“Sin novedad en el frente”, la novela prohibida.

¡Por la Patria, la familia, la vida!, es uno de slogans de la avanzada ideológica nacionalista y conservadora que amenaza con sumir al continente americano en las sombras de la represión. El regreso de la educación en valores y en cívica a las escuelas, en detrimento de proyectos de educación sexual y de género, son una apuesta pedagógica por el control biopolítico del cuerpo y del pensamiento. Bajo el disfraz de la seguridad, Dios, la vida y la familia, se esconden estrategias de discriminación de la diferencia; así como de normalización de jerarquías eclesiásticas, políticas, económicas y militares, por supuesto, de tinte patriarcal.

Así, el culto por los símbolos patrios, por los trapos colgados en astas, y demás iconografías de corte nacionalista, son el camino para justificar las guerras entre los países y las masacres internas. La cívica abre la puerta al servicio militar obligatorio; y con ello, a la militarización de la sociedad. Por fortuna, aún existe la literatura como un espacio de libertad que propone valiosas perspectivas para enfrentar el control ideológico de los poderes mediáticos, políticos y económicos.

Así, la novela: “Sin novedad en el frente” del escritor alemán Erich María Remarque se constituye como una obra antibélica y antimilitarista de amplia trascendencia. Publicada en 1929, la obra fue prohibida y quemada durante el régimen nazi, por considerarse antipatriota. De hecho, Remarque fue un consumado opositar del nazismo, su trayectoria de vida lo llevó desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial hasta Estados Unidos y Suiza; lugares a donde tuvo que huir debido a la persecución del régimen de la esvástica.

Es normal que una sociedad bélica persiga a los pacifistas; es normal que una sociedad forjada en valores y en patriotismo, justifique la segregación de la diferencia, así como la explotación y el exterminio de aquellos grupos humanos que los patriotas consideren inferiores para legitimar su jerarquía.

Lógicamente estos grupos son los pobres, las mujeres, los indígenas, los integrantes de la comunidad LGBTIQ+, los consumidores de sustancias, y, por supuesto, algunos ciudadanos que no nos comemos el cuento de la patria y de la familia.

Pese a estar considerada como una novela prohibida, “Sin novedad en el frente” trascendió gracias a sus adaptaciones cinematográficas. La primera adaptación, de 1930, ganó el Oscar a la mejor película y al mejor director; la segunda, un telefilm de 1979, estuvo nominada al Globo de Oro; mientras la tercera, estrenada en 2022, ganó el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa. El argumento de la obra, por demás conocido, retrata las devastadoras peripecias que un grupo de jóvenes soldados alemanes atraviesa en las trincheras del frente occidental de la Primera Guerra Mundial.

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La Gran Guerra fue un conflicto de escala casi global suscitado por un cúmulo de poderes, e ideas enfrentadas. La decadencia de los últimos imperios europeos de Antiguo Régimen contrastaba con el afán expansionista de nuevos estados, así como con el afán nacionalista de varios pueblos étnicos. A la par, el socialismo como doctrina política e ideológica se oponía al nacionalista militarista, y al liberalismo democrático de corte capitalista.

Esta situación polarizó las sociedades y legitimó el uso de la violencia, incluso de la muerte de los opositores, para sostener un régimen político, ideológico y económico. Una conjura de alianzas estatales y de intereses coloniales en África y Asia, complejizaba aún más la situación, haciendo que cualquier pretexto originara la matanza.

Este pretexto fue el asesinato del archiduque heredero del trono austrohúngaro Francisco Fernando, a manos de Gavrilo Princip, integrante de la organización nacionalista serbia La Mano Negra en 1914. La red de alianzas, ofensas e intereses estatales y particulares, lanzó a la guerra a miles de tropas bajo el mando de generales, presidentes y emperadores que, por si fuera poco, estaban emparentados.

Así, el Segundo Reich Alemán buscó acrecentar su dominio geopolítico, beneficiándose de la guerra para extender su territorio en Europa y en las colonias. Esto llevó a la rápida incursión del ejército alemán, uno de los más modernos de aquel entonces, en tierras francesas, hasta posicionarse a pocos kilómetros de París.

Sin embargo, como es conocido, el ejército francés, con apoyo de tropas aliadas, contuvo la arremetida alemana, propiciando una guerra de posiciones o guerra de trincheras. Miles de soldados, de ambos bandos, se refugiaron bajo tierra, en lo que fue una guerra de desgaste en el frente occidental. Aquí se ambientan los acontecimientos de: “Sin novedad en el frente”. La novela se narra en primera persona, bajo la perspectiva de Paul Bäumer, quien, junto a sus amigos, es arrastrado en la ola de patriotismo que se extendía por Alemania a inicios del siglo XX.

