El pase del Niño desde un enfoque sagrado

La Navidad constituye un tiempo de unión familiar y comunitaria que descansa sobre viejos ritos y dioses paganos asociados al solsticio de invierno; a la vez que celebra al Dios Cristiano en un ferviente sincretismo espiritual y cultural. No hay ninguna duda de que cada pueblo tiene su manera única y particular de celebrar estos ritos, siendo los Andes uno de los sitios con mayor variedad y cantidad de festejos, costumbres y tradiciones religiosas populares. Así, en Ecuador se realiza el “Pase del niño”, una variante del Rito de los Reyes Magos propiciada por el encuentro entre el mundo hispano y el mundo andino que resultó en un proceso de evangelización durante la colonia/imperio español americano.

Se trata de un recorrido público en el cuál niños y niñas de diversas edades se disfrazan de algunos personajes religiosos y festivos que interactúan, interpretan, cantan, bailan, etc., acompañados de grupos musicales populares y/o bandas de pueblo. En todos los casos, estos recorridos festivos son devocionales y van presididos por la imagen de un Niñito o Niño Dios. Esta imagen representa el nacimiento de Jesús, según la mitología bíblica cristiana, acaecida hace dos mil años en una aldea de Jerusalén.

Aunque los datos precisos de este acontecimiento son confusos, complejos y polémicos, lo importante en el Pase del Niño es que este nacimiento se convierte en el acontecimiento que eleva a sagrada la imagen escultórica de un bebé, ataviado con elegantes y variopintos ropajes, que representa a Jesús. Este bebe, conocido como Niñito o Niño Dios es adorado durante todo el año, y en la fecha indicada sale de su morada, siendo esta una iglesia o una casa particular, y atraviesa la vía pública junto a un cortejo festivo hasta llegar a la misma o a otra iglesia para celebrar la eucaristía de bendición.

Este proceso, conocido como Pase del Niño se realiza en casi todo el Ecuador y guarda importantes variantes entre sus regiones. Quizá los pases más conocidos sean los de Riobamba y sus alrededores, en la antigua región Puruhá; así como los de Cuenca y sus alrededores al sur del Ecuador, en lo que constituyó la zona Cañari. Esta expresión religiosa y festiva tiene un alto impacto tanto social como económico y está arraigada a la costumbre de muchas zonas del país. Por eso, en 1981, la antropóloga Susana González publicó el volumen: “El pase del Niño”, un estudio de esta tradición en la ciudad de Cuenca y sus alrededores. El importante y primigenio trabajo es una brillante etnográfica que se enfoca en el Pase del Niño Viajero y el Pase del Rey de Reyes, ambos realizados en la urbe cuencana.

Fotografías: David Maya. Pase al Niño Pukaicha en Riobamba.

El libro tiene 5 capítulos: uno introductorio en el que se presentan algunos de los conceptos empleados como el de Religiosidad Popular; el segundo capítulo es la etnografía propiamente dicha del Pase del Niño; el tercero es un análisis social; el cuarto es una interpretación económica; mientras el último es una explicación de los enfoques sagrados y espirituales en torno a la celebración. Veamos, de manera breve cada uno de estos elementos teniendo en cuenta que; aunque resultan específicos de un sitio y una época –Cuenca a finales de los 70 e inicios de los 80 del siglo XX- se puede o no parangonarlos con los Pases del Niño de la actualidad de estos y otros lugares.

Para empezar, este fenómeno es religioso, pero, como toda fiesta popular, tiene nexos con lo social, lo político, lo económico y lo cultural constituyéndose en un todo completo y complejo. La fiesta resulta un todo, o se vive o se muere (Rueda, 1982). En dichas circunstancias, lo religioso es el eje desde el cual se despliegan otras aristas. Por eso, el marco teórico general que guía este trabajo, y otros sobre la fiesta andina, es el de la Religiosidad Popular.

