¿Puede un acontecimiento cambiar el curso de la historia? ¿Puede ser nuestro presente tan maleable que, un pequeño cambio en el pasado configure una realidad alternativa? ¿Nuestra realidad es la única? Estas son algunas de las preguntas que se planteó la ciencia ficción desde sus orígenes, hasta nuestros días. La idea de universos paralelos o multiversos inunda la cultura pop procedente del cine, los comics y la literatura.
Una de las vertientes más interesantes y complejas es la ucronía: un subgénero literario/cinematográfico de la ciencia ficción que se caracteriza por recrear un presente o futuro alternativo, a partir de la alteración de un evento histórico significativo. Por ejemplo, los confederados ganaron la Guerra de Secesión norteamericana, el imperio de Alejandro Magno no se desmoronó, o, la Armada Invencible derrotó a Inglaterra en el mar, expandiendo el dominio del imperio católico español.
En estos casos, se precisa un acontecimiento relevante que cambie y que desencadene un nuevo curso de los tiempos. A este suceso, grande o pequeño, se denomina Punto Jonbar, en honor a John Barr, un personaje de un relato de los años 30 de Jack Williamson, que debe decidir si escoge una piedra o un guijarro; esta decisión, incide en dos futuros totalmente distintos y radicales.
Una de las ucronías más conocidas es la ganadora del premio Hugo de 1963: “El hombre en el castillo (The Man in the High Castle)”, del escritor norteamericano Philip K Dick. La trama de la novela, por demás interesante, plantea un mundo alternativo en donde los nazis y el imperio japonés ganaron la Segunda Guerra Mundial, y se dividieron los retazos del mundo, más o menos como lo hicieron los aliados.
Philip K. Dick fue un escritor prolífico, con treinta y seis novelas y más de 120 relatos publicados en revistas Pulp de Ciencia Ficción. A la par, fue un escritor casi decadente, paranoico, taciturno, que no gozó de fama ni prestigio; sino después del final de su vida, cuando su novela: “Sueñan los androides con ovejas eléctricas” fue adaptada al cine bajo la dirección de Ridley Scott, renombrada como: “Blade Runner”.
La infancia de Dick estuvo marcada por la muerte prematura de su hermana melliza, a las cinco semanas de nacimiento, y por el divorcio de sus padres; lo que le generó cierta inestabilidad psicológica y emocional que se trasladó a sus historias. Desde 1938 asistió al instituto de enseñanza secundaria de Berkeley, en donde compartió aulas con Úrsula K. Le Guin; pero no se trataron ni conocieron.
Al terminar sus estudios secundarios, Dick ingresó a la Universidad de Berkeley para especializarse en alemán; pero no terminó la carrera, dedicándose a la venta de discos y a presentar música clásica en la emisora radial KSMO en 1947. A partir de 1952 se enfocó en la escritura casi a tiempo completo, por lo que, en 1955 publicó su primera novela. Escribió sin parar durante la siguiente década, al mismo tiempo en que se relacionó con la contracultura previa a la explosión del “verano del amor”, con los Beatnicks, y con activistas de izquierda. En tal virtud, se opuso a la Guerra de Vietnam por lo que ingresó en las listas de sospechosos del FBI.
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Fue precisamente con el galardón otorgado a “El hombre en el Castillo” que Dick alcanzó el reconocimiento de la crítica literaria, siendo aclamado como un genio de la Ciencia Ficción.
La novela sucede quince años después del triunfo de las potencias del Eje en la guerra, en una Norteamérica alternativa dividida: el área este ocupada por Alemania, y el lado oeste dominado por Japón.
En medio de los imperios, en su zona de influencia, se encuentra una franja neutral de pequeños estados autónomos en donde reina el desorden y el caos. La trama tiene varias líneas argumentales interconectadas, pues siguen el desenvolvimiento de algunos personajes para describir esta realidad.
Uno de sus hilos conductores coloca la llaga en dos preguntas relevantes: ¿Si existen las realidades paralelas, en una de aquellas, en efecto ganaron los nazis?, y, la más estremecedora: ¿No es nuestra realidad, con la victoria de los Aliados, muy parecida a la recreación literaria de Dick, en donde triunfó el Eje? Es decir: ¿triunfaron los buenos? ¿Qué es el bien? ¿Quiénes los representan? ¿No será que, gane quien gane la guerra, el mundo seguirá siendo lo mismo: un pozo de injusticia y miseria gobernada por unos cuantos que moldean la historia a su favor? Revisemos algunos elementos de la obra, y, por esta ocasión, presentemos más preguntas que respuestas.
Destaquemos 3 líneas argumentales:
- La fabricación y venta de antigüedades. Resulta que, en esta realidad, los objetos históricos americanos: la artesanía, los artilugios domésticos o bélicos y los instrumentos y utensilios fabricados, antes de la derrota norteamericana en la guerra, se convirtieron en delicias de los coleccionistas japoneses.
