“Chamanes y robots”, del mexicano Roger Bartra  

Para Fernando Endara, docente de la Universidad Indoamérica, “Chamanes y Robots”, del autor mexicano Roger Bartra, es un ensayo de ideas audaces. En esta reseña explora las ideas medulares de interés del autor que van desde la antropología hasta los poderes políticos.

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Vivimos tiempos de ciencia ficción. Vivimos en una era de digitalización, es decir de imbricación de una realidad física y de una realidad virtual, de relaciones humano-máquinas, de aceleración tecnológica y de grandes debates éticos y filosóficos en torno a la robótica y el desarrollo de la inteligencia y conciencia artificiales.

El debate científico sobre estos puntos es amplio e interdisciplinar. Por un lado, la neurociencia busca conectores cerebrales, procesos físicos, químicos y fisiológicos para entender el significado de la conciencia; por otro, los antropólogos se debaten en los derroteros del posthumanismo. Mientras la pedagogía se enfoca en descifrar el aprendizaje de los sistemas de IA; la ingeniería construye prototipos robóticos especializados y autónomos para el trabajo médico o industrial.

Mientras la biotecnología diseña prótesis biomecánicas para mejorar la calidad de vida de los pacientes; la ciencia ficción configura utopías/distopías en torno a culturas robóticas en donde el ciborg se integró por completo a la sociedad. Es por ello por lo que, resulta oportuno resaltar algunas ideas antropológicas al respecto, tomando como guía la obra: “Chamanes y Robots”, del mexicano Roger Bartra, publicada por editorial Anagrama en 2019.

Bartra es un destacado antropólogo mexicano que proviene de un hogar de catalanes exiliados en México tras la victoria del franquismo en España. Tanto sus padres, importantes escritores del mundo catalán, como su hermana, filósofa e investigadora de mujeres en las artes populares, son referentes del pensamiento de la izquierda política.

La característica de Bartra es que, a la vez que explora nuevos territorios para la antropología, aporta nuevas visiones o interpretaciones de problemas y preguntas clásicas. Sus intereses y áreas de estudio son amplias: la estructura agraria mexicana, el poder político, los mitos del salvaje en la modernidad, y los vínculos entre la cultura y las redes neuronales. Sobre este último aspecto, específicamente, se despliegan sus reflexiones actuales: el trabajo “Antropología del cerebro: la conciencia y los sistemas simbólicos” de 2006, fue un referente tanto para la antropología como para la neurociencia.

De hecho, su novedosa interpretación de la conciencia generó una discusión interdisciplinar encabezada por neurocientíficos. Sobre estas audaces ideas, despliega su nuevo ensayo: “Chamanes y Robots”, utilizando el “efecto placebo” como hilo conductor, veamos:

El libro tiene dos partes; la primera, titulada: “los rituales del placer y la palabra” que se enfoca en el efecto placebo: aquella característica de un tratamiento inocuo, es decir, de una falsa medicina, que brinda un alivio real de los síntomas del paciente. ¿Como una sustancia falsa, produce alivio verdadero?

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Ante esta interrogante, algo eludida en las investigaciones médicas, Bartra arma una aguda e interesante interpretación. Así, entiende al efecto placebo como un símbolo cultural dentro de un entramado de relaciones socioculturales que se activa a partir de rituales que incluyen unos objetos, ingeridos o utilizados, una serie de palabras, cantadas, teatralizadas o repetidas, y; sobre todo, la plena conciencia y confianza, y esto es lo resaltado por Bartra: de que el enfermo está asistiendo a un proceso de curación efectivo.

En ese sentido, recoge una serie de estudios médicos del griego Qusta ibn al Ba´labakki, en el siglo IX, que observaba la importancia de la confianza del paciente, en los rituales, objetos y palabras de curación. Por eso a un occidental le resultan ridículos ciertos tratamientos chamánicos que funcionan en la Amazonía. Y viceversa, en ciertas culturas se duda de la medicina occidental, por ende, en efecto, no resulta efectiva.

