San Pablo de Tarso fue un ferviente apóstol del cristianismo y en este artículo encontrarás una mirada literaria y teológica de esta figura. Fernando Endara, docente de la Universidad Indoamérica, comparte este texto que contribuye al entendimiento de la complejidad del pensamiento de esa época.
¿Saulo, por qué me persigues? Resonó en los aires, mientras una potente luz cegó y doblegó de rodillas a Saulo de Tarso y a sus acompañantes. Saulo/Pablo era un perseguidor de cristianos, o eso se ha malentendido en homilías y reflexiones bíblicas. Lo cierto es que Saulo no podía perseguir cristianos, por el simple hecho de que las primeras confesiones religiosas con esta denominación surgieron varios años después de la muerte del apóstol.
Por tanto, tampoco podemos hablar de una conversión al cristianismo; si no, más bien, de una revelación, de un encuentro, de una comunión con Jesús resucitado que le permitió desvelar, postular y defender una teología “paulina” de amplia influencia tanto en las primeras comunidades cristianas como en nuestros días.
Por ello, la figura emblemática de San Pablo de Tarso se convierte en piedra angular de nuestros credos, tradiciones y costumbres, sustrato mítico de lo que fuimos y somos. Dilucidar al Pablo histórico del legendario es asunto complicado, casi sería imposible porque las únicas fuentes escritas con las que contamos están en la Biblia: Los Hechos de los Apóstoles, y las diferentes cartas que Pablo escribió. Pese a estas dificultades, Claude Tremontant, importante filósofo francés se propuso redescubrir/re-hipotetizar la vida del santo, en una biografía que tituló: “San Pablo y el Misterio de Cristo” (1956), traducida al español y publicada en la colección Salvat Grandes Biografías treinta años después en 1986.
La obra en cuestión representa un parteaguas en el análisis del pensamiento paulino, puesto que presenta una hipótesis opuesta a las interpretaciones tradicionales sobre la teología paulina -especialmente desde Lutero- conciliando, o más bien, reconciliando posiciones extremas que legitimaron en su tiempo, el racismo, la guerra y el horror.
Vamos por partes.
La familia de Pablo era judía farisea, esto es, alineaban su pensamiento y actuar a la facción más celosa de la práctica de la tradición o “ley” judía. Para el inicio del Siglo Primero, los fariseos, enfrentados a los saduceos, eran el partido político y religioso más popular, dentro y fuera de Jerusalén.
De hecho, una gran parte de la población judía de la diáspora comulgaba con los fariseos; aunque sus excesos, como bien sabemos, fueron criticados por el propio Jesús según los evangelios. Por otra parte, la familia de Pablo estaba asentada en Tarso, (actual Turquía), importante puerto, ciudad comercial y centro cultural en el cruce entre Oriente y Occidente. Tarso, incluso rivalizaba con Atenas y Alejandría en cuanto a su desarrollo intelectual y artístico, su condición de “tierra de paso” de civilizaciones hebreas y semíticas configuró el lugar como un escenario complejo, multiétnico y plurilinguístico.
Este caldo de cultivo de ideas, credos y expresiones culturales heterogéneas fermentó el alcance universal de las ideas de Pablo, conocido como el apóstol de los gentiles por su visión global de la humanidad en Cristo. No tenemos datos del nacimiento o infancia de Pablo; sabemos o creemos, sin embargo, que creció en Tarso como judío fariseo y como ¿ciudadano romano?… hasta su juventud, cuando pudo haber viajado a Jerusalén para culminar y/o profundizar sus estudios en la ley. La primera aparición de Pablo en los “Hechos de los Apóstoles” sucede durante el martirio y muerte de Esteban; sin embargo, conviene matizar estas fuentes.
Como apuntamos, para reconstruir la vida de Pablo, Tremontant -como otros biógrafos, teólogos y/o especialistas del pasado y del futuro- se remiten a las únicas fuente disponibles y legitimadas desde la religión y la historia: El libro de los Hechos y las Cartas de Pablo. Quizá sorprenda que, aunque las cartas se ubiquen en la Biblia después de los Hechos, estas fueron escritas y difundidas incluso antes que los evangelios. De hecho, estas cartas influyeron de manera decisiva en la escritura de los evangelios.
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También conviene recordar que, de las 13 cartas atribuidas a Pablo en la Biblia, únicamente se tiene certeza de su autoría en 7: Tesalonicenses, Filipenses, Primera y Segunda de Corintios, Gálatas, Filemón y Romanos. Las restantes son deuteropaulinas, es decir, responden a un fenómeno típico del mundo antiguo conocido como pseudoepigrafía, que consiste en atribuir la autoría de un documento a un autor famoso, ya sea porque sigue su estilo, sus ideas, o porque fue redactado por alguno de sus discípulos en forma individual o colectiva.