Dick parece decir, con toda la razón del caso, que los objetos artísticos, artesanales y cotidianos de los perdedores, sean quienes sean, se rodean de un aura de nostalgia, de pasado, de la memoria de una época olvidada y sepultada por el tiempo; por ende, adquieren valor cuanto más antiguos o si pertenecieron a alguien importante, o si aparecieron en un momento crucial de la historia.
En nuestra realidad se coleccionan objetos nazis, aquí se coleccionan antigüedades americanas. En este contexto, se sitúa Frank Frink, un judío que laboraba en una fábrica hasta que renuncia para emprender su negocio, la elaboración de nueva joyería: el arte y la creación de piezas originales. Junto a su compañero Ed McCarthy, se enfrentan al paradigma comercial del momento: la búsqueda de estos tesoros arqueológicos y/o la creación de réplicas.
En efecto, existe una red de industrias de imitación y falsificación de estos objetos con tanta penetración que, ni vendedores ni coleccionistas quieren hablar del tema, pues su negocio en un caso, o su aura en el otro, colapsarían irremediablemente.
Aquí Dick reflexiona sobre el arte y su producción, sobre el límite difuso y complejo entre la originalidad y la imitación, sobre la importancia del contexto de circulación de los objetos para que éstos sean, o no, considerados artísticos. Un planteamiento que se conecta con el arte contemporáneo, que legitima sus piezas y obras acorde al criterio de sus círculos de producción y circulación, siendo casi un tabú para los no iniciados.
A la par, a través del personaje de Robert Childan, vendedor de antigüedades y dueño de Antiguas Artesanías Americanas, Dick especula sobre la ocupación japonesa, la resistencia y el servilismo. Childan es un norteamericano resignado a la ocupación, casi con gusto; pero con celo, sirve a los coleccionistas japoneses: altos funcionarios del estado, aristócratas o ricos comerciantes. Al ser invitado a compartir una cena con los esposos Kasoura, se siente humillado debido a sus gustos musicales y predilecciones intelectuales.
Por ejemplo, los japoneses admiran el jazz negro, lo que resulta casi un insulto para Childan, porque no es una apropiación cultural sin más; sino que, es un kitch, un puzzle, una hibridación molesta debido a su condición de perdedor. Y es que, nuevamente, son los ganadores los que tomaran lo que resultó interesante del perdedor para moldearlo, reconfigurarlo y hacerlo suyo, doblegando a sus modeladores, a sus creadores, su memoria, su génesis… Casi, casi, como la apropiación cultural que los antropólogos realizamos de las culturas premodernas.
- El plan secreto de Alemania para bombardear Japón. Otra línea narrativa explica los esfuerzos de 3 personajes: Baynes, general alemán disfrazado de industrial sueco; el señor Yatabe, importante general japonés que viaja de incognito ataviado como un anciano mercader; y, Nobusuke Tagomi-san, representante de la misión comercial del gobierno imperial, para reunirse y revelar ciertos secretos del Estado alemán, con la fachada de un negocio sobre moldes de inyección suecos.
Esta información clasificada, como se espera, son los planes alemanes para una invención al Japón del Pacífico: al americano y al insular. Mientras los orientales concentraron sus esfuerzos en retomar una espiritualidad perdida por el auge de la guerra y el militarismo, a través de los complicados y enigmáticos hexagramas y textos del I-Ching; los alemanes se dedicaron a la conquista del cosmos: llegando a Marte y desarrollando un nuevo y potente arsenal bélico explosivo.
Con este panorama, una batalla entre las potencias llevaría al dominio absoluto de la Alemania Nazi. Es por eso por lo que estos personajes se ven envueltos en intrigas, sombras y embustes hasta alcanzar su objetivo: trasmitir la información que cada uno conoce.
Sin embargo, el futuro de estos planes es incierto, puesto que el poder en el Reich está en transición. Martín Bormann, que había asumido el liderato del imperio tras la capitulación de Hitler (quien quedó incapacitado por sífilis cerebral) murió, desatando una competición sin cuartel entre los otros jerarcas nazis por asumir el control total.
Son Joseph Goebbels y Reinhard Heydrich los principales candidatos a quedarse con el poder. El nuevo canciller deberá decidir cuestiones trascendentes como la expansión de la política en África que diezmó y esclavizó a los pobladores, obligándoles a trabajar en los campos de cultivo del desecado Mar Mediterráneo; la colonización de Marte y otros planetas del sistema solar; y/o dar una salida a la Guerra Fría: la silenciosa animadversión entre japoneses y alemanes.
En efecto, mientras Alemania se volcó a definir las disputas intestinas por el poder y la expansión, los japoneses casi que volvieron a cerrarse sobre sí mismos: encontraron en el I-Ching ese precioso camino a la sincronicidad.
Esta concepción es una vuelta de tuerca al pensamiento occidental atrapado en causalidades (causa y efecto) y linealidades. En cambio, el I-Ching propone una circunferencia, un uróboro, un oráculo sapiencial y moral que precisa el equilibrio: el ying y el yang.
Los personajes consultan al I-Ching para comprender cómo se generan y se relacionan los cambios que se producen en su universo literario y en su interior introspectivo, a través de unas leyes naturales, aleatorias y poéticas. Y es que, el I-Ching, al igual que las sustancias, la vigilancia o los mundos paralelos, era una de las obsesiones de Dick.