Bartra utiliza este argumento en varios contextos espaciotemporales, incidiendo en que el efecto placebo está presente tanto en el mundo chamánico como en la medicina, en donde, por ejemplo, se conocen de estudios que demuestran la efectividad del placebo para el tratamiento de la depresión.

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Así, la confianza en el tratamiento es clave para su eficacia; pero no se trata de subjetividades, pues la medicina comprobó que, en el placebo, se producen los mismos cambios fisiológicos si se utiliza la pastilla con principio activo, o si se emplea la inocua. Si el placebo modifica el funcionamiento del organismo, es gracias a la confianza del paciente y a su plena conciencia de estar utilizando un tratamiento útil.

Aquí surge la principal apuesta teórica de Bartra: la conciencia. Para el mexicano, la conciencia es un híbrido: un mecanismo compuesto por una parte biológica cerebral/neuronal/cognitiva que se enlaza con una parte social o cultural en una red de relaciones simbólicas​ (Bartra, 2019)​. Así, la conciencia sería esa respuesta del “yo” incompleto, ante las redes culturales que lo completan y que, por supuesto, varían en el tiempo y en el espacio.

Este argumento le permite brincar del chamán al robot, en la segunda parte llamada: “la construcción de una conciencia artificial”. De manera que, la conciencia artificial sería la suma de una inteligencia artificial con una cultura robótica. Para pasar de lo biológico a lo artificial, se debe dar el salto del signo al símbolo.

Así, Bartra elabora una propuesta multidisciplinar que examina algunas de las discusiones y adelantos en neurociencia, robótica e ingeniería. Repasa algunos episodios paradigmáticos del desarrollo de las IA para argumentar que estos lenguajes se posibilitan, actúan y aprenden en algoritmos que se basan en signos de la matemática; sin embargo, indica que, para lograr una conciencia se necesita la palabra, porque es el primero -pero no el único- de los artefactos tecnológicos que conforman esa red de símbolos socioculturales externos que se imbrican al cerebro.

En ese sentido, Bartra cree que el modelo a seguir para la conciencia artificial debería ser la conciencia humana. Esta síntesis, que deviene en el ciborg o humano artificial, lo llevan a los caminos de la ciencia ficción y del posthumanismo.

Por una parte, la ciencia ficción viene desvelando los misterios del futuro desde inicios del Siglo XX. Es innegable que sus aportes, desde la ficción, inspiraron y motivaron los adelantos científicos y tecnológicos de la ingeniería y la robótica.

Las imaginaciones de mundos posibles y/o alternativos distópicos o utópicos desde el cine, la literatura, el comic, la música o el videojuego configuran un escenario futurista en donde el ciborg, no sólo será una alternativa; sino que será la forma de vida natural/artificial que predominará en la sociedad. Estos relatos se pueden relacionar con los debates antropológicos del posthumanismo. Desde inicios de los 90, con una lucidez asombrosa, Donna Haraway venía apostando por el descentramiento del humano, con sus manifiestos sobre los ciborgs y los monstruos. ¿Y si siempre fuimos ciborgs? Es la pregunta que se hace al entender al ciborg como un conjunto humano no-humano de técnicas y tecnologías que nos permiten mediar con la realidad.

Ciborgs

El ser humano sería un ciborg, porque el hombre no nació con una lanza en la mano, sino que se creó como un artificio, como construcción de la imaginación y la técnica para relacionarse con lo que le rodea, para defenderse de los merodeadores y cazar el alimento necesario para sobrevivir.

Todos somos ciborgs, porque tenemos celulares que amplían nuestra mirada o tenemos listas de reproducción para refugiarnos bajo los auriculares.

En nuestro caso, somos ciborgs porque como creía Borges, el libro es una extensión de la imaginación y la memoria. ¿Si todos somos ciborgs, de que se trata el posthumanismo? Se trata de una deconstrucción de lo “humano” o del “humanismo” moderno, para ser más precisos.

