Si hablamos de paraísos en el mundo de la literatura, es casi imposible olvidar que Jorge Luis Borges decía “Siempre me imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Seguramente porque los libros muchas veces sirven como refugio, escape o disipación. Esta vez, nos referimos a “Paraíso”, novela de Abdulrazak Gurnah, Premio Nobel 2021, de la mano del docente Fernando Endara.
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Si hay un paraíso en la tierra, está aquí, está aquí, está aquí.
ABDULRAZAK GURNAH, Paraíso
Paraíso, Paradiso -recordando al abundante Lezama Lima, y su ascensión a los paraísos de la lengua a través del homo-eros y el esoterismo-.
Antes de hablar, en concreto, sobre la novela del Premio Nobel de Literatura 2021, Abdulrazak Gurnah, tendamos algunos puentes. La idea del paraíso, divino o terrenal acompaña a la humanidad desde los tiempos del Pueblo de Ur (Sumer) en la antigua Mesopotamia: un multicolor jardín vegetal y animal en donde habitó la humanidad, antes de caer en pecado original (y, de paso, condenar a la mujer al oprobio). El mito del Jardín del Edén y sus variantes, se extiende y está presente a lo largo y ancho del globo terráqueo desde diversas vertientes culturales, religiosas y lingüísticas. Para la literatura occidental, el término Paraíso se asoció al mito de la creación, a la caída de la humanidad (debido a la tentación de Lucifer, estrella de la mañana), y a su redención después del juicio final.
El “Paradiso” aparece al final de la Divina Comedia, y el “Paraíso Perdido” surge en John Milton; ambas, poéticas fundacionales de la visión católica/mediterránea, y protestante/anglosajona del mundo moderno, respectivamente. Sin embargo, es en los años de expansión imperial de las potencias europeas, durante los Siglos XV al XIX, cuando el mito del paraíso -como un sitio geográfico determinado – reencarnó a raíz de los descubrimientos, la navegación y la conquista de nuevas tierras suscitadas en Abya Yala (América), África, y los Mares del Sur.
Intrépidos aventureros y audaces navegantes se lanzaron a la caza de tesoros reales e imaginarios. La fuente de la juventud, los pilares de la Tierra o el Jardín del Edén, fueron solo una muestra de los sitios míticos que buscaron sin encontrar. Al amanecer del Siglo XX, casi toda la superficie del planeta había sido explorada y explotada por colonos de diversas regiones; quedaban apenas unos reductos inexplorados en los polos, en la Amazonía y en las Selvas Africanas. Lugares que atrajeron la imaginación de escritores, guionistas y cineastas; sitios exóticos en donde, en plena modernidad, aún era posible encontrarse con la barbarie: con humanos viviendo en condición salvaje, con animales desconocidos por la zoología/supervivientes antediluvianos, y/o con preciosas minas de metales preciosos disponibles para el comercio. Las exploraciones al corazón de la selva africana a finales del XIX y a inicios del XX, aceleraron la estampida que sumiría a Europa en la depravación de la Gran Guerra -infausta diosa de hombres poderosos y necios-.
Desde nuestra reducida mirada occidental, proporcionada por el cine, los libros de historia y la literatura; enfocada en trincheras, dinastías imperiales y nuevos órdenes geográficos mundiales, nos perdemos el gran abanico de memorias, ideales y sentimientos sufrimientos de los pueblos colonizados y oprimidos del Siglo XX y XXI.
Entre los varios caminos que estos pueblos tomaron para contar su visión de los acontecimientos, es decir, contrarrestar el discurso imperial extendido por el mundo, surgió la corriente literaria de la Nueva Novela Histórica, que buscó (y busca) ser un contrapunto a la historia oficial, a través de una narrativa de ficción (en difuso límite con la realidad) que cuestionó los procesos hegemónicos de los imperios. Escritores de América del Sur y del Caribe ganaron notoriedad – Boom Latinoamericano – a la par que se visualizaron otras literaturas provenientes de Oriente, del Medio Oriente y de África. Estas estéticas, en un principio disidentes, pasaron a convertirse en el canon durante el primer cuarto del Siglo XIX.
Así llegamos al 2021, a nuestro Premio Nobel en cuestión. Abdulrazak Gurnah, nacido en las Islas de Zanzíbar (sí, el mismo lugar de nacimiento de Freddie Mercury), frente a la costa de Tanzania en África Oriental. Un niño en la bisectriz de la lengua suajili y la religión musulmana que, según su testimonio, no esperaba ser escritor; que emigró, en calidad de refugiado a sus 18 años al Reino Unido para convertirse en académico, profesor de inglés y literato.
Gurnah cultivó el hábito de la escritura como un salvavidas personal. En medio del conflicto de costumbres, lenguas y religiones, encontró en la escritura su lugar en el mundo; un espacio “para comprender y documentar su propia dislocación”. Una ruptura ocasionada por el colonialismo, el desplazamiento y la guerra que de a poco, fue pasando de lo autobiográfico a la ficción.