En efecto, cuando el polvorín de la Gran Guerra estalló, fueron numerosos los soldados, así como pedagogos, instructores y militares, quienes celebraron con vítores las proclamas de guerra y adelantaron sueños de triunfos militares, heroísmos sangrientos y medallas que se empolvarían con el tiempo. La mayoría de estas ilusiones fueron bautizadas con fuego y devastación, bajo el calor de los obuses y el infierno de los gases sucumbieron miles de jóvenes arrancados de sus hogares, apenas empezando a florecer.

Hordas de patriotas que fueron convencidas por maestros, padres y educadores quienes, con el pretexto de la cívica y el amor a la nación, infundieron el odio al diferente y propiciaron una masacre. Otras ilusiones; sin embargo, se mantenían firmes, pues generales, líderes y mandatarios miraban desde lejos y con un profundo desde por la vida humana, las acciones militares; movilizando ejércitos con estrategias inútiles que llevaron a uno y a otro bando, a la auto aniquilación. No hay heroísmo en las guerras.

Remarque lo entiende a la perfección, su vida y su obra es un desafío a los nacionalismos y al militarismo, a la vez que es un canto por la paz. Por eso, en “Sin novedad en el frente” el retrato de la batalla es encarnado y realista, el protagonista cuenta lo que ve y lo que siento; lo cual se reduce a muerte y desesperanza.

Durante la novela, conocemos a los compañeros de Paul, cada uno con una característica en particular: Kat el carismático y figura paternal, Kropp el joven intelectual, Muller el afanoso estudiante, Tjaden el de voraz apetito, Detering el campesino; todos, como se intuye al iniciar el relato, mueren.

Estos personajes aderezan conversaciones, actitudes y situaciones que, en medio de la miseria del frente de batalla, constituyen un poderoso deseo de vivir. Los personajes retornan a sus instintos más básicos, en donde sobrevivir, comer y descansar constituye lo único importante.

Cuando los soldados, sepultados bajo el gas y la artillería de la trinchera, retornan a las barracas, van al hospital o tiene licencia para visitar a las familias se desata una algarabía teñida del gris de la nostalgia, o más bien, la sepia sensación de que el tiempo entre el descanso y el infierno del frente se acorta cada vez.

Los diálogos y las descripciones de Remarque van en dos sentidos: son profundamente conmovedores en la calma y terriblemente desgarradores en la batalla. Existen imágenes que un lector imaginativo jamás olvidará, como los cuerpos calcinados o desmembrados de hombres que inhalaron gas o que aúllan pidiendo una ayuda imposible tras quedar ciegos o mutilados en el frente o en los hospitales. O las escenas de las inmensas ratas infestando unas trincheras en donde escaseaba de todo; excepto las epidemias, el frío y la suciedad.

Los cuadros bélicos o de descanso se suceden, uno más conmovedor que otro demostrando aquello que fue nombrado por los especialistas como: “generación perdida”. Aquellos jóvenes que alcanzaron la mayoría de edad durante la Gran Guerra, que vieron la modernidad descalabrarse y que, por tanto, quedaron sin esperanzas de porvenir. Por estas razones, quizá el parlamento más famoso del libro, reza:

Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación y la muerte, la angustia y el tránsito de una existencia llena de la más estúpida superficialidad a un abismo de dolor. Veo que los pueblos son lanzados los unos contra los otros, y se matan sin rechistar, sin saber nada, locamente, dócilmente, inocentemente. Veo cómo los más ilustres cerebros inventan armas y frases para hacer posible todo esto durante más tiempo y con mayor refinamiento. Y como yo, lo ven todos los hombres de mi edad, aquí y entre los otros, en todo el mundo; conmigo lo está viviendo toda mi generación. ¿Qué harán nuestros padres si un día nos levantamos y les exigimos cuentas? ¿Qué esperan de nosotros cuando la guerra haya terminado? Durante años enteros, nuestra ocupación ha sido matar; ha sido el primer oficio de nuestra vida. Nuestro conocimiento de la vida se reduce a la muerte. ¿Qué puede, pues, suceder después de esto? ¿Qué podrán hacer de nosotros?

Una advertencia para nuestras generaciones que parece harán caso omiso. Leer con cuidado, no vaya a ser que la venda se caiga de nuestros ojos, y contemplemos al monstruo que se esconde detrás del discurso de la Patria, la familia y la vida. La literatura, siempre será un faro en medio de estas sombras.

Escrito por Fernando Endara, Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica.

Instagram: @fer_libros.

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