largos publicados en revistas de Pulp y después a través de editoriales auspiciadas por su círculo de amigos. Las variadas antologías terminaron produciendo una suerte de caos en donde no se tiene muy claro cuando fueron escritos, publicados y traducidos los relatos, pues las fechas son confusas o guardan algún enigma.  

Una estela que, por otra parte, le cae como anillo al dedo a Lovecraft pues deja un vilo sin resolver; así como sus últimos tres años de vida, en donde casi desapareció del mundo y se mantuvo encerrado y envuelto en pesadillas. Uno de sus relatos más aterradores y conocidos es “El que susurra en la oscuridad” escrito en 1930 y publicado en 1931 en Weird Tales. Veamos algunos de sus elementos. 

El cuento está narrado en primera persona por el profesor de literatura de la Universidad de Miskatonic en Arkham, Masachsets, y experto en folklore y leyendas antiguas, Albert N. Wilmarth, quien recuerda los extraños sucesos en torno a la desaparición de Henry Akeley. Los acontecimientos iniciaron con una serie de inundaciones en la zona de Vermont que trajeron algunos desechos orgánicos de origen desconocido y que desataron una serie de rumores y especulaciones que se conectaron con el folklore local 

TEXT ALT (FOTO): imagen referencial de la obra “El que susurra en la oscuridad”, de Lovecraft

Así, esta controversia alcanzó los diarios y llegó a oídos del profesor Willmarth quien, incrédulo en un inicio, atribuyó el misterio a simple confusión y caos humano. Sin embargo, al poco tiempo recibió cartas de Akeley, antropólogo ermitaño que vivía en una granja aislada cerca de Townshead, Vermont, con noticias impresionantes e imposibles. Resulta que los rumores de los campesinos estaban en lo cierto. En efecto, Akeley demostraba la existencia de unos seres de origen desconocido viviendo cerca de su comarca.  

Seres extraños que no eran animales ni vegetales, que ni siquiera eran de este mundo, que eran más antiguos que el ser humano, más antiguos que el planeta Tierra. Akeley, en calidad de científico, buscó y encontró las más diversas evidencias: grabaciones en cinta magnética, huellas de extraños desplazamientos y, más impactante, un vetusto y enigmático objeto sin precedentes, cuyo origen, en definitiva, no podía rastrearse desde el raciocinio humano 

Los expertos intercambiaron cartas sorprendentes en donde Akeley, asustado, escribió sobre encuentros, contactos y batallas entre los extraños y sus perros, a la par que reveló conocimientos de orden oscuro y cósmico que el narrador supo que se conectaban, como si fueran un rompecabezas, con los mitos de Vermont y otras zonas.  

Las cartas cambiaron de todo, el enigma cambió a terror y finalmente a una sombría decisión. Akeley invitó a Willmartt a visitarlo, entonces le diría la verdad. Aquellos seres eran cósmicos y oscuros, eran visitantes de más allá del sistema solar, cuya base cercana se encontraba detrás de Neptuno, en el noveno planeta. Eran criaturas cuyo poder y antigüedad les permitía desplazarse por el universo a la vez que les otorgaba un conocimiento infinito.  

Estos Mi Go o exteriores tienen forma de hongo, aunque su material genético es distinto al terrestre. Son Hongos de Yuggoth que carecen de ojos, pero tienen otros sentidos para relacionarse con su mundo sombrío y repleto de torres y templos, poseen antenas, alas de murciélago y patas de crustáceo. Así, el narrador visitó a Akeley, pero lo encontró en condiciones deplorables. Padecía una extraña neumonía que lo mantenía postrado al sofá, pero sus sentidos estaban lúcidos, magnánimos excelsos. Incluso pudo refugiarse en los secretos cósmicos para intentar dejar atrás su cuerpo terrestre y conseguir la vida cerebral cósmica 

Willmarth descubrió una serie de cilindros con artificiosas conexiones que mantenía intactos y en reserva cerebros de personas elegidas, quienes dejaron sus cuerpos para viajar por el cosmos, acercándose al culto de los dioses exteriores. Akeley quiso ser otro de los elegidos para dejar la humanidad y pasar a un posthumanismo: un cerebro empacado y conectado con tecnología que permite nuevas sensaciones alejadas de lo corpóreo y ancladas en lo intelectual. Nuestro protagonista, como cualquier lector cuerdo, quedó asustado por tremenda alternativa que escapa de los límites de la ciencia y el conocimiento humano 

imagen referencial de la obra “El que susurra en la oscuridad”, de Lovecraft

Por supuesto, la idea de un cerebro con vida artificial fuera del cuerpo es previa a este relato. Por eso, algunos críticos destacan las influencias de Lovecraft al escribir este texto. Algunos de los autores que lo inspiraron fueron: Arthur Marchen, destacado en el terror fantástico; Robert W. Chambers, ícono del terror del siglo XIX y Ambrose Bierce reconocido por su estilo particular de escritura y su diccionario del Diablo. De Marchen toma la idea de un profesor que se ve arrastrado a creer en lo inimaginable, dotando de verosimilitud a la historia; mientras que Chambers y Bierce aportaron con lo fantástico, lo sombrío y lo psicológico.

De manera que, en “El que susurra en la oscuridad”, encontramos a un Lovecraft en transición, puesto que sin abandonar la cosmicidad de sus horrores, se adentra en el género naciente de ciencia ficción.

En efecto, muchos de los relatos que Howard leyó y escribió se publicaron en Pulp en el momento en que estas revistas fueron el caldo del cultivo para el surgimiento del fantástico y de la ciencia ficción. Sin embargo, la obra de Lovecraft se destaca y diferencia por la construcción de una mitología propia e influyente a la cultura popular 

Así, este relato reúne muchos de los mejores elementos del autor: descripciones densas de parajes y seres antiguos, poderosos y espeluznantes, verosimilitud del relato a través de personajes con jerga y comportamiento científico, y, extrañamiento ante unos horrores que se descubren supremos porque revelan la finitud del ser humano. Un pequeño e insignificante humano, un parpadeo en el tiempo del universo.  

Así lo entiende Lovecraft, no, no somos polvo de estrellas, somos la nada, el vacío, un instante de luz antes de una muerte eterna. En esa pequeñez, la humanidad creó la literatura, para convertir lo finito en infinito. Por eso, Lovecraft es eterno, porque como Chtulhu, es Dios, profeta y mito a la vez.  

Escrito por Fernando Endara. Antropólogo. Docente Universidad Indoamérica.

Instagram: @fer_libros. 

 

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