Terremoto en Ambato, semblanza histórica en el libro de Jéssica Torres

La Fiesta de la Fruta y de las Flores (FFF) es una celebración que la ciudad de Ambato organizó como un recuerdo del terremoto en memoria al trabajo de quienes se levantaron después de la tragedia y con espíritu ambateño reconstruyeron la ciudad. En esta ocasión, Fernando Endara, docente de la Universidad Indoamérica, analiza libro “AMBATO, Terremoto y Reconstrucción (1949 – 1961)”, de Jéssica Torres, una investigación capaz de adentrarse en los avatares político/históricos suscitados después de una catástrofe natural.

Ambato

El 5 de agosto de 1949 un devastador terremoto de magnitud 6.8 en la escala de Richter con una profundidad de 40 km sacudió la zona central interandina del Ecuador. El epicentro se localizó en una falla tectónica al sur del Nido Sísmico de Pisayambo, en el caserío Chacauco, aproximadamente a 20 km al nororiente de Pelileo en la provincia de Tungurahua.

De acuerdo a varias investigaciones, la catástrofe dejó alrededor de 6000 muertos, 100 000 personas sin hogar y un área afectada de 1920 km2 en las ciudades de Píllaro, Pelileo, Guano, Ambato, entre otros. El bautizado como “Terremoto del 49” o “Terremoto de Ambato”, fue uno de los fenómenos naturales más desastrosos del siglo XX en el Ecuador, las pérdidas para la población y para el Estado fueron incalculables.

Después de la seguidilla de sismos que siguieron a los movimientos principales, los ciudadanos y el Estado se pusieron manos a la obra para la reconstrucción de las ciudades destruidas. El Gobierno Nacional, encabezado por Galo Plaza Lasso creó las Juntas de Restauración de Cotopaxi, Chimborazo y Tungurahua, con la finalidad de generar un Plan Regulador para las ciudades destruidas y ejecutar la reconstrucción.

El libro “AMBATO, Terremoto y Reconstrucción (1949 – 1961)”, de la historiadora Jéssica Torres, analiza el Plan Regulador para la reconstrucción de Ambato, así como las diversas tensiones/acuerdos que se produjeron en las fases de emergencia y reconstrucción entre los actores locales, representados por el Consejo Cantonal y los diarios locales, y los actores nacionales representados por la Junta de Reconstrucción de Tungurahua.

Esta minuciosa y cuidada investigación formó parte del proyecto de maestría de la historia Jéssica Torres y constituye, además de un esmerado trabajo, un potente libro para adentrarse en los avatares político/históricos suscitados después de una catástrofe natural, a la luz de una rigurosa revisión de fuentes documentales primarias. Veamos con más detalle.

Son varios los aspectos que destacan en este libro:

1) Una metodología operativa que traslada al trabajo de campo de discusión histórica las preguntas guía y los objetivos planteados en un marco temporal ambicioso pero necesario. 

2) Una escrupulosa y sesuda reflexión de fuentes primarias: testimonios orales y escritos, los diarios ambateños de la época, Crónicas y El Heraldo, y, las actas del Consejo Cantonal; siendo lo novedoso, la forma de ver, reflexionar e interrogar a las fuentes de manera que se puedan distinguir las diversas voces de los actores locales y nacionales al asumir un Plan Regulador y ejecutar la reconstrucción.

3) El uso de herramientas cartográficas para orientar el estudio desde la historia social urbana y desde la geohistoria; “en ese sentido, historia y geografía son una pareja indisociable”​ (Torres, 2022, pág. 19)​.

4) Una hipótesis que, aunque parece un “hombre de paja”, se sostiene en la necesidad de extrapolar las voces de los diversos actores sociales que intervinieron en el proceso del Plan Regulador y que, a la postre, terminaron consolidando procesos de segregación espacial anteriores al terremoto de 1949.

Y, 5) El cariño que la autora puso en estas páginas en un proceso académico e investigativo arduo y complejo, en un país que mal paga a quienes leemos (con devoción) y escribimos (por necesidad), y que, terminó exitoso con la publicación de un libro repleto de agradecimiento y estima para quienes colaboraron en su investigación y escritura.

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Un cariño que es reflejo del amor que Jéssica siente por su ciudad, por sus habitantes y sus barrios, por sus huecas y sus calles, por sus olores y dolores, por su sabor de pan con aroma de leña, su clima de durazno primavera, su color de tarde claudia equinoccial y, su memoria, adornada de altivos, ilustres y anónimos ambateños.

La obra tiene una introducción, tres capítulos analíticos y una conclusión que conectaré con una opinión final. El primer capítulo aborda la situación de la urbe ambateña enfocada en la planificación urbana previa a la catástrofe, el terremoto del 5 de agosto de 1949, y, la fase de emergencia del sismo.