Decíamos que la primera aparición de Pablo en la Biblia sucede en los Hechos de los Apóstoles, capítulos seis, siete y ocho. Aquí se narra el episodio de Esteban, considerado el primer mártir del cristianismo, cuando al anunciar al Mesías fue apresado, puesto en manos del Sanedrín, condenado y lapidado. Entre los presentes, se encontraba Pablo, quien, en calidad de fariseo, aprobó la pena de muerte y (según la tradición bíblica) pidió al Sanedrín permiso para buscar y apresar a los seguidores de ese tal Jesús, pues proclamaban doctrinas contrarias a la ley, al Templo y a Moisés. Con la venia de los sacerdotes, Pablo se dirigió a Damasco, en cuyo camino fue sorprendido por la presencia del altísimo quien trastocó sus planes, su visión, su credo, su vida misma.
Al quedar cegado/deslumbrado por el Hijo Resucitado, decidió seguir las instrucciones: avanzar a Damasco, esperar a un hombre llamado Ananías quien le indicaría que hacer, acorde a los “Hechos de los Apóstoles”. Sobre este acontecimiento trascendental, quizás el más conocido de la vida del Santo, existen tres versiones, todas parecidas; las dos restantes las cuenta el mismo Pablo en sus cartas. Ananías por otro lado, recibió instrucciones para “poner sus manos” sobre “el persecutor” y bendecirlo. Después de la incredulidad inicial, Ananías y Pablo se encontraron -según dispuso Dios- para comenzar el apostolado con los gentiles.
¿Quiénes eran los gentiles? Conocidos también como incircuncisos, eran aquellas personas que no formaban parte del pueblo de Dios, es decir que no eran Israelitas. Israel, en tanto la nación escogida por Dios, por su gracia y misericordia, se enorgullecía en preservar la ley en contraste con los paganos. Su misión divina, revelada por las escrituras y los profetas, los convertían en pueblo humilde y orgulloso, vencedor y vencido, cerrado en sí mismo.
Esta ambivalencia es la que Pablo traslada al cristianismo y en este punto descubrimos que una biografía de Pablo es imposible, por lo que Tresmontant, –racionalista cristiano– recurre a la teología. Analizar la vida de Pablo es descubrir su espiritualidad, un horizonte luminoso que nos cobija hasta la actualidad. Su condición de fariseo y romano, perseguidor y perseguido, griego y hebreo letrado le permitió vincular los conceptos de la Ley con el mensaje de Cristo.
Mientras los evangelios emplean un estilo campestre con referencias a la vida agrícola, los textos de Pablo usan un lenguaje urbano cultivado, con ciertas técnicas retóricas. Esto nos muestra que estos corpus se escribieron con distintos propósitos, en tanto los evangelios buscaban impactar al judío común, las cartas de Pablo llamaban la atención al letrado: sacerdotes, escribas, intelectuales. Por ello, Pablo vuelve una y otra vez a sus hipótesis teológicas racionales conectadas a la Torá, a la tradición y al pensamiento griego/hebreo.
De esta manera, los “Hechos de los apóstoles” narra tres viajes misioneros paulinos -en compañía de Bernabé, Marcos (secretario, -no confundir con el evangelista o con el apóstol, este es otro-), y otros discípulos- a lo largo del Asia Menor, para evangelizar algunos poblados como: Chipre, Efeso, Pérgamo, Cesárea, Antioquia, Corinto, Mileto, Tiro, Creta, entre otros. Estos recorridos lo llevaron de vuelta a Jerusalén y finalmente a Roma, la capital del Imperio en donde según la tradición, se encontró con Pedro y predicó a las comunidades cristianas poco antes de ser condenado a muerte por el emperador Nerón.
Concuerdo con Tresmontant en su perspectiva, pues ante la falta de evidencias históricas, se centra en la teología paulina, postulando, como decíamos, una nueva forma de interpretar el credo que podría reconciliar posiciones extremas. Esta es la parte medular del trabajo del académico francés; veamos: las interpretaciones tradicionales del pensamiento paulino indican que el santo, “rompió” con la tradición judía al rechazar la Ley he implantó un “nueva” creencia en el resucitado; por tanto, fragmentó la comunidad judía, entre judíos conversos al cristianismo y judíos no conversos.
