En Blog Indoamérica recordamos la historia de la Batalla del 24 de mayo de 1822, a través de un libro aclamado por la crítica literaria. Fernando Endara, docente de la Universidad Indoamérica nos describe los valores fundamentales de esta obra haciendo un recorrido por su argumento y estilo.
Tiempos del bicentenario de la Independencia de la América Española, tiempos de conmemoración y homenaje, de reflexión y recapitulación histórica, de resistencia y reivindicación de algunos de los bandos perdedores: indígenas, mujeres, afroecuatorianos, realistas, contrarrevolucionarios, entre otros. Sin lugar a dudas, y más allá de las fiebres patrióticas o republicanas, el episodio conmemorativo de los 200 años de la Batalla del Pichincha es un puente para encontrarnos con el pasado de esta región y de estas gentes, con nuestro pasado: nudo, desafío e inquietud de identidad.
La mejor manera de repasar una época, con sus conflictos, anhelos y contradicciones, es a través de la literatura; numerosos poemas, cuentos, novelas y obras dramáticas se tejen en torno a este periodo convulso de ideales y pólvora; sin embargo, por su argumento, su estilo y su crítica a varios discursos oficiales/hegemónicos, resalta la novela del quiteño Carlos Rodolfo Tobar, “Relación de un Veterano de Independencia” que, para críticos como Ángel Felicísimo Rojas o Hernán Rodríguez Castelo, es la mejor novela histórica ecuatoriana.
Carlos R. Tobar fue escritor, diplomático, intelectual y catedrático, formó parte de la primera generación de novelistas ecuatorianos junto a Juan León Mera y Juan Montalvo. En el plano político, actúo como Ministro Plenipotenciario ante el Rey de España para pedir mediación en el conflicto limítrofe que devino en la firma del tratado Tobar-Río Branco entre Brasil y Ecuador en 1904; en el ámbito académico, fue decano de la Facultad de Filosofía y Rector de la Universidad Central del Ecuador, fue miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y de la Real Academia de la Historia de Madrid; en lo literario, publico varias obras entre las que destacan: “Brochadas”, “Mas brochadas, malos dibujos”, “Timoleón Coloma”, y, “Relación de un Veterano de Independencia”.
“Relación de un veterano de independencia” fue publicado por entregas por primera vez en la Revista Ecuatoriana entre 1891 y 1893; después, la Imprenta de la Universidad Central la recopiló en dos tomos en 1895. Una tercera edición apareció en folletín de Diario El Comercio en 1909. Tuvieron que pasar casi 80 años para que, en 1987 llegue a imprenta la cuarta edición a cargo Círculo de Lectores. La quinta y última edición corresponde a la Campaña de Lectura “Eugenio Espejo” de 2002.
El narrador de esta historia es Antonio Mideros, héroe ficticio de las guerras de independencia.
Un narrador protagonista anciano que recapitula su vida desde la infancia para referir los acontecimientos de las guerras de independencia de la Real Audiencia de Quito: el “Primer grito de Independencia” del 10 de agosto de 1809, la liberación de los próceres y la guerra civil del 2 de agosto de 1810, los diversos episodios bélicos entre 1812 a 1822, y, finalmente, la batalla a las faldas del Pichincha del 24 de mayo de 1822.
Varios son los aciertos de esta novela, más allá de la importancia de los temas históricos, sobresale su lograda estilística caracterizada por la presencia de un narrador/protagonista grandilocuente, que casi se vuelve confidente del lector, que despliega su memoria a través de sonidos, olores y sensaciones que lo llevan a rememorar episodios del pasado, que busca la verosimilitud de los hechos mediante constantes contextualizaciones y explicaciones de su espacio/lugar: hijo de uno de los héroes del 2 de agosto de 1810, huérfano, aprendiz y soldado en los entresijos de los magnos eventos, que, empleando un lenguaje castizo, cercano a la oratoria, describe con pericia las costumbres y faenas de aquel entonces, y que, por si fuera poco, sazona la narración con escenas tumultuosas, exageradas y graciosísimas, plagadas de adjetivación desconcertante (Castelo, 1987), ante las cuales, no cabe menos que reír ante el ridículo o la ironía.