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Para Jessica Torres (2022) la planificación urbana en el Ecuador a mediados del siglo XX se encontraba enmarcada en las tendencias europeas y norteamericanas de la época, que buscaban una distribución espacial poblacional acorde a sus posibilidades económicas y a sus actividades laborales/profesionales. El instrumento que se creó para gestionar esta estructura espacial en la urbe se denominó Plan Regulador, un documento técnico en donde arquitectos, ingenieros y urbanistas proyectaban el crecimiento de la ciudad en un plazo aproximado de cincuenta años (pág. 22).

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Este Plan Regulador se concretó y se llevó a cabo en ciudades como Guayaquil o Quito, es por eso que, en Ambato, centro turístico, comercial e industrial del país, se planteó la necesidad de un Plan Regulador en 1943 (6 años antes del terremoto), por iniciativa de Humberto Albornoz. El Consejo Cantonal, presidido por José Filomentor Cuesta respaldó el proyecto y convocó al especialista Jones Odriozola para que elabore un planteamiento técnico con costos, tiempo, condiciones, y secuelas de un Plan Regulador que pueda ser consultado con la ciudadanía. A pesar de que tanto el cabildo como la ciudadanía respaldaron la propuesta, esta no se concretó por limitaciones económicas.

La historiadora Torres hace énfasis en la segregación espacial (socioeconómica/cultural) de la ciudad previa al terremoto y, por tanto, previa al Plan Regulador; en donde, a pesar de que las fábricas y las industrias se hallaban distribuidas sin orden a lo largo y ancho de la ciudad, la parte administrativa y el comercio de alta categoría se concentraba exclusivamente en el centro al sur de la Medalla Milagrosa y alrededor del parque Montalvo.

Asimismo, esta zona central-sur (barrio alto), además de los barrios de Miraflores y Ficoa eran los que contaba con servicios básicos mientras que los barrios del norte (barrios bajos o plebeyos), en contraste, se encontraban tugurizados, con sobrepoblación y sin servicios básicos​ (Torres, 2022)​.

Los argumentos de Torres (2022) van en dos sentidos: incidir en que la segregación espacial se encontraba aún antes del terremoto, siendo la reconstrucción un refuerzo para esta segregación y que, en el proceso de la gestión de un Plan Regulador, el primer intento fallido, el de 1943-1944, tuvo injerencia local, mientras que la planificación y las obras finales, se ejecutaron desde el Estado, con poca participación local.

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Para la descripción del terremoto de Chacauco del 5 de agosto de 1949, la autora utiliza testimonios orales y escritos que dan cuenta de la dimensión de la tragedia, con la tierra abriendo sus fauces para tragarse vivos a los asustados pobladores mientras las casas caían, los cerros se desplomaban y aullaba la tierra entera su clamor poderoso de los siglos.

En Pelileo, cantón cercano al epicentro, no quedó una casa en pie, la ciudad tuvo que trasladarse de sitio. En Ambato algunas casas quedaron en pie, algunas con daños parciales, la mayoría destruidas; las viviendas sobrevivientes fueron categorizadas en: habitables, reparables o por demolerse, una gran cantidad de edificios y viviendas se demolieron por el temor a que nuevas réplicas ocasionen peligro.

Pelileo

Era momento de la rehabilitación, que tiene dos etapas: emergencia y restauración. Durante la fase de emergencia, el Consejo Cantonal, presidido por Neptalí Sancho, organizó mingas y brigadas barriales para la búsqueda y el auxilio de los supervivientes, y gestionó refugios temporales para los damnificados que se ubicaron en las cercanías de la Laguna Ingahurco, en los parques Juan Benigno Vela, Montalvo, 12 de Noviembre y Cevallos, y en las plazas Primero de Mayo, Colombia y Urbina.

El Estado por su parte llevó a cabo una serie de acciones que entraron en conflicto con las disposiciones locales, como la Ley Militar o el toque de queda, que dificultaron el trabajo de las brigadas barriales y que provocaron la rabia de la población ambateña, expresada en las editoriales del diario Crónica:

Pero eso de que un Ministro de Gobierno y un secretario de defensa vengan a visitarnos exhibiendo revólveres y cinturones llenos de cartuchos […] Como si vinieran a una ciudad revoltosa […] Porque el pueblo de Ambato no ha justificado ni antes ni ahora, ni en su esplendor ni en su desgracia, precauciones de esa índole​ (Crónica (Ambato), 1949)​.