La Religiosidad Popular constituye un campo de discusión que proviene de la antropología religiosa, desarrollado, en mayor medida por sacerdotes académicos que incluyeron entre sus autores a Manuel Marzal, Gustavo Gutiérrez, Segundo Moreno Yánez, Marco Vinicio Rueda, entre otros; bajo la estela, por supuesto, de la obra de Mircea Eliade. Estas discusiones produjeron una serie de lecturas para caracterizar la religiosidad popular y campesina de los Andes.

Estos son:

a) un conjunto de acciones prácticas signadas por la fuerza de la costumbre, más que por reflexiones teológicas,

b) son expresiones religiosas un poco al margen de lo oficial,

c) son producto del choque de culturas y espiritualidades en donde lo católico se impuso por encima de, al lado de, o junto a, lo andino, y

d) es más vívido e intenso en las masas populares que en las jerarquías civiles o eclesiales (González, 1981) (Rueda, 1982).

En esta línea, es la religiosidad popular, junto a sus santos y sus vírgenes, muchos de ellos conectados a antiguas reliquias, objetos o dioses andinos (paganos); la que sostiene las costumbres y tradiciones más extendidas del Ecuador.

El capítulo dos es una interesantísima etnografía sobre el proceso festivo del Pase del Niño de Cuenca. La atenta mirada de González, quien realizó esta investigación a lo largo de algunos años, le permite enfocarse en casi cada detalle, sin descuidar su posterior análisis e interpretación social, económica y religiosa; aspectos que, ya se indicó, están ligados. Antes de proseguir, es necesario indicar que a partir del primer domingo de adviento y hasta el martes de carnaval se realizan una serie de incontables Pases del Niño en Cuenca y sus alrededores (también en todo el país).

De modo que, en las fechas álgidas del 20 diciembre al 06 de enero, muchos Pases se realizan al unísono. Para ordenar un poco este caos, la antropóloga empieza su etnografía caracterizando y ubicando tipos y estilos de Pases.

Así, muestra los Pases grandes y pequeños, mayores y menores, institucionales y privados para describir sus elementos rectores. Los participantes de la celebración o actores festivos tienen diferentes roles: lo priostes son quienes financian la celebración; las mantenedoras son las encargadas de salvaguardar la costumbre, se encargan de la invitación (convocatoria), la organización y la trasmisión de conocimientos a las nuevas generaciones, es la líder espiritual y material que protege al Niño y a sus devotos; los disfrazados son niños que se visten y adoptan diversos personajes religiosos, civiles, indígenas y modernos; los bailadores de Tucumán o Baile de las Cintas; los músicos que alegran la comparsa; los mayorales que encabezan los carros alegóricos y los burritos que trasportan los castillos y las ofrendas (González, 1981).

El tipo de disfraz de los niños y/o adultos participantes difiere según las zonas del país, siendo los personajes más comunes los religiosos, pues se trata de una caracterización del pesebre, a saber, María, José, Melchor, Gaspar, Baltazar (Reyes Magos), Ángel de la Estrella, pastores, ángeles, etc. A estos se suman personajes históricos como Herodes y soldados romanos, a más de personajes que destacan la plurinacionalidad ecuatoriana con vestimentas que asemejan a los pueblos andinos, amazónicas y afrodescendientes. También se presentan niños con disfraces contemporáneos, en donde se nota la influencia del cine y la televisión, pues emplean trajes de super héroes como la mujer maravilla, Superman o el hombre araña. En Azuay, es común encontrar el Baile del Tucumán o de las cintas, representado por niños y niñas vestidos con motivos andinos, campesinos o indígenas, que consiste en una danza grupal en donde un integrante sujeta un madero vertical en el centro mientras los demás bailan y giran alrededor de este eje llevando cintas con las cuales forman elaborados y vistosos arreglos simbólicos visuales.

Fotografías: David Maya. Pase al Niño Pukaicha en Riobamba.