Te podría interesar: La literatura es el origen
La novela, dividida en dos partes: a) la formación del héroe y, b) la gesta del héroe; arranca con los sucesos del 10 de agosto de 1809 captados por la mente de un párvulo, que apenas tiene idea de las fuerzas e ideales que se mueven de un lado y de otro. Un año después, el de 2 de agosto de 1810, varios patriotas intentaron liberar a los próceres encarcelados, entre ellos estaba el padre del protagonista/narrador.
Las tropas realistas reaccionaron rápido y contuvieron a la turba, matando a presos, libertadores, patriotas y desprevenidos. En aquel clima de guerra civil, el obispo salió a las calles en procesión para pedir deponer las armas a los independentistas. Desarmados los republicanos, los realistas dieron rienda suelta a la matanza. Entre los intersticios de las balas y las bayonetas, quedó salvo don Mariano Castillo, personaje histórico real que, fingiendo su muerte, herido y embadurnado de sangre, engañó a realistas y patriotas hasta ser descubierto herido por los frailes del convento de San Agustín, quienes le ayudaron a recuperarse. El pequeño Mideros en tanto, combatió en la barricada lanzando piedras junto a su madre, mientras el Mideros padre caía fusilado ante la arremetida de los godos.
Por la noche, la viuda y el huérfano buscaron el cadáver del asesinado y en tal circunstancia conocieron a Castillo, que al poco se convertiría en mentor, maestro y amigo de Antonio. Entonces se escondieron en la hacienda de don José Segundo Rey, quien vivía con su esposa doña Cándida y su hijastra Aurora, aquí Antonio aprendió sus primeras letras, conoció los primeros sentimientos de amor y, descubrió los ideales de justicia y libertad. En la hacienda de don Segundo se reunían hombres y mujeres de las diversas clases sociales del Quito de inicios del Siglo XIX: abogados de las leyes y no de la justicia, sacerdotes y clérigos, intelectuales encubiertos a favor de la independencia por la vía diplomática, extremistas ansiosos de tomar la vía armada, damas realistas y demás personajes de la nobleza criolla de la Audiencia.
Como vemos, la primera parte de esta novela se enmarca en el Bildungsroman o novela de aprendizaje, en tanto que, el personaje central niño pregunta por su identidad, evoluciona, crece, madura hasta convertirse en soldado, atraviesa una formación patriótica de la mano de Castillo para ser arrojado forma súbita al mundo adulto, de modo que, “la trayectoria de vida del narrador protagonista constituye una alegoría del propio nacimiento de la patria libre” (Velásquez Castro, 2017, pág. 13). Por otro lado, la novela contiene varios elementos de la novela histórica: sucesos históricos claramente definidos, figuras históricas reales como personajes secundarios, procesos decisivos en la vida de los protagonistas enlazados con procesos históricos y, la representación de una comunidad mediante la historia familiar o doméstica (Bajtín, 1989).
Resalta también su costumbrismo, toda la primera parte es una seguidilla de cuadros de costumbres, cada capítulo es un retazo de minuciosas y menajes domésticos, de fiestas y comidas tradicionales, de romances y lances de la vida quiteña (Castelo, 1987). Esta primera parte, la formación del héroe, termina con la decisión de Mideros de ingresar a los ejércitos libertarios siguiendo a Castillo para combatir en las batallas de 1818-1822.
La segunda parte, retrata las acciones/gestas del héroe, los pormenores de las guerras civiles en las cuáles participó: el bautismo de fuego, las traiciones de los camaradas, el desentendimiento de los líderes emancipatorios, las victorias realistas, la rudeza de la vida de campaña, la pobreza de las ciudades involucradas, y, el camino hacia las faldas del Pichincha. En medio de las batallas, el narrador/protagonista quedó lastimado, derrotado y enfermo, decidió entonces retornar al hogar materno, al abrigo de su amada Aurora. Y cuando estaba por acostumbrarse a la paz sedentaria de la convalecencia, regresó a la querella al enterarse que Bolívar arribaba por el norte y Sucre por el Sur.