El capítulo segundo: “La Ciudad Proyectada” analiza el camino de la reconstrucción de Ambato. Para la historiadora Torres (2022): “los objetivos iban más allá de asistir momentáneamente a los habitantes o de reparar ciudades. Más bien, se buscaba organizar a la población y redistribuirla espacialmente, así como transformar a las urbes en sitios modernos” (pág. 96). En este capítulo se explora la planificación y propuesta del anteproyecto del Plan Regulador hasta su aprobación en 1951, así como el funcionamiento de la Junta de Reconstrucción de Tungurahua a lo largo de sus 12 años de trabajo en el contexto de las tensiones del gobierno central con los intereses locales.

Lo que la autora buscó fue distinguir las voces específicas de los actores ambateños, por tanto, en esta sección priman las fuentes periodísticas de la época y las actas de las reuniones del Consejo Cantonal.

Algunas de las razones para el desencuentro entre el estado central y el gobierno local fueron la estructuración en función de los integrantes de la Junta, así como sus atribuciones, que tenían un límite muy difuso con las del Cabildo a la hora de otorgar permisos para demoler, rehabilitar o edificar una vivienda particular. De igual manera, Torres (2022) ubica tres momentos significativos de confrontación:

1) al momento de crearse la Junta durante la presidencia de Galo Plaza Lasso porque su composición inicial no daba cabida directa al alcalde Neptalí Sancho.

2) Durante los años 1950-1952, en la alcaldía de José Arcadio Carrasco Miño, porque se plantearon hasta cuatro propuestas de cambio para la estructura y funciones de la Junta.

Y, 3) En 1957, durante la presidencia de Camilo Ponce Enríquez y la alcaldía de Rodrigo Pachano, cuando se limitaron las funciones de la Junta hasta finalmente ser suprimida en 1961 por el presidente Carlos Julio Arosemena Monroy ante la aparente culminación de la obra. Las actividades proyectadas y los fondos económicos restantes fueron transferidos al Consejo Provincial de Tungurahua para finalizar la reconstrucción.

El capítulo tercero: “La ciudad en reconstrucción” analiza los documentos desde 1950, una vez aprobado el anteproyecto del Plan Regulador, hasta el cese de la Junta en 1961. Cabe recalcar que el Plan Regulador aprobado contemplaba dividir la ciudad en cinco distritos, acorde a las características socioeconómicas de la población, conservando el centro administrativo y comercial alrededor del centro-sur de la ciudad (antiguos barrios altos), mientras que la zona industrial y de transporte se trasladaría a la periferia.

Se proyectó sitios de comercio, administración y servicios para cada distrito, que aunque buscaban otorgar comodidades a los habitantes, evitaba los desplazamientos y los encuentros en los sectores centrales de la urbe​ (Torres, 2022)​. A la par, este proyecto de distribución establecía las características de las viviendas que se podían construir en cada distrito; así, las edificaciones de mayor calidad estaban permitidas en Miraflores o Ficoa, mientras las casas económicas se debían ubicar en el Distrito Sur o Huachi o en el Distrito Oriental o Bellavista.

Ante este panorama, la historiadora Torres buscó determinar cómo las aspiraciones (de la población, del cabildo y de la Junta) se fueron o no trasformando en realidades según las diversas posibilidades del Plan enfocándose en el caso emblemático de la ciudadela Ingahurco. Después del terremoto la ciudad se extendió hasta el norte, se urbanizó el sector de Ingahurco en el Distrito Norte como uno de los bloques más importantes del Ambato del futuro.

Según el Plan, la zona daría cabida a 600 familias, se buscaba que los afectados por el terremoto accedieran a viviendas económicas, individuales y colectivas. Durante la repartición de estas casas se denunciaron varios tipos de corruptelas, por lo que los ambateños solicitaron la elaboración de un reglamento para la asignación de viviendas que diera preferencia a los damnificados.

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Además del reglamento, se elaboraron fichas que los aspirantes debían llenar acorde a ciertos indicadores, por lo que, si bien es cierto que el reglamento favorecía a los damnificados, en las fichas (y en la práctica) se otorgaba mayores puntajes (y las casas) a quienes tenían mayores sueldos y mejores tasas de amortización​ (Torres, 2022)​.

Esta revisión política/histórica le permite a Jéssica Torres rastrear los diferentes conflictos que se produjeron entorno al anteproyecto del Plan Regulador y la rehabilitación (emergencia y reconstrucción) de la ciudad de Ambato después de la catástrofe de 1949, entre los sectores locales (Consejo Cantonal, prensa y población en general) y la Junta de Reconstrucción de Tungurahua.

Este análisis verifica los contrapuntos, intersecciones y resquicios de la reconstrucción para reflexionar sobre la segregación: “detrás del discurso de modernización y ordenamiento de la ciudad se reforzaron escenarios de segregación espacial socioeconómica​ (Torres, 2022, pág. 92)​.