Los bailadores tejen una forma y la exhiben al público, para después soltarla y tejer una nueva. Si bien este baile está extendido en el Ecuador, con variados motivos y en distintas fechas, adquiere preponderancia en el Pase del Niño en Cuenca (González, 1981). Un poco al norte, en la provincia de Chimborazo, al contrario, el Tucumán o Baile de Cintas es reemplazado por disfrazados festivos como Perros, Diablos de Lata, Danzantes, Chorizos, Sacharuna, entre otros. La función de estos disfrazados es festiva y devocional siendo ejecutados principalmente por adultos.

Muchos de estos personajes acuden por invitación, sobre todo los personajes religiosos; mientras otros acompañantes y seguidores del Pase, se unen de manera espontánea y voluntaria disfrazados o no en la vía pública. En Cuenca y alrededores se acostumbra llevar un castillo a manera de ofrenda, esto es, una construcción de madera en donde se cuelgan una serie de alimentos crudos y cocidos, así como frutas, vegetales, bebidas alcohólicas y sin alcohol, víveres, flores y otros productos que brindan una estética barroca y sobrecargada; pero muy elegante, muy propia de esta celebración.

Estos castillos son transportados a través de la vía pública en asnos, en camionetas o camiones preparados para tal efecto e igualmente adornados. Cada castillo tiene un niño o niña que funge de Mayoral o Mayorala, un disfrazado elegante y de alcurnia, pues representa la jerarquía de la hacienda serrana, en donde, el Mayoral era la máxima autoridad después del terrateniente. La familia de los Mayorales trata de mostrarlos lujosos y generosos para lucirse durante el Pase.

Al finalizar el recorrido se ofrecen algunas de estas ofrendas en la misa y posteriormente se reparten entre los niños y acompañantes, especialmente el pan y la comida preparada; muchas veces se devuelven los productos a las tiendas, pues fueron alquilados mas no adquiridos para la exhibición pública.

En cuanto a las etapas del Pase Niño podemos encontrar cuatro.

1) Invitación. La mantenedora convoca a la participación de personas y niños a través de ofrecimientos y obsequios en donde se enlaza lo social, lo económico y lo religioso.

2) Velación. La imagen escultórica del Niño se vela y se acompaña durante al menos nueve noches previas a la realización del Pase. Esta instancia consiste en reuniones familiares o comunitarias devocionales en donde se escucha y se canta villancicos (canciones navideñas), se reza plegarias al Niño y se comparten algunos alimentos; en ocasiones y en ciertos lugares las veladas son más festivas que devotas y cuentan, además, con música, danza, disfraces, alcohol y juego de barajas.

3) Pase.  Es el recorrido público por las calles de las urbes que va desde el lugar de morada de la imagen hasta la Iglesia o recinto en donde se celebra la misa. Este recorrido es presidido por la imagen y participan los disfrazados, los bailes de Tucumán, los músicos y los castillos transportados en vehículos o animales de carga.

4) Misa y celebración. Consiste en la eucaristía navideña, animada por la liturgia católica y un sermón que se destaca por resaltar los dones concedidos por el Niño. Al final de la misa se realiza un ágape o compartir en donde se reparte el pan y la comida preparada, así como se entregan fundas de caramelos y galletas a los niños. En ocasiones y en ciertos lugares el ágape se extiende con música, pirotecnia, disfraces, baile y borrachera general. Muchas personas participan en más de un Pase del Niño en cada año, aumentando así su capital social, cultural y religioso.

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El análisis social y económico son desplegados en los capítulos dos y tres del volumen, siendo estas interpretaciones unas valiosas maneras de acercarse a este fenómeno festivo. González (1981) analiza la celebración como una búsqueda de prestigio social. Esto se consigue gracias a la participación en el Pase del Niño y a la exhibición de los atuendos y los castillos. Así, ropajes propios y nuevos revelan un status social alto, mientras que ropajes alquilados refiere a un status bajo. Un mayor esplendor en los adornos de los castillos, implica un mayor reconocimiento social y económico de la familia o persona que invirtió en la elaboración del castillo. De esta manera se tejen una serie de relaciones que atraviesan lo económico; pero que se sostienen en prácticas precapitalistas como el intercambio de dones y regalos (Evans Pritchard, 1974).