En efecto, las novelas del autor tanzano/inglés, se caracterizan, según la academia sueca -encargada del galardón– por “su discernimiento inflexible y compasivo de los efectos del colonialismo y el destino del refugiado en el abismo entre culturas y continentes”, con unos personajes que, como el mismo, y como todos, se debaten nos debatimos entre la vida que dejaron atrás y la vida incierta que está por venir; mientras superan las dificultades del racismo, la pobreza y la discriminación.
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Su escritura, por tanto, convierte en universal aquello que no es occidental, aquello que es negro, musulmán y/o suajili. Además, se enriquece por una visión que conecta e inserta los procesos sociales e históricos de África Oriental en un abanico amplio de naciones y regiones interconectadas, mostrando la presencia (física o mítica) de indios, omaníes, árabes, ucranianos, alemanes, entre otros; en constante intercambio social y comercial con los distintos pueblos del continente africano.
Lo interesante de estos vínculos -omitidos en la historiografía oficial-, es que revelan “la manera en la que el colonialismo lo transformó todo en el mundo, y [cómo] las personas que lo están viviendo todavía están procesando esa experiencia y algunas de sus heridas”, en palabras del propio Gurnah.
Sin embargo, el lugar de enunciación de Abdulrazak es complejo porque, aunque retrata los dolores del estigma poscolonial, lo hace en la lengua del imperio que propició y propicia las rutas coloniales. Entonces, hasta que, punto Gurnah, ¿es un actor?, ¿un testigo?, ¿es un crítico? o, ¿un interlocutor de las realidades que retrata? Afirmar lo uno o lo otro sería exagerado, alevoso, caprichoso y arriesgado.
Lo que sí podemos aventurar, es que no nos encontramos frente a un autor revolucionario o contestatario, como el keniano Ngugi wa Thiong’o -uno de los eternos candidatos al Nobel-, que ha denunciado con crudeza, las luchas por la independencia de los pueblos pisoteados, la ilusión de la libertad y el baño de realidad que se dan estos pueblos, cuando quienes alcanzaron el poder se reparten los beneficios, exactamente igual o peor que los colonos. Por estas denuncias el escritor keniano ha sido encarcelado, torturado y exiliado.
Quizás la academia no premiará a Thiong’o por radical y comprometido, pero si va a reconocer los márgenes. Aquella liminalidad propiciada por el intercambio colonial que provoca que, en nuestros días, los rostros y los rastros de los pisoteados, se paseen por las calles y las primeras planas de las urbes europeas. La academia va a premiar, por supuesto, a quien escriba y demuestre diversidad desde el pacto de lo políticamente correcto, desde lo moderado y conservador. Va a premiar a quien, a pesar de todo, proponga paraísos (menos a Borges); en lugar de mostrarnos nuestros infiernos.
Sin embargo, más allá de las críticas que se puedan realizar a la academia, al galardón o a sus ganadores y ausentes, persiste la obra literaria; aquella que sobrevivirá al paso de los tiempos, o que se llenará de polvo en viejas ediciones. Lo cierto es que, cada nueva premiación del Nobel convoca a la comunidad literaria a volver la mirada a los ganadores o eternos postulantes.
Tal es así que, en estos últimos años, hemos descubierto grandes nombres y novelas descatalogadas en español que, gracias a la coyuntura, se volvieron a editar y/o republicar, lo que siempre resulta grato. Es el caso de “Paraíso” publicada en 1994 y reeditada en español en 2021.
Lo más bello de la novela, sin lugar a duda, es la descripción, tan hermosa y cuenta, del continente africano. Antes de narrar la situación o acontecimiento, se contextualiza el paisaje con sorprendentes colores, con imágenes que arden, con textos que se pueden oler, escuchar y sentir, que nos descubren un sitio desconocido literariamente.
La trama sigue la niñez y adolescencia de “Yusuf”, niño suajili en los entresijos del abandono en una tierra africana que va del salvaje infierno al esplendoroso paraíso. Yusuf es intercambiado (vendido, y/o regalado, según lo entendamos) para saldar una deuda de su padre con un rico comerciante, a quien llama Tío Aziz. Procedimiento, por otra parte, común para pagar los haberes contraídos en un incipiente, pero voraz capitalismo. Dos aspectos destacan en el joven huérfano/mercancía-servidor: su inocencia, y la belleza de sus facciones y su cuerpo.
En efecto, la inocencia de Yusuf queda patente desde el inicio: su extrañeza y temor al hombre blanco, designio que marcó la patente destrucción que se avecinaba. Gracias a su ingenuidad, no captó a primeras su venta como mercancía, ni el deseo sexual que despertaba en hombres y mujeres. Su beldad atrajo a la esposa del comerciante Aziz, quien creía que sanarían sus dolencias corporales al ser tocada, íntimamente, por el joven Yusuf. Afrenta que le costó caro, pues le tocó elegir su destino a destiempo y en desatino: huyendo junto a las tropas alemanas, uniéndose al colono.