En la opinión de algunos ambateños, reflejada en el diario Crónica, la Junta se dedicó a edificar “palacios y palacetes”, ciudadelas y avenidas, en los barrios del centro-sur, a la vez que proyectó la expansión del distrito central (el de la administración pública y el comercio de alta categoría) hacia Miraflores (donde vive la élite de la ciudad), en lugar de incidir en los barrios poco atendidos del centro-norte, o de atender las necesidades de los damnificados, quienes, en muchos de los casos, ni siquiera lograron adquirir una vivienda en Ingahurco​ (Torres, 2022)​​ (Crónica , 1960)​.

Por supuesto, toda buena investigación es aquella que, respondiendo a las preguntas de investigación, plantea nuevas aristas, inquietudes y reflexiones. Me surge la duda, ¿será que estas estrategias de segregación espacial, socioeconómica y cultural, activadas antes del terremoto y reforzadas por el Plan Regulador, se potencian en cada celebración de la Fiesta de la Fruta y de las Flores?

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Explico, la Fiesta de la Fruta y de las Flores (FFF) es una celebración que la ciudad de Ambato organizó como un recuerdo del terremoto en memoria al trabajo de quienes se levantaron después de la tragedia y con espíritu ambateño reconstruyeron la ciudad. El asunto es que, la FFF se celebra la misma fecha que en Ecuador se festeja el carnaval, adaptación local de los carnavales mediterráneos que se sincretizaron con las expresiones culturales prehispánicas que tienen por característica el enfrentamiento festivo con agua, espuma de carnaval (carioca), tinta, harina, etc., entre amigos, vecinos, familias y barrios.

Se denomina “jugar carnaval” a este enfrentamiento festivo que adquiere su propio matiz en las diferentes regiones y ciudades, siendo algunos carnavales del Ecuador, como el “Carnaval de Guaranda”, reconocido a nivel mundial por su alegría y colorido.

El problema es que la FFF no solo prohíbe el juego de carnaval en Ambato, sancionando a los infractores y vendedores de productos especializados en el juego, sino que se enaltece de ello, creando una jerarquía. Veamos, mientras el Comité Permanente de la FFF (Órgano encargado de planificar y ejecutar la fiesta), la alcaldía, los medios de comunicación, los académicos, las instituciones y personas de bien (los barrios altos, el centro-sur, entre otros) se encargan de resaltar discursos como: “en Ambato no se juega carnaval” o, “respeta, demuestra tu cultura, no juegues carnaval” o, “esto no es un carnaval, es el recuerdo del terremoto y de los ambateños que nos precedieron”; en los barrios bajos, de la Medalla Milagrosa hacia el Norte, en la Merced, en Plazas y Mercados, en las periferias de la ciudad, se vive la algarabía del enfrentamiento festivo.

La realidad es más terca que la fantasía, mientras las autoridades buscan evitar el juego del carnaval y venden el relato de que en Ambato no se juega carnaval; en las calles, las plazas, los parques, los vehículos, las casas, se aprecian a niños y grandes sonreídos, divirtiéndose, mojados o espumosos, con su carioca en la mano, haciendo caso omiso a las recomendaciones del cabildo, de los medios, del que no quiere ensuciarse de pueblo.

En ciudades y poblados aledaños a Ambato se juega con gusto el carnaval. El carnaval, según Jesús Maestro, es un espacio festivo/cómico en donde por unos momentos se trastoca el orden social​ (Maestro, 2020)​, pudiendo el vagabundo ser el rey del carnaval y el alcalde otro jugador anónimo, intrépido y mojado. Entiendo que la memoria del terremoto y de los ambateños que levantaron la ciudad es valiosísima e imprescindible; sin embargo, cuestiono el hecho de que por recordar estos acontecimientos se omita, se borre, se prohíba o se niegue el juego del carnaval y que, por tanto, se prohíba trastocar el orden social, aunque sea en un espacio festivo.

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En ese sentido, la FFF es una celebración que refuerza la segregación espacial, socioeconómica y cultural, al vigorizar la jerarquía: “los cultos no jugamos carnaval, eso se lo dejamos a los plebeyos, a los del barrio bajo, a las plazas y mercados”. Estas reflexiones muy personales se posibilitan por mis investigaciones previas en fiestas andinas, mis recorridos citadinos ambateños y por supuesto, la lectura de este libro, un texto importantísimo a la hora de plantear nuevos estudios de investigación histórica en la ciudad de Ambato.

Todas las felicitaciones a Jéssica por su primer trabajo, que sea el inicio de una trayectoria académica al servicio de su ciudad y su gente. “AMBATO, Terremoto y Reconstrucción (1949 – 1961)”, un libro que merece la atención de la comunidad intelectual ambateña, un estudio profundo y honesto que demuestra lo mucho que nos queda por descubrir en el derrotero de la historia, cuando se trabaja con ahínco y generosidad.

Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica.
Instagram: @fer_libros.

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