Fotografías: David Maya. Pase al Niño Pukaicha en Riobamba.

Cuando la mantenedora del Pase realiza las invitaciones a priostes y personajes, les lleva ofrendas y regalos de entre los que sobresale el pan. Cuando la familia acepta el regalo queda endeudada a devolver el doble, la devolución se realiza mediante la participación como priostes o disfrazados, así como con una contribución que puede ser dinero, víveres, comida, voladores, la banda de músicos, la comparsa, etc. Para Susana González (1981) este intercambio de regalos y dones es similar al Potlach o intercambio de done de las islas y litorales de la costa del Pacífico estudiado por Marcel Mauss, entre otros.  

Un elemento indispensable en estos capitales sociales y económicos es el pan, pues por lo general, la mantenedora del Pase es panadera y elabora el pan que reparte durante las invitaciones, velaciones y en la celebración final. Este pan no es un regalo, así nada más, pues la panadera pide contribución económica a los Priostes para su elaboración; más su repartición le concederá un nuevo valor al pan, pues al ser intercambiado como don, se constituye en una deuda adquirida para quien lo recibe (Mauss, 1925).

Así, la mantenedora cobra por el pan y cobra por el regalo, gana dos veces o tres, si incluimos la parte religiosa. Esto explicaría el prestigio que alcanzan las mantenedoras del pase lo que las convierte en líderes sociales, económicas e incluso políticas, más allá de la celebración. Por eso, la mantenedora, en ocasiones, invita a participar a instituciones públicas, privadas, ONGs, y, en los últimos años, a autoridades provinciales y cantonales. Muchos de estos invitados son priostes o mayorales, lo que implica un importante gasto de dinero que se revierte a sí mismo, porque en las sociedades agrarias o agro urbanas, quien más gasta demuestra no solo que tiene la posibilidad de hacerlo, sino que tiene la voluntad de compartir, ganando una economía moral y de prestigio.

Sin embargo, el aspecto más importante y el que envuelve la celebración es el devocional, detallado en el capítulo quinto. En efecto, aunque mantenedoras, priostes, personajes y demás participantes incrementen sus capitales sociales, a la vez que tejen redes de colaboración y afecto que van más allá de la fiesta; esto no sería posible sin el vínculo devocional.

La imagen del Divino Niño se constituye en el centro de todo, a él se le guarda, se le protege, se le cuida, se le baile, se le vela, se le canta, se le festeja. Se confronta lo popular con lo religioso, y lo profano se convierte en sagrado. El Niñito es travieso, premia o castiga a sus devotos: la mayoría de participantes piensa que un buen o mal trabajo durante la celebración traerá positivas o funestas consecuencias según sea el caso. González (1981) recoge testimonios de plegarias concedidas o sanciones y escarmientos que demuestran que el contacto con la divinidad o lo sagrado produce la ambivalencia del terror y la fascinación (Otto, 1965).

Por eso, es común bajar a Dios del pedestal y concederle cualidades humanas como ira, alegría, celos, enojo, felicidad; se vuelve cariñoso, violento, juguetón. En ese sentido, en muchos hogares se trata al Niñito como otro integrante de la familia, se le compra ropajes, se conversa, se le trata con un cariño y ternura inusitadas, llegando a ponerle apodos o nombres familiares. Es común, por ejemplo, llamarlo Niño Manuelito en zonas campesinas de la provincia de Tungurahua.