Siguiendo esta interpretación, el núcleo judeocristiano se expandió y fundó la iglesia, mientras los judíos no conversos se quedaron esperando al mesías, de manera que, la llegada de Cristo sería un cisma en el pueblo de Dios. Y aún más, esta fragmentación posibilitó las rivalidades, los enfrentamientos y las crueldades. Configuró el uso de ciertos pasajes del evangelio como un pretexto para la persecución; pues se culpó al Sanedrín y a los judíos por la muerte de Jesús, tomando las palabras de la muchedumbre en el juicio cuando vociferaron: “¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” -según recoge en el Evangelio de San Mateo, capítulo 27 versículo 25-, como un motivo para legitimar los holocaustos antiguos, medievales y modernos del mundo judío.
La teología paulina moderna, siguiendo a Tresmontant -faro en medio de los abismos- propone otra interpretación: Pablo no rompe con el mundo judío; sino que quiere darle una continuidad en Cristo. Acorde a esta visión, Pablo no rechazó la Ley, ni las tradiciones; sino que, entendió que el Resucitado pedía renovar las costumbres, acorde a los tiempos, vinculadas con las escrituras. Entonces Pablo predicó a los gentiles, a los no israelitas la Palabra, y aquellos que escucharon la palabra no necesitaron convertirse/circuncidarse conforme lo dicta el celo hebreo.
Pablo fue claro, aquel que sea judío y encuentre a Cristo que siga siendo judío; a la par, el gentil que encuentre a Cristo puede seguir siendo gentil, mientras camine en la verdad y la vida del Resucitado. Esta traslación, de ruptura a continuidad, marca un cambio en la ruta de análisis.
La ruptura implica cisma, la continuidad implica un proceso. Según Pablo, tanto judíos como gentiles no conversos, tarde o temprano tendrán que hacerlo, están en proceso de conversión puesto que el Reino de Dios vendrá sobre nosotros en cuanto todos vivamos en y con Cristo. Entonces Tresmontant va desmenuzando los temas: circuncisión, la iglesia, la resurrección, el cuerpo de cristo, el espíritu santo, el ágape, etc. Mostrando como, las interpretaciones paulinas, especialmente sobre la resurrección, fueron las que se trasladaron a los evangelios, mostrando la huella indeleble de Pablo en los orígenes del cristianismo, en la génesis misma de nuestra civilización.
Estos puntos son muy interesantes y, aunque se los pueda criticar por relativistas o postmodernos, tienen la ventaja de matizar, en su complejidad, el pensamiento de la época, al ampliar al contexto de análisis. Sea como fuera: ruptura o continuidad, resulta útil postular nuevas hipótesis sobre viejos fenómenos, para dotar de voces y puntos distintos sobre escenarios o personajes de los cuáles creíamos saberlo todo. Además, derribar tesis o ideas que sirvieron o sirve de base para el racismo, la discriminación y/o la violencia, resulta útil en nuestro presente globalizado, tecnologizado, materialista y ultracomercial.
Un presente en donde cobran auge las espiritualidades animistas, mitológicas, precristianas, andinas, etc. Un presente que requiere de intelectos ecuménicos para unir lo fragmentado y traer la paz en tiempos de guerra.
Por supuesto, el pensamiento de Tresmontant no es único, y desde la pluralidad del mundo judío, pagano u ortodoxo, se puede criticar su posición. Recordemos que más allá de implantar verdades, los libros buscan enriquecer panoramas y, en ese sentido, la lógica racional y cristiana de Tresmontant es fuente de argumentos contundentes para creyentes y no creyentes. Finalmente, ante la falta de evidencias históricas, otra posibilidad es la fantasía, la invención, la literatura.
Quizá no existió el verdadero Pablo, quizá sus rutas, prodigios y hazañas corresponden al terreno de lo literario; lo cual, lejos de resultar en menoscabo para la fe, debería resultar maravillo. Pues la ficción, como existencia estructural y no operatoria, conforma nuestra realidad porque, a fin de cuentas, más importante que la existencia real o comprobada de Pablo, es el impacto que esta existencia (real o fantástica) tiene en la vida de las personas… es decir, todo lo positivo que aporta una creencia o espiritualidad para que los seres humanos nos reconciliemos con nosotros mismos, con los otros, con la naturaleza y con el cosmos.
Nuevamente, siempre que escribo sobre religión termino regresando a la literatura. El único Dios es la literatura. Verdadero origen de todos los dioses, de todos los pueblos, de todas las cosas, de todos los hombres y mujeres.
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Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.