Este mismísimo general, su tocayo Antonio, le encargó la importantísima misión de servir de guía en la expendición que bordeó Quito para alcanzar el Pichincha, aquel 24 de mayo: era el año 1822.
Esa mañana gloriosa fue la venganza de su padre, la victoria de la patria, el nacimiento de la república, y la fantasía (falacia) de la igualdad acaecida en placebo al respirar el aire libre de Quito. ¿La libertad estaba consumada? Esta segunda parte, menos rica en usos y costumbres, y, con apenas atisbos de humor, es dramática e idealista. Por un lado, reconstruye el sufrimiento de una sociedad devastada por la guerra civil, y, por otro, intenta construir un discurso patriótico/nacional que queda desbordado por los sucesos y las acciones de los protagonistas.
Es decir que, aunque se pretende insertar un ideal republicano al pintar la heroicidad de una gesta que buscaba la libertad, esta se confunde en el campo de batalla, en el campo de la lectura, en el campo del análisis, debido a la polifonía de voces y personajes que pueblan la novela. Pareciera que el narrador (y los críticos subsecuentes) se esforzaron en destacar las cualidades republicanas/patrióticas de la novela; y, aunque estas se iluminan, también surge la escala de grises, la sombra, el contraste: los héroes no son tan justos y ecuánimes, más bien medran por su beneficio particular, en tanto que, las familias: divididas, encuentran en los ideales libertarios o realistas el cauce a sus dilemas personales y amorosos.
Siendo así, “Relación de un veterano de independencia”, desmiente un proceso mitificado y desmitifica, como toda buena novela histórica, el periodo que reconstruye, otorgando voces y sentires a sus personajes para demostrar que, nuestro país Ecuador, surgió como un país fragmentado en el que no tuvieron cabida los relatos de las mujeres, de los negros, de los pobres, de los iletrados, de los perdedores. Entonces estos paisajes de época dan cuenta de un relato omitido de la nación o borrado de la historia: el relato de los realismos, fidelistas o contrarrevolucionarios.
El narrador expresa sus contradicciones ideológicas y su visión de los acontecimientos históricos a través de las “exposiciones, diálogos y conversaciones detrás de cada situación o acción de los personajes” (Castelo 1987, 9).
En los diálogos entre los personajes se pueden apreciar distintas maneras de concebir un proyecto de república desde el realismo y/o desde la insurgencia “independentista”. Esto incide en visualizar los puentes y fronteras difusas de los bandos en disputa, resaltando que pocos combatientes tuvieron ideales fijos, para la gran mayoría, se trató de la puesta en marcha de un sistema de redes de parentesco, clientelismo y corporativismo.
Estas mismas nociones de clientelismo, corporativismo y parentesco permitían cierta agencia y movilidad de los involucrados, que podían pasar de un bando a otro, o suavizar o radicalizar su postura ideológica sin salirse de su bando. El parentesco sobretodo, además de un espacio de afecto y perpetuación cultural-biológica, se consideraba como un capital a adquirir (Sevilla 2017). El parentesco era una compleja e intrincada red de personas que se expandía a varias ciudades, que sobrepasaba el núcleo doméstico y sanguíneo, que se apoyaba en elementos económicos y políticos para alcanzar prestigio social.
Las relaciones familiares se utilizaban para apoyar o desestimar causas y personas, para pasar del ámbito de lo privado a lo público, y para conseguir objetivos particulares (Sevilla 2017). En la novela, por ejemplo, el joven Mideros y el viejo Castillo viajan por diversas haciendas y escondites de la serranía ecuatoriana, a pesar de que Castillo fue un insurgente visible y convencido, recibió posada, alojo y estadía en moradas de realistas y fidelistas, esto fue posible gracias a vínculos que van más allá de lo ideológico como el parentesco o el clientelismo. Otro ejemplo: la anécdota de la familia Sáenz dividida entre realistas e insurgentes por líos de faldas, enfrentando a las medias hermanas Manuela y Josefa en bandos distintos, heroínas, por diversas causas las dos.