Así, esto es una muestra de “manipulación de la divinidad”, en donde los sectores populares asocian las circunstancias de su vida cotidiana que, desde una perspectiva atea o secular, están sujetas al caos, la inercia, la ambigüedad y la inestabilidad, al orden o voluntad divida (González, 1981), quitándose cierta responsabilidad, pero anclándose a una esperanza de una vida placentera venidera. Estos elementos festivos, sociales, económicos, políticos, y devocionales hacen que el Pase del Niño sea una de las expresiones culturales más importantes y arraigadas del Ecuador. A pesar de la secularización de la sociedad del último cuarto del siglo XX, el Pase continúa afincado y extendido a lo largo y ancho del país.

Fotografías: David Maya. Pase al Niño Pukaicha en Riobamba.

En el primer cuarto del siglo XIX, procesos exógenos como el multiculturalismo, la globalización, el debate sobre las identidades étnicas, las redes virtuales o las tensiones sobre Patrimonio Cultural Inmaterial, impactaron las celebraciones locales y, en lugar de eliminarlas u homogenizarlas, prevalecieron lo local en sus participantes quienes cada día están más orgullosos y felices de sus tradiciones. Para la antropóloga Gisela Cánepa Koch (2001), estos rituales se pueden analizar como una Cultura Expresiva, un concepto que junta la memoria, la identidad y la performance para verificar como estas celebraciones encarnan nociones socioculturales en sus participantes otorgándoles una serie de valores locales y globales anclados a la identidad.

Así, el cuencano se hace cuencano al participar en el Pase del Niño, el riobambeño se hace riobambeño al participar en el Pase, el latacungueño otro tanto con la Mama Negra, y el Pillareño lo mismo con la Diablada. Además de la identidad local compartida, se encarnan una serie de nociones específicas en cada participante o grupo de participantes, siendo los valores encarnados en el Pase, devocionales, sociales y económicos como ya se indicó. Mi visión es lejana a de los románticos que quieren proteger o evitar que se pierdan estas expresiones culturales, porque sencillamente en nuestra época no se ve un declive; mas bien, todo lo contrario, vivimos el auge de la fiesta andina, en sus vertientes religiosa y popular.

Este auge de la fiesta andina produce una serie de problemas que no tienen que ver con su visibilización o invisibilización, que se alejan del debate sobre la pérdida de elementos andinos o la perdida de estas celebraciones. Es todo lo opuesto, los conflictos actuales tienen que ver con una sobreexplotación de la identidad festiva, el turismo cultural, la institucionalización de las celebraciones y el comercio masivo y abusivo.

Así, las fiestas se declaran patrimoniales, pero esto, en lugar de beneficiar a los actores festivos los desplaza, pues ahora son los políticos y los partidos proselitistas quienes buscan el protagonismo para después triunfar en las urnas. Asimismo, la participación masiva causa una descontextualización de las fiestas, pues muchos de sus bailadores disfrutan del ambiente catártico, pero desconocen los contextos históricos, religiosos y sociales sobre los cuales descansan los bailes y fiestas.

Los turistas buscan participar, fotografiarse y protagonizar momentos que no le son propios, pues, una vez más, desplazan a los actores festivos de las calles y las luces. La academia, conectada a la empresa, no estudia ni interpreta las celebraciones, sino que utiliza sus elementos más llamativos y exóticos para crear mercadería o paquetes turísticos que resultan en un beneficio económico para personas cuyas familias son actores indirectos de la fiesta, mientras los actores directos se convierten en un espectáculo que sustenta a los otros.

Unos bailan, otros se benefician. Por último, el gusto que sentimos los bailadores es íntimo e irremplazable, no se puede vender/comprar, ofertar al turista o transaccionar por curules políticos. Seguiremos bailando disfrazados en estos Andes, pero no para ustedes; sino para nosotros mismos. Entonces, el Pase del Niño seguirá convocando a sus devotos y seguirá convirtiendo lo profano en sagrado, año tras año, hasta el fin de los tiempos.

Escrito por Fernando Endara. Antropólogo. Docente Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.

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