Aquel humanismo que posicionó al hombre europeo blanco occidental con posesiones materiales como el centro de la creación. En las últimas décadas este ideal de sujeto se viene cuestionando desde la antropología, la sociología, los estudios de género y/o los estudios culturales.

La misma Haraway es una de las puntas de lanza, pues su propuesta nacida del feminismo, la biología y la ciencia ficción, busca descentrar al hombre a través del ciborg como una posibilidad para el reconocimiento de los otros excluidos del humanismo moderno: estas son, las mujeres principalmente, así como las disidencias sexuales o religiosas, los pobres, los enfermos, los viciosos, los locos, etc.

El hombre teme al posthumanismo, porque, así como desplazó a Dios del centro ontológico del universo, para colocarse así mismo; será desplazado por el ciborg: los nuevos dioses de nuestro futuro. Si el hombre fue la norma del humanismo; el posthumanismo responde desde el margen, al constituirse en una historia híbrida de heterodoxias, heterogeneidades, resistencias, artes, memorias, rebeldías, etc.​ (Broncano, 2009)​.

El posthumanismo devuelve al ser humano a su naturaleza, es decir, lo integra a las demás especies naturales y no naturales, haciendo que pierda su posición de privilegio​ (Argente, 2021)​. Al reconocer que el dominio del ser humano sobre la naturaleza es una ilusión, se puede reconocer que la dicotomía humano vs máquina es otra ilusión​ (Endara, 2023)​.

Entonces pasar al posthumanismo no es pasar al ciborg, es reconocer que siempre fuimos ciborgs y en tal virtud, la tecnología actual brinda nuevas herramientas que se integran a lo humano para aumentar nuestras capacidades de manera exponencial: gafas de realidad aumentada, implantes cerebrales para curar enfermedades o para dominar un idioma, obras literarias encapsuladas en píldoras, procesos de automatización dirigidos por el pensamiento, por citar unos ejemplos poco imaginativos.

Finalmente, aunque Bartra intentó criticar a los “chamanes del posthumanismo” se convirtió en uno más, al especular, con la ayuda de las ideas del filósofo Jean-Francois Lyotard, en un futuro lejanísimo: 4.500 millones de años, en donde un sol envejecido nos condene a la extinción. Entonces, de hecho, mucho antes, como creía Asimov, saldremos de nuestro planeta y de nuestro sistema estelar para, con ciborgs y robots, conquistar la galaxia. La propuesta de Bartra me parece un faro en el desarrollo de las IA.

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Si integramos la ética, las emociones, los sentimientos, la sostenibilidad, a través de la idea de unas nociones socioculturales/robóticas que funcionan fuera de las IA pero que posibilitan su conciencia, desde la imaginación o la ingeniería, tal vez consigamos un nuevo paso en nuestro camino evolutivo de especie: la coevolución. Es decir, esa etapa en la que máquinas y humanos evolucionemos en conjunto como una especie mejorada.

Entonces, únicamente cuando a un robot se le administren placebos para tratar algún daño en su estructura mecánica o programación informática, y estos funcionen, estaremos hablando de una conciencia artificial. Estamos lejos, pero vamos por buen camino y a buen ritmo, trepados en los vehículos ciberpunks del posthumanismo y la ciencia ficción.

Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.

​​Bibliografía
​​Argente, D. (2021). ¿Sueñan los humanos con androides eléctricos? Fronteras del Humanismo, 12-22.
Batra, R. (2019). Chamanes y Robots. Reflexiones sobre el efecto placebo y la conciencia artificial. Barcelona: Anagrama.
​Braidotti, R. (2015). Lo Posthumano. Barcelona: Gedisa.
​Broncano, F. (2009). La melancolía del ciborg. Barcelona: Editorial Herder.
​Endara, F. (2023). ¿Sueñan las IA con cerebros positrónicos?
​Nowotny, H. (2022). La fe en la inteligencia artificial: Los algortimos predictivos y el futuro de la humanidad. Barcelona: Galaxia Gutenberg .

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