Asimismo, los hogares de las familias quiteñas fueron escenario de debates y diálogos entre realistas e independentistas, Tobar captura en su novela estas disputas “mejor que historiadores y antropólogos” (Castelo 1987, 16). Esta visión cuestiona la versión hegemónica de una “independencia” realizada por próceres organizados en torno al bien común de una nación en ciernes. “Gran parte de la producción historiográfica ecuatoriana desconoce la posibilidad de que durante la Revolución y la Independencia se hayan dado giros repentinos de rumbo y de pensamiento” (Sevilla 2017, 27).
Considero junto con Bhabha (2010) que la expresión más fascinante de imaginarios fundacionales de una comunidad política son “los lenguajes de la crítica literaria” (Bhabha, 2010, pág. 389). La literatura surge como ese lugar privilegiado para hacer metáforas de la vida nacional (Bhabha, 2010). Tal vez por eso es que Cumandá, que inhibe el mestizaje, que salvaguarda la castidad nacional y omite las narrativas del realismo, multiplica sus lecturas año con año; mientras “La Relación”, es casi una tragicomedia desconocida y recóndita.
“Relación de un veterano de independencia” es una novela escrita de manera soberbia y deliciosa, jugosa y áspera, sobria y delicada, crítica y humorística, costumbrista y heroica, que desafía las narrativas homogeneizantes de nación como una comunidad horizontal para presentar una contranarrativa de la nación. Quizá no se difunde a gran escala porque podría cuestionar los fundamentos mismos de la república al otorgar voz, mediante otras narrativas, a los vilipendiados y “abyectos” realistas dentro del proyecto de nación.
Varios críticos iluminan las ideas patrióticas de esta novela, por mi parte decidí caminar por la sombra amparado en la predicción de Mariano Castillo sobre la República del Ecuador: “lo que me apena es que quizá todo sea estéril, que estemos abriendo con la pólvora la grieta donde hoy sepultemos un dueño y por donde mañana brote de los infiernos un amo; no por reconquistar los derechos del pueblo, sino por labrar la riqueza de un hombre, de una familia, de las dinastías, de los que andarán a traer a la Patria como a un borracho, tambaleante entre el despotismo y la revuelta, entre el desastre y la infamia, entre la ambición de uno y la necedad de todos, entre la ruina y la desolación, entre el descrédito y la miseria, entre las hipocresías de un patriotismo mentiroso y las estupideces de la inconsciencia de las muchedumbres”.
200 años después, en la conmemoración del Bicentenario, a una semana de la muerte cruzada, y con un proceso político en ciernes, se puede decir: PREDICCIÓN ACERTADA
Escrito por Fernando Endara.
Docente de Lenguaje y Comunicación, Universidad Indoamérica. Instagram: @fer_libros.
Bibliografía
Bajtín, M. (1989). Teoría y estética de la novela. Madrid: Editorial Taurus.
Bhabha, H. K. (2010). DisemiNación. Tiempo, narrativa y los márgenes de la nación moderna. En H. K. Bhabha, Nación y narración. Entre la ilusión de una identidad y las diferencias culturales (págs. 385-422). Buenos Aires: Siglo XXI.
Castelo, H. R. (1987). Prólogo a Relación de un Veterano de Independencia. En C. R. Tobar, Relación de una Veterano de Independencia (págs. 1-20). Quito: Círculo de Lectores.
Castelo, H. R. (1987). Relación de un Veterano de Independencia, gran novela histórica del XIX Americano. En C. R. Tobar, Relación de un Veterano de Independencia (págs. 1-19). Quito: Circulo de Lectores.
Sevilla, A. (2017). “Al mejor servicio del Rey”. Fidelismo, realismo y contrarrevolución en la Audiencia de Quito entre 1809 y 1822. Quito.
Velásquez Castro, M. (diciembre de 2017). El fuego de la lectoescritura patriótica en la novela histórica y sentimental del Perú, Ecuador y Bolivia en la Segunda Mitad del Siglo XIX. Mitologías Hoy. Revista de pensamiento crítico y estudios literarios latinoamericanos, 16, 11-24.