Fue tan grande este interés que lo llevó a la literatura: “El hombre del Castillo” no fue concebido como un relato o una novela supeditada a la creatividad y la imaginación de su autor; sino que, fue escrita (destinada, contaminada-en el buen sentido de la palabra-, imbuida) por el I-Ching.
Se dice que Dick consultaba el oráculo no solo para determinar las acciones y decisiones de los personajes; sino que, lo utilizaba para urdir la trama e intentar desenredarla. Esto complejiza la trama y la envuelve en tintes filosóficos, agregando profundidad mística a la ucronía.
- “La langosta se ha posado”. Es el nombre de una obra literaria escrita por Hawthorne Abdensen, conocido como “El hombre en el castillo”, que desarrolla una realidad alternativa en donde los aliados ganaron la guerra. Pero no nos confundamos, esta versión no es nuestra realidad, es otro plano: un tercero en donde Gran Bretaña se convirtió en la potencia reinante.
Mientras el Punto Jonbar de “El Hombre en el Castillo” es la muerte de Roosevelt previa a su presidencia, en “La Langosta” Roosevelt sobrevive; pero no es reelegido en 1940, de manera que el nuevo presidente Rexford Tugwell evita Pearl Harbor involucrándose temprano en el conflicto del Pacífico. Tenemos 3 líneas temporales, cada una con distintos triunfadores en la guerra: Rusia-Usa, Alemania-Japón, y Gran Bretaña-Usa. En la novela, siempre hay alguien que está leyendo, que ha leído o que conoce a alguien que leyó: “La langosta se ha posado”. Libro que, por otra parte, está prohibido en el Reich, pero se lo puede conseguir clandestinamente en el Pacífico.
Juliana Frink, exesposa de Frank, se encuentra en los estados rocosos (sitio neutral entre el Reich y el Pacífico japonés) con Joe, un agente secreto del servicio de inteligencia nazi, que se hace pasar por un veterano de guerra italiano, que se hace pasar por un conductor de camiones.
Después de leer “La Langosta”, Juliana se lanzó en una frenética carrera por encontrar al famoso hombre del castillo. Entonces Joe, empleando las armas de la seducción, se unió a Juliana, al advertir que la debilidad de Hawthorne Abdensen son las mujeres atractivas vestidas de forma elegante y provocadora.
Al poco, Juliana descifró la conjura, no hubo cariño ni detalles en Joe, fue un ser frío cumpliendo su misión: buscar y eliminar al hombre del castillo. Pero antes de encontrarlo, y en plena crisis de ansiedad, Juliana estalló hiriendo de muerte al agente nazi. Entonces se quedó sola y con un propósito: encontrar a Abdensen y preguntarle: ¿Utilizó el I-Ching para escribir su novela: “La langosta”?
“El hombre en el castillo” – Philip K. Dick, se confiesa: sí, empleó a fondo el I-Ching para escribir su novela, revelando que estas personas (personajes) son una ficción. ¿No lo somos todos? ¿No somos la ficción de otra realidad? ¿Es este mundo el infierno de otro, como vaticinó Huxley? ¿Son estas tres líneas argumentales las únicas posibilidades? ¿Existen otras realidades, otros ganadores, otros genocidios? La hipótesis de Dick, que ronda la ciencia ficción, la filosofía y la poesía, es que existen varios mundos paralelos, laterales a un eje central que hace posible el cruce de escenarios, circunstancias y/o personas.
Un eje central en el que habitamos pero que no es cerrado, que puede, como hizo el propio Dick, expandirse hasta tener contacto con otros mundos/planos/realidades. Philip K. Dick se documentó muchísimo para realizar esta novela: una buena ucronía, como un buen libro de historia, precisa de fuentes rigurosas, además de talento, creatividad e inspiración para interpretar estos datos históricos.
Así, con su genialidad cercana a la locura, Dick nos entrega una novela absoluta, delirante, embriagadora, aterradora, profunda y cautivadora por su complejidad, sincronía y trascendencia. Para terminar, surge la pregunta: ¿Es nuestra realidad mejor que la planteada por “El hombre en el castillo”? Evidentemente. Nuestro mundo no es el mejor; pero quizá es el mejor mundo posible. Si los nazis ganaban la guerra, el mundo estaría militarizado, jerarquizado, dividido -casi como ahora-.
Pero no, si los nazis hubieran ganado la guerra no tendríamos un mundo mejor. Y si ellos ganaron: ¿Regresó alguien en el tiempo para dar la victoria a los Aliados? “El hombre en el castillo” no tiene un final sólido o una conclusión potente; más bien, deja abierto el final, deja abierto el tema: ¿Existe la realidad? ¿De existir la realidad, podemos apreciarla en su totalidad o solo podemos ver (vivir en) una porción? Por fortuna, nos tocó vivir la victoria de los aliados, nos tocó ser lectores y atisbar estos universos paralelos a través de la literatura.
Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.