La novela está dividida en partes y cada una representa un momento decisivo en la vida de Yusuf. La más interesante, resulta el viaje que realiza junto al comerciante Aziz a tierras interiores, territorio inhóspito y brutal. Una travesía configurada para comerciar y obtener réditos que se convirtió en un averno de problemas y equivocaciones, en donde la naturaleza y las personas provocaron uno y otro desastre.
Angustias sofocadas únicamente por el anhelo de éxito comercial, la nostalgia del regreso y la esperanza, tan humana y tan necia, de encontrar -justo en medio de la derrota- el paraíso. Las vicisitudes del viaje muestran la frágil estabilidad y ordenamiento social de una región caótica e impositiva, aún antes de la llegada de los alemanes que, lo empeoraron todo. Pero esta África, omitida en la historia y en la literatura, no era (ni es) un confín apartado e inaccesible, todo lo contrario, en su complejidad es un sitio cosmopolita tejido con un sinfín de identidades étnicas, nacionales, lingüísticas, religiosas, políticas, etc.
Un espacio que funcionaba como una red compleja de escalafones sociales con intercambios económicos o de dones, con códigos de convivencia, de servidumbre y dominación, de encuentro/desencuentro; específicos para un lugar y momento histórico-geográfico paradisiaco: Zanzíbar (zona de tránsito comercial) en medio de la “rapiña por África”. Un momento irrepetible e inenarrable, sino fuera por Gurnah y su talentosa, sencilla y profunda pluma, merecedora de premios y distinción.
Estas travesías y aprendizajes pudieran inscribirse en la tradición del Bildungsroman alemán; sin embargo, sería incongruente dada la carga crítica que tiene específicamente hacia el colonialismo de dicha nación.
Entonces no podemos categorizarla en los marcos teóricos-metodológicos configurado por los causantes del sufrimiento de los personajes que, más que ficciones, son retazos de pueblo, trayectos y lágrimas comunes a la cotidianidad del colonizado: del que nada tiene salvo los sueños del paraíso. Mejor sería enfocarla en la frontera, como lo real y lo maravilloso, en donde, lo mito-poético se teje con lo tangible para crear ficciones que son tan mágicas y reales, como solo la realidad puede ser. La narración se hace circular, se intercala con leyendas y fábulas, rompe el maniqueísmo que dicta que el salvador o el enemigo es el europeo, el musulmán o el africano. También es un libro de viajes.
Pero no el viaje por tierras extrañas y lejanas, de la tradición griega europea; sino, el viaje interior, de autoconocimiento de la tierra, de las personas, de la naturaleza y de sí mismo a través del periplo comercial. Este conocimiento de sí mismo nos conduce a la reflexión sobre la esclavitud y la libertad, puesto que, Yusuf, en su ingenuidad, no se percató de su sutil condición de esclavo, sino hasta el final.
Con eso llegamos al desafío, la conclusión, la paradoja de la novela: Yusuf ¿encontró el paraíso?, el jardín del paraíso, ¿aún en la esclavitud? Veamos lo que dice el jardinero de la esposa del Tío Aziz, cuando Yusuf le interroga:
“¿Es que no sabes nada? […] Me ofrecieron la libertad como un regalo. Ella. ¿Quién le dijo que era su dueña para dármela? Sé de qué libertad está hablando. Yo tuve esa libertad en el momento de nacer. Cuando esa gente me dice me perteneces, yo soy tu dueño, es como el paso de la lluvia o la puesta del sol. Al día siguiente, el sol saldrá de nuevo les guste o no. Lo mismo pasa con la libertad. Pueden encerrarte, ponerte cadenas, denigrar todos tus pequeños anhelos, pero la libertad no es algo que puedan arrebatarte” (Gurnah, 1994, pág. 273).
Esta libertad, casi pírrica, es una libertad mental/espiritual, mas no es material. Es la libertad de un campo de trabajo, de un campo de concentración. Esta libertad, no podía ser la respuesta que Yusuf buscaba, que Gurnah buscaba, por eso ambos se fueron: Yusuf escogió irse con los alemanes a buscar nuevos comienzas y aprendizajes (bélicos de seguro, pues empezaba la guerra); mientras Gurnah se fue con los ingleses para buscar su paraíso… ¿Acaso lo encontró? Más allá de la corriente filosófica idealista que busca la libertad en la pobreza o en el espíritu, y su contraste con tendencias materialistas enfocadas en las necesidades corpóreas, se debe recalcar que, la idea del paraíso, terreno o celestial es individual o pertenece a grupos sociales; pero, por ninguna razón se debe imponer un criterio como único o primado.
El paraíso es personal, en mi caso, repito como Mark Twain: “allí donde estaba ella, estaba mi paraíso”. También es colectivo: fue, es y será siempre, la literatura. Entonces el paraíso si puede tener lugar en la tierra, está al interior de los libros, y, como decía Borges, en las bibliotecas. Acerquémonos a la obra de Gurnah, con la inquietud del que descubre un tesoro, con el equipaje del viajero que se quiere acercar, al menos de forma literaria, al continente negro: al primero y más hermoso de todos.
Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.