¿Qué harías tú si pudieras detener el tiempo? 

Después de la lectura de “La Fermata” (1994) de Nicholson Baker, mi perplejidad y confusión ante la pregunta: ¿qué personaje literario desearía ser?, quedó resuelta. Asimismo, encontré la respuesta definitiva a la cuestión: ¿qué superpoder desearía tener? Estas inquietudes, por difícil que parezca, quedaron zanjadas con esta novela que trastoca el tiempo. 

La Fermata resulta un ejercicio literario satírico de voyerismo, que intenta justificar, una y otra vez, sus excesos literarios. Baker, nacido en 1957, es un intelectual, novelista y ensayista norteamericano prolífico con más de diez novelas y ensayos publicados. Su estilo se destaca por la primacía que da a la técnica del flujo de conciencia con narradores protagonistas -acelerados, sinceros y sin remordimientos – que relatan, no tanto los acontecimientos; sino más bien, sus pensamientos, emociones y sensaciones, alrededor de las situaciones, muchas veces insólitas, en las que se meten.  

Es decir, el planteamiento de la trama no resulta tan potente, como la descripción minuciosa y detallada de la realidad que el narrador/protagonista percibe a través de sus sentidos, emociones e intelecto. Así, la Fermata, junto con Vox (1992) y House of Holes (2011) constituye su trilogía erótica. ¿De qué va La Fermata, y cuál es ese superpoder que todo lector/voyerista quizá desearía tener? 

Esta circunstancia se devela, incluso desde la contraportada; y es que, su narrador/protagonista Arno, tiene la capacidad de detener el tiempo a su antojo. Es decir, puede pausar el cauce universal del tiempo, mientras él, libre de ataduras, puede moverse y actuar libremente en una esfera por fuera del tiempo. Así, ya sea con una lavadora en centrifugación o con un simple chasquido de dedos, todo se detiene alrededor de Arno, mientras él realiza sus fechorías. Aventuras que, por otra parte, son como si nunca hubieran existido, puesto que no se registraron en el tiempo, de manera que no se crearon recuerdos ni se generó interacción.  

Quiero decir que Arno puede detener el tiempo, con el único propósito de desvestir y tocar a una mujer atractiva, sin que esta se dé por enterada de la travesura. De hecho, esta es la principal ocupación del narrador/protagonista, detener el tiempo para desnudar y contemplar mujeres. Por supuesto, esta intromisión en la intimidad de una persona podría asemejarse a una violación; sin embargo, Arno se encarga de hacer apología reiterativa para justificar sus actos. Es, por tanto, todo un voyerista.  

Será que ¿los lectores somos voyeristas? ¿No es una especie de voyerismo el contemplar las vidas, acontecimientos, pensamientos y acciones de personajes creados por otras personas? ¿No es la literatura un gran ejercicio de exhibición y voyerismo? ¿o solo estoy haciendo apología de mi propio placer, al justificar, en el plano literario, un anhelo secreto surgido después de leer La Fermata?  

Arno Strine, como decía, puede detener el tiempo. Es por eso que, al llevar este estilo tan particular de vida, decide escribir sus memorias a través de una biografía. Por eso la narración va en primera persona, rompe lo cronológico e indaga en la metanarrativa: la de un personaje que escribe una obra mientras reflexiona sobre ella, casi rompiendo la cuarta pared.  

Así, la novela se cuenta en presente, pero recurre al relato del pasado: ya sea para justificar las acciones, o para explicar las decisiones tomadas por Arno. El narrador/protagonista se gana la vida en trabajos ocasionales, de preferencia en la trascripción de documentos. Desde chico, gracias a las causalidades de la suerte, entendió que, si disponía de los artefactos adecuados, en el orden perfecto, podría surgir el Pliegue.  

El narrador/protagonista llama Pliegue o Fermata a su super cualidad. Estas habilidades, por supuesto, son intermitentes en la vida del protagonista. Así, su maestra de escuela fue la primera víctima: fue desnudada y contemplada. Después surgieron chicas ocasionales hasta que el Pliegue se convirtió en la razón de ser del narrador: desnudando a casi cada mujer que se atraviese en su camino.  

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La desfachatez de Arno es cuestionada por él mismo. De modo que constantemente rechaza el considerarse como pervertido; o peor aún, como agresor, porque, al fin y al cabo, la acción realizada no genera recuerdos, es como si nunca hubiera sucedido pues nadie, salvo él, conoce el manejo del Pliegue. Pero su conciencia le revela, de forma reiterada, la ausencia del consentimiento de la otra persona; por tanto, se viola la intimidad. Por eso actúa de manera delicada, casi tierna, intentando reducir el daño, desnudando y acomodando ropajes, contemplando, casi de manera sublime, cada piel femenina.  

Sin embargo, al poco tiempo, las acciones suben de nivel, pues Arno pasa a la acción en el sentido de utilizar el Pliegue para conseguir objetivos específicos como conquistar a una mujer, insertar relatos eróticos en la grabación de casete que otra mujer escucha mientras conduce en la carretera, acomodar juguetes sexuales en el panty de alguna chica, u observar a la ex novia en pleno acto sexual con su pareja, para reemplazar al actual e insertarse él; todo esto, sin que nadie más, excepto él, se de por enterado.  

Quiero decir que realiza actos específicos en la Fermata, y luego activa el tiempo con el objetivo de trastocar la realidad y según sus palabras: propiciar el encuentro de una chica con su sexualidad escondida. Y pese a todo, activar el Pliegue conlleva soledad.  

Evidentemente, una novela así produjo paradojas en la crítica que no podía denostar la obra por su tema, debido a que su narración juega de manera divertidísima con el lenguaje para describir situaciones que van del absurdo a la sátira. Por tanto, la obra fue aplaudida a la par que tachada de repulsiva. 

No faltó el lector que, como yo, intentara chasquear los dedos, con toda la fe del caso, de cuando en cuando, para detenerlo todo alrededor, y quizá, como Arno, realizar fechorías. Y aquí, reside el potencial literario de la novela: el plantear preguntas que nos permitan dilucidar el fondo de nuestra condición humana. En efecto, una de las preocupaciones, méritos o complejidades de las grandes obras de la literatura universal, no es su capacidad de responder preguntas sobre la condición humana; sino de formularlas. 

Así, las mejores obras son aquellas que cuestionan y plantean inquietudes cuya resolución, que se puede plantear o no en dicha obra, queda incompleta, puesto que resulta solo una de las muchas respuestas a esta pregunta. Lo interesante no es la respuesta; sino la pregunta. Si las grandes obras plantean grandes preguntas; tal vez existen obras que plantean, pequeñas, pero contundentes preguntas como esta: ¿qué harías tú si pudieras detener el tiempo a tu antojo? 

Esa es la reflexión final: ¿qué hacer si pudiéramos detener el tiempo? Lo utilizaríamos para nuestro beneficio personal, para ayudar a nuestras familias, comunidades y seres queridos; para intentar sostener este planeta devastado. O lo utilizaríamos para trastocar lo cotidiano, incidiendo en propiciar enfrentamientos y caos social, para recuperar aquella conciencia que hemos perdido como especie desde una disrupción. O, simplemente, lo aprovecharíamos para nuestro beneficio personal para enriquecernos, envilecernos, pervertirnos y dar rienda suelta al placer. Que quede la respuesta en cada uno de nosotros. La condición humana, queda demostrado, una vez más, es infinita.  

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 Escrito por Fernando Endara, Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica.   

Instagram: @fer_libros.  

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